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Los Libros del Pentateuco: Una Introducción a los Primeros Cinco Libros de la Biblia


Libros del Pentateuco

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Los Libros del Pentateuco

A lo largo de los siglos, los libros del Pentateuco —Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio— han constituido la base de la fe y de la narrativa sagrada del judaísmo y del cristianismo. Estos cinco libros, que también conocemos como la Torá, presentan una historia rica y profunda desde la creación hasta las vísperas de la entrada de Israel en la tierra prometida.

A continuación, exploraremos cada uno de estos libros con referencias bíblicas, destacando sus enseñanzas, estructuras literarias y su significado espiritual, sin dividir el texto en secciones formales, sino abordándolo como una narración continua y fluida.

Comenzando con Génesis, se nos revela el origen de todo: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Génesis 1:1). Este versículo establece la soberanía de Dios y nos introduce a los actos creativos divinos: la luz, los cielos, los mares, la tierra, la creación de los seres vivientes y, por supuesto, del hombre y la mujer. La creación del ser humano “a imagen de Dios” (Génesis 1:27) es una afirmación crucial que subyace en la dignidad humana.

Seguidamente, el relato del Jardín del Edén, y la caída de Adán y Eva tras desobedecer el mandato de no comer del árbol del conocimiento del bien y del mal (Génesis 2:16‑17; Génesis 3:1‑6), revela la condición humana marcada por la tentación, el pecado y sus consecuencias. Pero incluso en ese momento se vislumbra una promesa de redención: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y su simiente; él te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Génesis 3:15), conocido como el protoevangelio, una esperanza temprana de redención futura.

El relato continúa con el crecimiento de la humanidad, multiplicándose y poblando la tierra; sin embargo, el pecado se extiende y se corrompe la creación. “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra… y todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Génesis 6:5).

Este pasaje preludia el diluvio universal: Noé, un hombre justo, encuentra gracia ante los ojos de Dios (Génesis 6:8), construye el arca y participa en la renovación de la humanidad. Después del diluvio, el pacto de Dios con Noé, simbolizado por el arco iris como señal de que “no volveré a destruir toda carne con aguas de diluvio” (Génesis 9:11‑13), nos muestra la fidelidad divina.

A continuación, con la descendencia de Noé, el libro aborda la genealogía de los patriarcas: Sem, Cam y Jafet, presentando la expansión hacia Babel, donde confusión de lenguas y dispersión de pueblos se dan por intentar construir una torre hasta el cielo (Génesis 11:1‑9), y comienza el relato patriarcal. Abraham, llamado por Dios, recibe la promesa de ser padre de una gran nación: “Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré” (Génesis 12:2).

Abraham se convierte en modelo de fe; sale de su tierra sin saber el destino exacto, creyendo en la promesa divina. Su fe se prueba cuando Dios le pide el sacrificio de Isaac, su hijo, y Abraham obedece: “Para mí Dios proveerá el cordero…” (Génesis 22:8), y Dios detiene el sacrificio. Este acto de obediencia oscila entre la mezcla de miedo y confianza; la teología cristiana lo ve como una figura mesiánica: “Por la fe también Abraham, siendo probado, ofreció a Isaac…” (Hebreos 11:17).

Después de Abraham, su hijo Isaac es una figura más discreta, pero sigue transmitiendo la promesa; Jacob, su hijo, es elegido a pesar de sus engaños. Jacob lucha con un ángel y recibe el nombre de Israel, señalando el origen de la nación (Génesis 32:28). Sus doce hijos se convierten en progenitores de las doce tribus.

Entre ellos, José gana protagonismo: vendido como esclavo por sus propios hermanos, llega a ser primer ministro en Egipto, donde, por sabiduría divina, salva a Egipto y Canaán de una gran hambruna (Génesis 41:41‑43). El libro concluye con la reunificación de la familia y la bendición de Jacob y de José, trazando el contexto para la migración de Israel a Egipto.

El segundo libro, Éxodo, se inicia con una nueva generación de israelitas esclavizada en Egipto donde un nuevo faraón los oprime “y los jalaba con trabajo duro” (Éxodo 1:13). El clamor llegó a Dios, y Él envía a Moisés, nacido de Levita, protegido en el palacio real, y huido a Madián, donde recibe el llamado divino en la zarza ardiente: “Yo soy el que soy” (Éxodo 3:14).

Dios le encarga liberar a Israel; Moisés se resiste, teme hablar en público, pero Dios provee: “Yo estaré contigo” (Éxodo 3:12). Moisés vuelve a Egipto, pide al faraón que deje ir a Su pueblo: “Deja ir a mi pueblo, para que me sirva” (Éxodo 3:18), y comienza una serie de plagas: agua convertida en sangre, ranas, piojos, langostas, tinieblas, y la muerte de los primogénitos (Éxodo 7–12).

La décima plaga, la muerte del primogénito en Egipto, precedida por la institución de la Pascua, deja su marca: cada familia debía sacrificar un cordero y poner su sangre en los dinteles para que el ángel de la muerte pasara de largo (Éxodo 12:7, 13). Esa sangre anticipa el sacrificio de Cristo (Juan 1:29) en la perspectiva cristiana.

Tras la salida, los israelitas cruzan el Mar Rojo: “Echó Moisés su mano sobre el mar… e hízolo volver al lugar que volvía, y cubrió el mar a los egipcios” (Éxodo 14:21‑28). Los cánticos de Moisés y Miriam celebran “Jehová es mi fortaleza y mi cántico” (Éxodo 15:2) y la liberación se confirma. Luego vienen cuarenta años en el desierto, durante los cuales Dios provee maná, codornices, y agua de la roca.

En el monte Sinaí, se entrega la Ley, incluyendo los Diez Mandamientos: “No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éxodo 20:3), y se instruye sobre el tabernáculo, el sacerdocio levítico, sacrificios, ceremonias, y normas de pureza, procurando una comunidad santa. Aquí aparece el diseño del tabernáculo (Éxodo 25–31), y la nube y el fuego como presencia divina que guía al pueblo.

Incluso cuando Moisés desciende del monte y ve al pueblo adorando al becerro de oro, responde con ira (Éxodo 32:19), pero Dios restaura el pacto tras la intercesión de Moisés, reprendiendo a Aarón y estableciendo nueva obediencia. El libro concluye con la construcción del tabernáculo y la aplicación de la gloria divina: “Entonces la nube cubrió el tabernáculo del testimonio, y la gloria de Jehová llenó el tabernáculo” (Éxodo 40:34).

Levítico, el tercer libro, es un manual de santidad, sacerdocio, y ritualidad: “Porque yo Jehová soy el que os santifica” (Levítico 20:8). Las ofrendas —holocaustos, expiaciones, paz, cereal— regulan la relación entre los hombres y Dios. Los sacerdotes debían discernir lo puro de lo impuro: “En cuanto a todo reptil que se arrastra sobre su vientre, lo tendré por abominación” (Levítico 11:42).

El Día de Expiación (Yom Kipur) se establece como jornada solemne de purificación nacional (Levítico 16:29‑34). Se exige una ética religiosa concreta: “No te vengarás, ni guardarás rencor…” (Levítico 19:18), y se dan leyes sobre la justicia social: remanente de la siega, cuidado del extranjero, del pobre y del indigente (Levítico 19:9‑10). La peregrinación anual a Jerusalén, en algunos pasajes, tiene prefiguraciones para cristianos. El libro enfatiza que la santidad de una comunidad depende de la obediencia a la Ley de Dios.

Números, el cuarto libro, relata el censo de los hombres contados para la guerra en el desierto (Números 1–4), y describe el viaje de Israel desde el Sinaí hacia las fronteras de Canaán, pasando por rebeliones, traiciones y castigos. Coré, Datán y Abiram se rebelan contra la autoridad sacerdotal (Números 16); la tierra devora a los rebeldes. La murmuración contra Dios y Moisés se repite: gritan por comida y agua; Dios envía símbolos como fuego entre el campamento, serpientes venenosas, y la bronca.

Este pueblo de corazón inconstante es reprendido. Una serpiente de bronce se erige en un asta para quien la mire sea sanado (Números 21:9), señal de que la fe puede traer vida. Se describen las fronteras de la tierra prometida y las ofrendas de las hijas de Zelofehad sobre la herencia femenina (Números 27:1‑11); la sucesión de liderazgo de Caleb, y las batallas contra los reyes Amorreo y Moab, con Balaam invocando bendiciones sobre Israel a pesar de ser contratado para maldecirlo (Números 22–24). El libro termina con los preparativos finales para ingresar a Canaán, la renovación de la promesa, y la reiteración de disposiciones legales.

Deuteronomio, el quinto libro, es una serie de discursos de Moisés, antes de su muerte, fundacionales para la nación: una réplica de la Ley con énfasis en el corazón y la memoria: “Escucha, Israel… sólo Jehová es Dios… amarás a Jehová tu Dios con todo tu corazón” (Deuteronomio 6:4‑5). Moisés repasa el Éxodo, el monte Sinaí, la tierra frondosa de Canaán, y exhorta una fidelidad renovada, advirtiendo las bendiciones por obediencia (“Bendito serás en la ciudad…” Deuteronomio 28:3‑6) y las maldiciones por desobediencia (“Maldito serás en la ciudad…” Deuteronomio 28:16‑19).

Contiene normas legales específicas: justicia en juicios (Deuteronomio 16:18‑20), protección al extranjero, huérfano y viuda. Se establece la elección de líderes (Deuteronomio 17:14‑20), y se habla de reyes, sacerdotes, profetas con la oración de Moisés siendo una bendición (“El ángel de Jehová acampe alrededor de los que le temen” Deuteronomio 23:14). Moisés renueva el pacto y establece la Ley en tablas de piedra para que sean leídas cada siete años (Deuteronomio 31:10‑13). Finalmente, Moisés ve la tierra desde el monte Nebo, muere allí, y Dios mismo lo entierra; Israel llora la pérdida del legislador, y Josué recibe el liderazgo.

Estos cinco libros presentan múltiples hilos temáticos entrelazados: la soberanía de Dios, Su gracia y juicio, la alianza con la creación y con sus elegidos; la Ley —no como un fin en sí misma, sino como camino de vida— y la promesa eterna que se va desplegando.

Desde la creación hasta la muerte de Moisés, se establece una estructura narrativa que explica el origen, el pecado, el llamado, la liberación, la formación como pueblo, la institucionalidad religiosa y social, y la esperanza de herencia en una tierra.

En Génesis está la semilla; en Éxodo, la liberación; en Levítico, la santidad; en Números, la purificación en el viaje; y en Deuteronomio, la renovación del pacto. Las leyes no son meramente rituales, sino un pacto moral que implica justicia social, compasión, integridad en las relaciones interpersonales y la conciencia ética tanto individual como colectiva. El corazón humano aparece como centro de fe, obediencia o rebeldía; la vigilancia de la comunidad se combina con la labor sacerdotal y la seguridad militar ofrecida por Dios mientras Él guía la marcha.

Estos libros no son un simple anexo religioso, sino importan al pensamiento ético, filosófico, literario, teológico, cultural y político. En la tradición cristiana, los evangelios y las epístolas hacen referencia a los patriarcas, a Moisés y al Sinaí, conectando estos textos con Cristo como cumplimiento de la Ley (Mateo 5:17; Romanos 10:4).

Para quien lee hoy, los desafíos no han cambiado: la libertad es valiosa pero requiere responsabilidad (Éxodo); la santidad es llamada de todos, no solo de sacerdotes (Levítico); el viaje es parte de la vida, con altibajos (Números); y la renovación del compromiso es urgente ante cada oportunidad de salir de Egipto interior (Deuteronomio).

El Pentateuco nos confronta con preguntas permanentes: ¿a quién servimos?, ¿podemos amar a Dios con todos nuestros recursos?, ¿cómo tratamos al extranjero, al oprimido, al vulnerable?, ¿cómo respondemos a la promesa cuando exige renuncia? La eventual llegada a la tierra prometida no marca el fin, sino el comienzo de un camino más grande en las Escrituras, que encuentra su realización en Cristo.

El estudio del Pentateuco no es exclusivamente histórico o académico: es un camino espiritual, una invitación a vivir bajo una estructura de santidad, memoria y esperanza. Es redescubrir la raíz de nuestra fe y nuestra identidad como comunidades basadas en la obediencia, justicia y misericordia.

Cada versículo resuena con poder, desde la llamada a Abraham hasta la muerte de Moisés en Nebo, y cada episodio abre una ventana hacia nuestra propia búsqueda de sentido y transcendencia. Estos primeros libros, venerados y estudiados en sinagogas y bibliotecas, siguen siendo un faro de pensamiento moral, revelación y esperanza.

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