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El Evangelio de Marcos: Una mirada al segundo libro del Nuevo Testamento


Evangelio de Marcos

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El Evangelio de Marcos

El Evangelio de Marcos, el segundo libro del Nuevo Testamento y uno de los cuatro evangelios canónicos, es una obra profundamente significativa que presenta a Jesucristo como el Hijo de Dios y siervo sufriente. Aunque es el más corto de los evangelios, su estilo directo y dinámico resalta la acción más que los discursos prolongados.

Marcos narra la vida, ministerio, muerte y resurrección de Jesús con una urgencia que resuena desde el primer versículo: “Principio del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios” (Marcos 1:1). Esta afirmación inicial no sólo establece el tono, sino que declara desde el principio quién es Jesús, sin ambigüedad.

Juan el Bautista, el heraldo del Mesías, aparece como figura clave para preparar el camino. “Como está escrito en Isaías el profeta: He aquí yo envío mi mensajero delante de tu faz, el cual preparará tu camino delante de ti. Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor; enderezad sus sendas” (Marcos 1:2-3). Juan predicaba un bautismo de arrepentimiento, y entre los que acudieron estuvo Jesús mismo.

El bautismo de Jesús marca el inicio de su ministerio público. “Y luego, cuando subía del agua, vio abrirse los cielos, y al Espíritu como paloma que descendía sobre él. Y vino una voz de los cielos que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia” (Marcos 1:10-11). Esta declaración divina, junto con la presencia del Espíritu Santo, confirma la identidad celestial de Jesús.

El evangelio continúa con el relato de la tentación de Jesús en el desierto: “Y luego el Espíritu le impulsó al desierto. Y estuvo allí en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás; y estaba con las fieras, y los ángeles le servían” (Marcos 1:12-13). A diferencia de otros evangelistas, Marcos no detalla las tentaciones, sino que se enfoca en la confrontación directa entre Jesús y las fuerzas del mal, anunciando una lucha espiritual continua.

Después de la prisión de Juan, Jesús inicia su predicación en Galilea: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:15). Esta es la esencia del mensaje de Jesús: el llamado al arrepentimiento y a la fe en la buena nueva del Reino.

Uno de los elementos distintivos de Marcos es su énfasis en los milagros. Desde la curación de un endemoniado en la sinagoga de Capernaum (Marcos 1:23-26) hasta la sanidad de muchos enfermos, Jesús actúa con poder y compasión. “Y vino a él un leproso, rogándole; e hincada la rodilla, le dijo: Si quieres, puedes limpiarme.

Y Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó, y le dijo: Quiero; sé limpio” (Marcos 1:40-41). La respuesta de Jesús al leproso revela su autoridad divina y su disposición a tocar lo impuro, desafiando las normas sociales y religiosas de su tiempo. Este patrón se repite una y otra vez: Jesús libera, sana, perdona y restaura.

La llamada de los discípulos también es presentada con una fuerza particular. Jesús ve a Simón y a Andrés echando la red en el mar y les dice: “Venid en pos de mí, y haré que seáis pescadores de hombres. Y dejando luego sus redes, le siguieron” (Marcos 1:17-18). Este llamado radical implica una ruptura con la vida anterior, un seguimiento inmediato y total. Así se forma el grupo que será testigo de sus obras y enseñanzas.

Marcos presenta a Jesús como alguien que enseña con autoridad. “Y se admiraban de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Marcos 1:22). Esta autoridad se evidencia no sólo en las palabras, sino en los actos. Cuando sana al paralítico, lo hace no sólo físicamente, sino también espiritualmente, perdonando sus pecados: “Hijo, tus pecados te son perdonados” (Marcos 2:5).

Este acto provoca la reacción de los escribas, quienes consideran blasfemia lo que Jesús ha dicho. Pero él responde: “¿Qué es más fácil, decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle: Levántate, toma tu lecho y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados —dijo al paralítico—: A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa” (Marcos 2:9-11). Así, Jesús demuestra que su autoridad abarca tanto lo físico como lo espiritual.

La confrontación con las autoridades religiosas es otro eje del evangelio. Jesús no teme cuestionar las tradiciones humanas que oscurecen el propósito divino. Cuando sus discípulos arrancan espigas en sábado, Jesús responde: “El día de reposo fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del día de reposo. Por tanto, el Hijo del Hombre es Señor aun del día de reposo” (Marcos 2:27-28). Este tipo de declaraciones lo colocan en abierta oposición a los fariseos y escribas, quienes desde temprano comienzan a tramar su destrucción.

El uso frecuente del término “enseguida” o “inmediatamente” da al relato un sentido de urgencia y movimiento constante. Marcos retrata a Jesús como un siervo activo, que va de un lugar a otro sanando, predicando, expulsando demonios y enseñando. No hay tiempo para la contemplación prolongada; el Reino está irrumpiendo en el mundo, y se requiere una respuesta inmediata.

Las parábolas tienen un papel importante pero más limitado que en otros evangelios. Marcos destaca especialmente la parábola del sembrador, en la cual Jesús explica que “el sembrador siembra la palabra” (Marcos 4:14), y que los diferentes tipos de terreno representan las diferentes respuestas del corazón humano.

A sus discípulos les dice: “A vosotros os es dado saber el misterio del reino de Dios; mas a los que están fuera, por parábolas todas las cosas” (Marcos 4:11). Esta dualidad de revelación y ocultamiento es central en la teología del evangelio. Jesús no impone su mensaje; más bien, invita a una comprensión que sólo se logra por fe y revelación divina.

La naturaleza de Jesús como el Hijo de Dios se revela de manera progresiva. Los demonios lo reconocen: “Tú eres el Hijo de Dios” (Marcos 3:11), pero él les prohíbe hablar. Este “secreto mesiánico” —donde Jesús oculta su identidad— es un tema recurrente. Él no busca fama ni reconocimiento terrenal; su camino es el del siervo sufriente. “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45). Esta declaración resume su misión: servicio y sacrificio.

El relato de la transfiguración es un momento clave: “Y se transfiguró delante de ellos; y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, como la nieve… Y vino una nube que les hizo sombra, y desde la nube una voz que decía: Este es mi Hijo amado; a él oíd” (Marcos 9:2-7). Aquí, la gloria de Jesús se manifiesta visiblemente a Pedro, Jacobo y Juan, confirmando su identidad divina y prefigurando su futura resurrección. Sin embargo, inmediatamente después, Jesús vuelve a hablar de su pasión, recordando que la gloria vendrá sólo a través del sufrimiento.

A medida que se acerca a Jerusalén, el tono se torna más sombrío. Jesús predice su muerte varias veces: “El Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres, y le matarán; pero después de muerto, resucitará al tercer día” (Marcos 9:31). Sin embargo, sus discípulos no comprenden del todo; están preocupados por quién será el mayor entre ellos. Jesús los corrige: “El que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor” (Marcos 10:43). El camino del discipulado implica humildad, entrega y sufrimiento.

La entrada triunfal en Jerusalén (Marcos 11) señala el inicio de la confrontación final. Jesús purifica el templo, denunciando la corrupción del culto: “Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones” (Marcos 11:17). Esto precipita el conflicto con los líderes religiosos, quienes buscan la forma de arrestarlo sin provocar al pueblo.

En sus discursos del capítulo 13, Jesús anuncia el juicio venidero y la destrucción del templo, pero también habla de su regreso glorioso. “Entonces verán al Hijo del Hombre, que vendrá en las nubes con gran poder y gloria” (Marcos 13:26). La esperanza escatológica se entrelaza con la advertencia: velad, porque no sabéis cuándo será el tiempo.

La pasión ocupa una parte significativa del evangelio. La traición de Judas, la última cena, la agonía en Getsemaní, el arresto, los juicios, la negación de Pedro y la crucifixión son narrados con sobriedad pero con profunda emoción. En el Getsemaní, Jesús ora: “Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa; mas no lo que yo quiero, sino lo que tú” (Marcos 14:36).

La humanidad de Jesús se manifiesta en su angustia, pero también su obediencia al plan del Padre. En la cruz, clama con voz fuerte: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Marcos 15:34), citando el Salmo 22 y expresando el peso del abandono y del pecado que ha tomado sobre sí.

Sin embargo, el centurión romano al pie de la cruz declara: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Marcos 15:39). Es irónico que un gentil reconozca lo que los líderes religiosos rechazaron. Jesús muere como el siervo sufriente, rechazado por los suyos, pero glorificado por Dios.

El evangelio culmina con la resurrección. Las mujeres encuentran el sepulcro vacío y un ángel les dice: “No temáis; buscáis a Jesús nazareno, el que fue crucificado; ha resucitado, no está aquí” (Marcos 16:6). Sin embargo, el final original de Marcos (según los manuscritos más antiguos) termina abruptamente en el versículo 8, donde las mujeres, temerosas, no dicen nada a nadie. Este final enigmático puede ser intencional: una invitación al lector a responder personalmente al mensaje de la resurrección, a seguir anunciando lo que otros callaron por temor.

El Evangelio de Marcos, con su enfoque en la acción, el sufrimiento y la identidad divina de Jesús, ofrece una perspectiva única y poderosa. Presenta a un Mesías que vence no por medio de la fuerza, sino a través del amor, el servicio y el sacrificio. Es un llamado a seguirlo con fidelidad, entendiendo que el camino del discípulo también pasa por la cruz, pero culmina en la gloria de la resurrección.

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