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Enfrentando el enojo, Mateo 7:3-5


el enojo

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El enojo llega a ser como una droga

Hay un invasor que está destruyendo vidas, familias, e iglesias alrededor del mundo en este mismo momento. Esta fuerza poderosa y destructiva causa problemas de salud, rompe amistades, quiebra matrimonios, y roba el poder de la iglesia.

¿Saben a cuál fuerza me refiero? Se trata del enojo. El enojo es una emoción que Dios mismo siente, según la Biblia; pero como tantos otros aspectos de nuestra naturaleza humana, ha sido corrompido por el pecado.

Podemos ver esto si comparamos las cosas que hacían enojar a Jesucristo con las cosas que nos hacen enojar a nosotros. El momento de mayor enojo que registran los evangelios es la limpieza del templo. En esta ocasión, Jesús se airó porque el pueblo estaba faltando en su respeto a la casa de Dios. Su ira era justa.

Nosotros, en cambio, solemos enojarnos por razones egoístas. Nos enojamos porque alguien no nos cedió el paso en la carretera, o porque tenemos que esperar un rato, o porque los niños hacen mucho ruido.

El enojo es como la fuerza atómica; en su lugar es productiva, pero fuera de lugar destruye. La ira humana, en nuestro estado de pecado, casi siempre está fuera de lugar. Ya no funciona de la manera debida, y se ha vuelto más bien una fuerza destructiva para la mayoría de nosotros.

Los psicólogos nos dicen que el enojo es una emoción que toma muchas formas cuando se suprime. Puede expresarse en ansiedad, puede somatizarse y expresarse como malestares de diversas clases, o puede explotar en el momento más inesperado. Es lógico que el Dios que nos ha creado también quiera que tengamos victoria sobre esta fuerza que puede ser tan destructiva.

Lo primero que necesitamos para vencer el enojo es la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas. Él nos da poder para vencer el pecado. La victoria, sin embargo, no viene de una manera automática. Más bien, el Espíritu actúa como un consejero o maestro que nos enseña cómo responder.

En la Biblia, Dios nos ha enseñado varias pautas para tener victoria sobre el enojo destructivo. Hoy veremos tres de ellas. Sólo podremos ver cada una brevemente, así que les animo a reflexionar en la casa sobre los pasajes que veremos aquí.

Lectura: Mateo 7:3-5

7:3 ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?
7:4 ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo?
7:5 ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano.

El enojo es una emoción sumamente engañosa. Cuando se suma el instinto humano a presentar la mejor cara posible, se vuelve una combinación letal. Jesús nos enseña aquí que

Nuestra carne nos lleva a proyectar nuestro enojo sobre otros; Dios nos llama a examinarnos a nosotros mismos

Mil novecientos años después de que Jesús diera esta enseñanza, a los psicólogos se les ocurrió dar un nombre a la reacción que el describe aquí. Se conoce como proyección. Si nos imaginamos a un proyector de video, que proyecta sobre alguna superficie la imagen que produce en sí misma, tendremos una idea de la proyección.

Nosotros tendemos a ver con más claridad en otros los errores que son más grandes en nosotros. Nos volvemos como esta persona que describe Jesús, que mira con tanta preocupación la astilla en el ojo de otro y le dice, «Déjame quitarte eso». Sin embargo, su propio ojo trae una tremenda viga. ¿Cuál será el resultado de tal ayuda? Ya lo imaginamos; en vez de poder sacar la astilla, el ayudante sólo logra darle varios golpes a su víctima. Si queremos ayudar de veras, tenemos primero que estar conscientes de nuestras propias debilidades.

En una iglesia se presentó la situación de que el ministro de jóvenes había caído en pecado con una señorita. Se reunió la directiva para hablar del asunto, y por supuesto todos estaban de acuerdo en la necesidad de disciplinar al ofensor.

Uno de los diáconos, sin embargo, fue más allá de los demás e insistía que no se podía soportar este comportamiento, que era imperdonable, y que había que castigar muy severamente al que fuera capaz de tal atrocidad. Muy interesante; algunos meses después, salió a la luz que este diácono estaba cometiendo adulterio.

El hombre no quiere enojarse con sí mismo; no quiere reconocer su propio pecado; y entonces proyecta sobre otro la ira que debería llevarle a arrepentirse de su propio pecado.

Hermanos, cuando nos encontramos muy enojados con otros por sus fallas, detengámonos un momento para examinar nuestro corazón. ¿Será que estamos proyectando nuestro propio pecado sobre ellos? El primer paso a la victoria es hacernos una radiografía al corazón. De otro modo, nunca llegaremos a la madurez. Seguiremos señalando hacia otros, en vez de lidiar con el problema verdadero, que siempre está dentro de nosotros. Dios nos llama a la victoria que empieza con un autoexamen. Esto también nos ayudará con el próximo paso.

Nuestra carne nos lleva a ocultar nuestro enojo; Dios nos llama a resolverlo constructivamente

Lectura: Mateo 5:23-24

5:23 Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti,
5:24 deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda.

Jesús aquí nos enseña que es tan importante resolver el enojo en vez de ocultarlo que debemos buscar la reconciliación, aunque no seamos nosotros los que estamos enojados. Además de esto, nos enseña también que la resolución del enojo es más importante que nuestras prácticas religiosas. Es más importante reconciliarte con alguien con quien estás enojado, o que está enojado contigo, que venir a la iglesia, dar tu ofrenda, o cualquier otra cosa.

De hecho, muchas veces pretendemos sustituir la religión por la reconciliación con los demás. Tenemos guardado algún rencor del pasado, y en vez de hablar con la persona y arreglar cuentas, hacemos algo religioso para tratar de callar la conciencia. Nunca vamos a llegar a la victoria de ese modo. Es necesario tener el valor suficiente para hablar constructivamente con la persona que nos haya hecho enojar, o disculparnos con la persona a quien hayamos ofendido.

La clave es saber hacerlo constructivamente. Jesús nos dice que nos reconciliemos. No nos dice que vayamos a decirle al otro qué tan mal está, o que le vayamos a presentar nuestros pretextos, o que le vayamos a convencer de que en realidad nosotros teníamos la razón.

Más bien, Jesús nos llama a la reconciliación. Esto significa aprender a expresar nuestro enojo de maneras constructivas. Cuando se da esta enseñanza de la Biblia, repetidamente oigo a las personas decir: «Pero es que tú no conoces a esa persona. Él no sabe escuchar. Le he dicho que está mal, pero no me quiere escuchar.»

Siempre me pregunto: ¿Cómo le estás hablando? ¿Cómo estás presentando la situación? ¿De veras quieres reconciliarte, o estás más interesado en que el otro se humille? La verdad es que la gran mayoría de las personas están dispuestas a reconciliarse con nosotros, si tan solamente aprendemos a hablar con humildad y con amor – no importa si el error es nuestro o es de ellos.

Nuestra carne muchas veces nos lleva a ocultar nuestro enojo; y entonces se expresa en chismes, en enfermedades físicas, en depresión, y en muchas otras formas. Dios nos llama a expresar nuestro enojo de una manera constructiva, buscando siempre la reconciliación. Para que podamos lograr esto, tenemos que saber que

Nuestra carne nos lleva a quedarnos enojados; Dios nos llama a resolver el enojo rápidamente

Lectura: Efesios 4:26-27

4:26 Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo,
4:27 ni deis lugar al diablo.

¿Alguna vez han visto a un niño con una cobija favorita? Dondequiera que va, esa cobija le acompaña. Si alguien le trata de quitar esa cobija, verá a un niño muy llorón como resultado. Esa cobija le da seguridad al niño.

El enojo puede llegar a ser como esa cobija para nosotros. Nos hace sentir justificados, porque si estamos enojados con alguien, entonces nos sentimos la víctima. Puede servir para tapar otras emociones negativas, como la ansiedad o la desilusión.

El enojo llega a ser como una droga. Cuando el drogadicto se retira de su droga, sufre mental, emocional, y físicamente. Del mismo modo, podemos llegar a ser adictos al enojo, a tal grado que vivimos siempre con un estanque de enojo que se esconde tras nuestra persona aparente, pero que explota con la más pequeña provocación.

Sabiendo que el enojo guardado es peligroso y dañino, Dios nos llama a resolver el enojo rápidamente. Nos instruye su Palabra a no acostarnos estando aún enojados. Cuando nos dormimos con la rabia guardada en nuestro interior, se empieza a hacer parte de nuestro ser. Como una plancha caliente que descansa sobre una camisa blanca, deja una mancha sobre nuestra alma.

Cuando te encuentres enojado por cualquier motivo, no dejes que pase el tiempo. Encuentra la resolución. Escúchenme bien: eso no siempre significa que vas a confrontar a la persona con quien estás enojado. Lo dicho en el punto anterior no se aplica a todas las situaciones.

Debemos de examinarnos para ver si estamos enojados con razón o sin razón. Puede ser que nos hayamos enojado con alguien por algo que realmente no vale la pena. Con un poco de reflexión, podemos simplemente soltar nuestra ira, dándonos cuenta de que no tiene sentido.

Este último versículo que hemos leído nos enseña dos cosas que son muy importantes. La primera es que el enojo en sí no es un pecado. Muchos creyentes se sientes culpables simplemente porque están enojados, y suprimen el enojo. Esto es un error. Más bien, debemos de darnos cuenta de nuestro enojo y buscar la solución. Porque la segunda cosa que nos enseña es que el enojo es una puerta por la cual Satanás pueda entrar a nuestra vida y causar destrucción.

Si no aprendemos a manejar el enojo, podemos terminar destruyendo nuestra salud, nuestro bienestar emocional, nuestra familia, y nuestra iglesia. Si tú crees que no te enojas, ¡cuidado! Las personas que creen no enojarse muchas veces son las que simplemente suprimen el enojo y dejan que se acumule.

Dios quiere darnos la victoria sobre el enojo. Podemos tener esa victoria en el poder del Espíritu si seguimos las instrucciones que Dios nos ha dado en su Palabra.

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