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El cristiano es llamado a celebrar la vida, no la muerte


la muerte

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Cuando timbran las brujas

Hoy se celebra la fiesta que se llama Halloween, o la noche de brujas. Es la única ocasión en todo el año en que uno no se sorprende al oír el timbre y abrir la puerta para encontrar allí fantasmas, brujas y otras variedades de seres.

Recuerdo de mi niñez la costumbre de ir a las casas para pedir dulces, disfrazado de alguna manera. Por lo general, si las personas no contestaban la puerta para repartir golosinas, se escribía “tacaño” en letras grandes con tiza en la pared de la casa.

Ahora, sin embargo, me pregunto: ¿cuál debe ser la respuesta del creyente ante la celebración de la noche de brujas? ¿Debemos de participar, sin considerar el posible significado de lo que hacemos? ¿O debemos de ser, como aquellas personas de mi niñez, “tacaños”, y ni siquiera abrir la puerta cuando timbran los niños disfrazados?

Hoy me gustaría que considerásemos dos realidades que pueden ayudarnos a responder a la celebración de una forma equilibrada, y ante todo bíblica. En cualquier cosa que hagamos, debemos de buscar la perspectiva bíblica sobre el asunto.

Primero, sin embargo, una breve reseña de la historia de la noche de brujas. Esta fiesta originó con los celtas, pobladores antiguos de lo que hoy es Gran Bretaña. El 31 de octubre era el último día de su año, y ellos apagaban y luego volvían a encender los fuegos de sus hogares. También quemaban animales y vegetales.

Había ciertas prácticas de adivinación que hacían, pero – a distinción de lo que se lee en algunas partes – no se practicaba en este día el sacrificio humano, según las mejores fuentes arqueológicas e históricas. La costumbre de usar disfraces en esta celebración empezó mucho después, durante la era cristiana, y la práctica de pedir dulces empezó durante el siglo XX, según los historiadores.

El nombre “Halloween” proviene del hecho de que, en el calendario católico, el primero de noviembre es la fiesta de todos los santos. En inglés, la frase “víspera de todos santos” se traduce “all hallows’ eve”, que se llegó a acortar a “Halloween”.

Menciono estas cosas, porque ciertas personas presentan la fiesta de “Halloween” como algo cuyas raíces son totalmente satánicas, lo cual no es cierto. La realidad es un poco más complicada. Es una fiesta que tiene ciertas raíces paganas, ciertas raíces cristianas y ciertas raíces en la cultura secular.

¿Podemos celebrar el “Halloween”? ¿Cuál debe de ser nuestra actitud ante esta fiesta? Vamos a examinar dos realidades bíblicas que pueden ayudarnos a pensar de una forma cristiana acerca de esta fiesta.

El cristiano ha sido llamado a celebrar la vida, no la muerte

Ciertos aspectos de la fiesta de Halloween celebran la muerte. Me refiero al énfasis sobre los fantasmas, las tumbas y las calaveras. También coincide con el comienzo de la celebración del día de los muertos en México, donde se celebra claramente la muerte.

¿Debe el creyente de celebrar la muerte? Veamos lo que dice la Biblia.

Lectura: 2 Timoteo 1:9-10

1:9 Que nos salvó y llamó con vocación santa, no conforme á nuestras obras, mas según el intento suyo y gracia, la cual nos es dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos,
1:10 Mas ahora es manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte, y sacó á la luz la vida y la inmortalidad por el evangelio;

Pablo nos declara que Cristo ha destruido la muerte para sacar a la luz la vida eterna, la vida incorruptible. Para el creyente, entonces, la muerte llega a ser algo que no se teme, porque Cristo ha triunfado sobre ella.

El gran teólogo puritano John Owen, en sus últimos días de vida, escribía una carta a un amigo. Su secretario escribió las palabras: Sigo aún en la tierra de los vivientes. Owen, sin embargo, lo detuvo, y dijo: Borra eso, y escribe: Sigo aún en la tierra de los moribundos, pero espero pronto estar en la tierra de los vivientes.

El cristiano no tiene por qué temer la muerte, pues Cristo ya ganó la victoria sobre ella. Para nosotros, la muerte es el traslado de esta vida, donde cada día envejecemos un poco, a la vida eterna donde no habrá más vejez.

Los psicólogos nos dicen que una de las funciones de las celebraciones como Halloween o el día de los muertos es hacer que la muerte sea algo risible, en lugar de temeroso. Sin embargo, ninguna cantidad de fantasmas de papel o calaveras de plástico puede ocultar la realidad de que todos vamos hacia la muerte.

Las celebraciones seculares de la muerte pueden lograr que la gente se ría de ella, pero no pueden hacer desparecer la realidad de que todos moriremos. Las personas que sienten la necesidad de burlarse de la muerte para así dejar de sentir temor de ella lo hacen sin sentido. Por más que nos riamos, la muerte va a llegar.

Por esto, no es necesario para el creyente celebrar los aspectos de “Halloween” que tienen que ver con la muerte; ni es deseable. Nosotros seguimos a un Señor que venció la muerte en la cruz, y nos ha dado vida. ¿Por qué habríamos de celebrar nuestro peor enemigo, y uno que ha sido vencido? No tiene sentido.

Lo mismo se puede decir de las brujas, de los espantos y de los monstruos. La persona del mundo no cree en ellos. Nosotros sabemos que la maldad existe, y no debemos de celebrarlo. Hemos sido librados de esto; no tenemos razón de temerlo, y mucho menos de celebrarlo.

Pasemos a nuestro segundo punto.

El cristiano deberá saber qué actitud tomar ante las celebraciones ajenas

En su primera carta a los corintios, el apóstol Pablo respondió a varias preguntas que tenía la congregación. Una de ellas tiene que ver con las celebraciones paganas que eran parte íntegra de la vida en Corinto, una ciudad conocida por su perversión.

Los corintios le preguntaron a Pablo qué deberían de hacer en cuanto a la carne que había sido sacrificada a los ídolos. Debemos de aclarar que no se trataba de participar en las adoraciones dentro de los templos paganos; eso le queda prohibido al creyente. Más bien, era cuestión de comer la carne que había sido sacrificada en el templo, pero que luego se vendía en el mercado.

Había dos formas de pensar acerca del asunto. Una forma, la perspectiva liberal, decía así: A fin de cuentas, es carne. Toda carne fue hecha por Dios. Podemos, entonces, comerla con gratitud.

La otra perspectiva, la perspectiva legalista, decía: ¡Cómo es posible que comamos lo que ha sido sacrificado a un ídolo! Nos contaminamos, y llegamos a ser parte de la celebración. De ninguna manera podemos comerlo.

Veamos, entonces, lo que dice Pablo.

Lectura: 1 Corintios 8:1-13

8:1 Y por lo que hace á lo sacrificado á los ídolos, sabemos que todos tenemos ciencia. La ciencia hincha, mas la caridad edifica.
8:2 Y si alguno se imagina que sabe algo, aun no sabe nada como debe saber.
8:3 Mas si alguno ama á Dios, el tal es conocido de Él.
8:4 Acerca, pues, de las viandas que son sacrificadas á los ídolos, sabemos que el ídolo nada es en el mundo, y que no hay más de un Dios.
8:5 Porque aunque haya algunos que se llamen dioses, ó en el cielo, ó en la tierra (como hay muchos dioses y muchos señores),
8:6 Nosotros empero no tenemos más de un Dios, el Padre, del cual son todas las cosas, y nosotros en Él: y un Señor Jesucristo, por el cual son todas las cosas, y nosotros por Él.
8:7 Mas no en todos hay esta ciencia: porque algunos con conciencia del ídolo hasta aquí, comen como sacrificado á ídolos; y su conciencia, siendo flaca, es contaminada.
8:8 Si bien la vianda no nos hace más aceptos á Dios: porque ni que comamos, seremos más ricos; ni que no comamos, seremos más pobres.
8:9 Mas mirad que esta vuestra libertad no sea tropezadero á los que son flacos.
8:10 Porque si te ve alguno, á ti que tienes ciencia, que estás sentado á la mesa en el lugar de los ídolos, ¿la conciencia de aquel que es flaco, no será adelantada á comer de lo sacrificado á los ídolos?
8:11 Y por tu ciencia se perderá el hermano flaco por el cual Cristo murió.
8:12 De esta manera, pues, pecando contra los hermanos, é hiriendo su flaca conciencia, contra Cristo pecáis.
8:13 Por lo cual, si la comida es á mi hermano ocasión de caer, jamás comeré carne por no escandalizar á mi hermano.

Notamos aquí que Pablo, bajo inspiración del Espíritu Santo, realmente no le da la razón a ninguna de las perspectivas de los corintios, sino que corrige a ambos. Esto nos puede enseñar mucho a nosotros. Veamos un par de puntos clave.

Para empezar, Pablo declara que ningún objeto tiene poder espiritual en sí mismo, a menos que nosotros mismos se lo otorguemos. Esa carne que había sido sacrificada a un ídolo no estaba contaminada, no tenía ningún poder espiritual para contaminar a quien la comía. A pesar de que hay muchos supuestos dioses, sabemos que en realidad hay sólo uno, y él es la fuente de nuestro alimento.

Esta realidad nos debe de liberar del temor de que, por ejemplo, al poner una calabaza cortada frente a nuestra casa, vamos a caer sin saberlo bajo el poder de algún ser maligno. Ciertas personas encuentran significados dudosos detrás de diferentes costumbres, para luego hacernos creer que pueden ser formas de adorar sin saberlo al enemigo.

Es cierto que hay prácticas que nos pueden abrir a influencias diabólicas, pero éstas tienen que ver con nuestra mente y nuestro espíritu. Me refiero, por ejemplo, a la cuija, a las cartas, a la astrología – cada una de estas cosas nos piden cierta confianza y cierta participación mental. Estas cosas el creyente tiene que evitar.

Si la carne participada a ídolos, sin embargo, no tiene poder para contaminarnos, tampoco lo tiene ningún otro objeto. No debemos de tener un temor supersticioso de los objetos usados en la celebración de Halloween.

Quiero que nos libremos, hermanos, de ese miedo que no nace del Espíritu, sino que nace de la superstición. No temamos las cosas. Si tenemos a Cristo y estamos viviendo acercados a él, estamos bajo la protección de Dios.

Hay una segunda realidad, sin embargo. Es ésta: tenemos que considerar el efecto de nuestras acciones sobre otros. A esto se dirige Pablo en la segunda parte del pasaje. Si nosotros participamos sin consideración en ciertos aspectos de la celebración de Halloween, podemos tener un efecto dañino sobre otros.

Ya hemos dicho que no debemos de celebrar la muerte. También tenemos que evitar todo lo relacionado con el ocultismo, como la adivinación o la hechicería. Pero, ¿qué de los monstruos? ¿Qué de los espantos? ¿Qué de las películas de terror?

Aquí debemos de tener cuidado. Podemos afectar a los niños, por ejemplo, si los exponemos a cosas espantosas a una edad muy temprana. Podemos dar un mal testimonio si el mundo no ve una diferencia en nosotros. Tenemos que considerar el efecto de nuestras acciones sobre otros.

Hablando en términos concretos, entonces, podemos repartir dulces a los niños que vienen a timbrar. Pero, ¿por qué no hacer más? ¿Por qué no decirles, Dios te bendiga? ¿Por qué no darles un tratado sencillo y divertido que les presente a Cristo?

Si nos encerramos en la casa con las luces apagadas, perdemos la oportunidad de dar testimonio de nuestra fe. Si nuestros hijos se quieren disfrazar, ¿por qué no animarles a disfrazarse de algún héroe verdadero? Podría ser un personaje bíblico o un personaje de la historia de la iglesia.

El disfraz puede ser el primer paso hacia una imitación de las virtudes de esa persona en su vida. Lo que quiero decir, hermanos, es que podemos mostrar al mundo lo que significa estar en el mundo pero no pertenecer a él. Podemos celebrar, evitando los elementos negativos o nocivos de la fiesta, y mostrando un gozo cristiano.

Es mi temor que muchos de nosotros, en lugar de encontrar el balance bíblico, vamos a los extremos. O nos alejamos de todo, o celebramos sin discernimiento. Pidámosle a Dios sabiduría para vivir toda nuestra vida glorificando a Dios, sin entregarnos a toda celebración sin discernimiento, y sin convertirnos en santurrones que ven un demonio tras cada roca. Aprendamos a vivir la vida que Cristo murió por traernos.

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