La envidia envenena


La envidia

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La envidia envenena

Se cuenta la historia de un águila que sentía envidia de otra águila que volaba mejor que ella. Cierto día, el águila vio a un cazador con arco y flecha, y le dijo: ¡Ojalá bajaras aquella ave que vuela allá arriba!

El cazador le dijo al águila: Si tuviera plumas para mi flecha, lo haría. El águila entonces sacó una pluma del ala, y se la entregó. El cazador tensó el arco y disparó una flecha hacia el águila que volaba arriba, pero no alcanzó al águila.

Necesito más plumas, le dijo al águila terrestre. Éste le entrego una y otra pluma, hasta que, desnudo de plumas en las alas, ya no podía volar. El cazador, aprovechándose de la situación, dio la vuelta y mató al águila, que no tenía forma de escapar.

Tan destructiva es la envidia, que aunque se dirige hacia los demás, a quienes destruye es a los que la sienten y la expresan. Hoy veremos la historia de un hombre que casi se dejó destruir por la envidia y la codicia, y veremos cómo evitar nosotros el mismo destino.

Lectura: 1 Reyes 21:1-16

21:1 Pasados estos negocios, aconteció que Nabot de Jezreel tenía en Jezreel una viña junto al palacio de Acab rey de Samaria.
21:2 Y Acab habló a Nabot, diciendo: Dame tu viña para un huerto de legumbres, porque está cercana, junto a mi casa, y yo te daré por ella otra viña mejor que esta; ó si mejor te pareciere, te pagaré su valor en dinero.
21:3 Y Nabot respondió a Acab: Guárdeme Jehová de que yo te dé a ti la heredad de mis padres.
21:4 Y vínose Acab a su casa triste y enojado, por la palabra que Nabot de Jezreel le había respondido, diciendo: No te daré la heredad de mis padres. Y acostóse en su cama, y volvió su rostro, y no comió pan.
21:5 Y vino a él su mujer Jezabel, y díjole: ¿Por qué está tan triste tu espíritu, y no comes pan?
21:6 Y él respondió: Porque hablé con Nabot de Jezreel, y díjele que me diera su viña por dinero, ó que, si más quería, le daría otra viña por ella; y él respondió: Yo no te daré mi viña.
21:7 Y su mujer Jezabel le dijo: ¿Eres tú ahora rey sobre Israel? Levántate, y come pan, y alégrate: yo te daré la viña de Nabot de Jezreel.
21:8 Entonces ella escribió cartas en nombre de Acab, y sellólas con su anillo y enviólas a los ancianos y a los principales que moraban en su ciudad con Nabot.
21:9 Y las cartas que escribió decían así: Proclamad ayuno, y poned a Nabot a la cabecera del pueblo;
21:10 Y poned dos hombres perversos delante de él, que atestigüen contra él, y digan: Tú has blasfemado a Dios y al rey. Y entonces sacadlo, y apedreadlo, y muera.
21:11 Y los de su ciudad, los ancianos y los principales que moraban en su ciudad, lo hicieron como Jezabel les mandó, conforme a lo escrito en las cartas que ella les había enviado.
21:12 Y promulgaron ayuno, y asentaron a Nabot a la cabecera del pueblo.
21:13 Vinieron entonces dos hombres perversos, y sentáronse delante de él: y aquellos hombres de Belial atestiguaron contra Nabot delante del pueblo, diciendo: Nabot ha blasfemado a Dios y al rey. Y sacáronlo fuera de la ciudad, y apedreáronlo con piedras, y murió.
21:14 Después enviaron a decir a Jezabel: Nabot ha sido apedreado y muerto.
21:15 Y como Jezabel oyó que Nabot había sido apedreado y muerto, dijo a Acab: Levántate y posee la viña de Nabot de Jezreel, que no te la quiso dar por dinero; porque Nabot no vive, sino que es muerto.
21:16 Y oyendo Acab que Nabot era muerto, levantóse para descender a la viña de Nabot de Jezreel, para tomar posesión de ella.

En esta breve historia vemos que la intriga y las maquinaciones no son novedades de este siglo, ni son propiedad exclusiva de las telenovelas. En Acab y Jezabel vemos la expresión de los sentimientos bajos de la humanidad.

El problema que se presenta es un problema del corazón de Acab. Este hombre deseaba lo que él no podía, por derecho, poseer. Dentro del sistema de leyes que Dios había dado a Israel, cada familia tenía su propiedad que pasaba de generación en generación.

Estaba permitido vender un terreno, pero después de cierto tiempo, volvía automáticamente a posesión de la familia original. Obviamente, esto no es lo que Acab tenía en mente. Él quería hacer un trueque permanente con Nabot, y éste, tanto por no querer vender su propiedad como por respeto a las leyes divinas, se negó a tal negocio.

Notemos por un momento la reacción de Acab ante esta situación. Nos dice el verso cuatro que Acab se fue a su casa deprimido y malhumorado porque Nabot no quiso venderle la propiedad.

Acab, en otras palabras, se estaba portando como un niño engreído, que cuando no se le da lo que desea, hace berrinches. Acab, de su forma adulta y real, empezó a hacer berrinches; llegó a la casa, se acostó con la cara hacia la pared y se rehusó a comer.

¿Alguna vez has visto a alguien que se porta como un niño malcriado cuando no se le da lo que quiere? ¿Alguna vez lo has reconocido en tu propia vida? Si es así, debes de entender que

La envidia nos quita el gozo y la paz

La envidia es como una inmensa mala hierba que, cuando se arraiga en nuestro corazón, desplaza a todos los sentimientos positivos. Cuando hay envidia, no puede haber gozo, no puede haber paz, no puede haber tranquilidad, no puede haber contentamiento. Sólo habrá frustración y desilusión.

Solemos pensar que la envidia y la codicia son sólo deseos por los bienes de otras personas, pero estos pecados pueden tomar muchas otras formas también. Si consideramos las actitudes de los líderes judíos ante el éxito de Jesucristo, podemos reconocer que la envidia también se presenta dentro de la iglesia.

Incluso dentro del círculo de quien preparaba el camino para Jesús se presentó este cáncer. En cierta ocasión, los discípulos de Juan el Bautista se le acercaron para avisarle de que los discípulos de Jesús estaban bautizando a más personas que él. Parece que los discípulos de Juan el Bautista lo veían como una competencia. Juan, en cambio, declaró: A él le toca crecer, y a mí, menguar (Juan 3:30 NVI).

Podemos, entonces, sentir envidia de los dones de otro hermano. Podemos sentir envidia del nivel educativo, de su posición dentro de la iglesia, de su esposa, de sus hijos – en fin, de casi cualquier aspecto de la vida de nuestro hermano.

Sin embargo, cuando albergamos esos sentimientos en nuestro corazón, lo que realmente estamos diciendo es que Dios no ha sido justo con nosotros. Si sentimos envidia, es porque pensamos que nosotros nos merecemos lo que aquella persona posee. La envidia nace, en otras palabras, de una falta de gratitud hacia Dios.

Es interesante que, entre los Diez Mandamientos, el único que se dirige a las actitudes del corazón es el décimo, el que dice: No codiciarás. Los demás mandamientos tienen que ver con nuestras acciones, con cosas visibles.

¿Por qué escogió Dios esta actitud, de todas las actitudes negativas a las cuales el hombre es propenso, para prohibir en esta tabla de leyes? Tiene que ser porque él lo ve como algo muy serio, algo que nos perjudica y que da pie a los demás pecados.

Esto es lo que vemos en la vida de Acab. La codicia que él sentía – y la codicia y la envidia se acompañan – resultó en toda una cadena de acciones pecaminosas, que hirieron no sólo a Acab, sino a muchas otras personas.

Jezabel, su esposa pagana, venía de una cultura que no respetaba los derechos de los ciudadanos. En su cultura, si el rey quería algo, lo conseguía – y nadie se podría quejar. El poder del rey era absoluto.

En Israel, en cambio, el poder del rey se tenía que someter a la voluntad de Dios, y a los derechos de la ciudadanía. Es por esto que Acab mismo no intentó tomar el viñedo de Nabot a la fuerza – retenía algún vestigio de respeto a la voluntad de Dios.

Jezabel, en cambio, aunque se había unido al pueblo de Dios al casarse con Acab, no había abandonado los conceptos culturales de su pueblo. Ésta es la gran tragedia de Jezabel. Otras mujeres, como Rut, habían venido de naciones paganas para hacerse parte del pueblo de Dios – y lo habían hecho exitosamente, al dejar atrás sus conceptos religiosos y morales para aceptar la moral del pueblo de Dios.

Jezabel, en cambio, funcionó como una infiltrada. Vivía dentro del pueblo de Dios, pero vivía según los valores egoístas y destructivos de su propia nación. Tengamos cuidado de no caer en la misma trampa. Si nos hemos unido al pueblo de Dios mediante la fe en Cristo, vivamos según las normas del Reino. No seamos infiltrados.

Jezabel realizó su plan para que Acab se hiciera del terreno que codiciaba. Desgraciadamente, cuando Jezabel le dijo a Acab que podía tener el terreno, éste no le preguntó cómo había sucedido todo. No ejerció el liderazgo que le correspondía. Más bien, simplemente tomó posesión de lo que quería, como si fuera suyo por derecho.

¿Cuál fue el resultado de esto? Leamos.

Lectura: 1 Reyes 21:17-29

21:17 Entonces fué palabra de Jehová a Elías tisbita, diciendo:
21:18 Levántate, desciende a encontrarte con Acab rey de Israel, que está en Samaria: he aquí él está en la viña de Nabot, a la cual ha descendido para tomar posesión de ella.
21:19 Y hablarle has, diciendo: Así ha dicho Jehová: ¿No mataste y también has poseído? Y tornarás a hablarle, diciendo: Así ha dicho Jehová: En el mismo lugar donde lamieron los perros la sangre de Nabot, los perros lamerán también tu sangre, la tuya misma.
21:20 Y Acab dijo a Elías: ¿Me has hallado, enemigo mío? Y él respondió: Hete encontrado, porque te has vendido a mal hacer delante de Jehová.
21:21 He aquí yo traigo mal sobre ti, y barreré tu posteridad, y talaré de Acab todo meante a la pared, al guardado y al desamparado en Israel:
21:22 Y yo pondré tu casa como la casa de Jeroboam hijo de Nabat, y como la casa de Baasa hijo de Ahía; por la provocación con que me provocaste a ira, y con que has hecho pecar a Israel.
21:23 De Jezabel también ha hablado Jehová, diciendo: Los perros comerán a Jezabel en la barbacana de Jezreel.
21:24 El que de Acab fuere muerto en la ciudad, perros le comerán: y el que fuere muerto en el campo, comerlo han las aves del cielo.
21:25 (A la verdad ninguno fué como Acab, que se vendiese a hacer lo malo a los ojos de Jehová; porque Jezabel su mujer lo incitaba.
21:26 El fué en grande manera abominable, caminando en pos de los ídolos, conforme a todo lo que hicieron los Amorrheos, a los cuales lanzó Jehová delante de los hijos de Israel.)
21:27 Y acaeció cuando Acab oyó estas palabras, que rasgó sus vestidos, y puso saco sobre su carne, y ayunó, y durmió en saco, y anduvo humillado.
21:28 Entonces fué palabra de Jehová a Elías tisbita, diciendo:
21:29 ¿No has visto como Acab se ha humillado delante de mí? Pues por cuanto se ha humillado delante de mí, no traeré el mal en sus días: en los días de su hijo traeré el mal sobre su casa.

Dios mandó a Elías con un mensaje para Acab. En su mensaje y la respuesta de Acab, notamos que

La envidia nos aleja del camino de Dios

Hay varias cosas fascinantes en estos versos. Para empezar, notamos la responsabilidad de Acab por la muerte de Nabot. Él no lo había matado; ni siquiera había tramado el plan para deshacerse de Nabot y conseguir el viñedo. Sin embargo, al no interesarse por la forma en que se consiguió la propiedad, y al no preocuparse por las acciones de su esposa, Acab se volvió cómplice y responsable.

En seguida notamos también la respuesta de Acab a Elías. Cuando Acab se enfrentó con Elías antes de los eventos que tuvieron lugar en el Monte Carmelo, le llamó el que está causando problemas a Israel. Ahora lo toma de una forma personal, y le llama su enemigo.

Cuando estamos viviendo bajo el control de la envidia, muchas veces los mensajeros de Dios nos parecen ingratos. Puede ser que nuestra envidia sea de ellos; o puede ser simplemente que nos hagan ver nuestros errores. De cualquier manera, cuando hemos permitido que la envidia y la codicia nos amarguen, la última persona a la que queremos ver es al que trae la Palabra de Dios.

Finalmente, notamos lo que había hecho Acab. Dice el verso 20 que se había vendido para hacer lo que ofende al Señor. Por su envidia y su codicia, Acab se había entregado a la maldad. Si no la frenamos, la envidia nos llevará a pecados peores.

La envidia en sí misma es un pecado. Como ya hemos dicho, refleja la falta de gratitud a Dios y la falta de sumisión a su voluntad. Sin embargo, la envidia casi siempre nos lleva a otros pecados también.

Puede ser que nos lleve, como a Acab, a hacer un mal grave a la persona de quien sentimos envidia. Pero también puede llevarnos a chismear o difamar a esa persona. Puede llevarnos a oponernos a su ministerio, a criticarle o a dejar de mostrarle amor.

Lo peor de todo es que muchas veces encontramos formas de escudar y de justificar nuestra envidia. Podemos decir que simplemente estamos ejerciendo el discernimiento o que pretendemos proteger a la iglesia. Dice Jeremías 17:9: Nada hay tan engañoso como el corazón.

Cuando sentimos envidia, podemos justificarnos y hasta engañarnos a nosotros mismos acerca de nuestras motivaciones. Sólo con la honestidad que nace del arrepentimiento y la presencia del Espíritu Santo podremos entender nuestros propios errores.

La historia de Acab nos deja con un mensaje de esperanza. Aunque Acab había pecado gravemente contra Dios, su arrepentimiento hizo que Dios quitara de él su castigo. Si hemos caído en la trampa de la envidia, podemos ser librados – pero sólo mediante el arrepentimiento verdadero.

Un conocido predicador de antaño llenaba los templos con personas que venían a oírlo predicar, hasta que llegó otro predicador aun más conocido e ilustre. Aquel predicador confesó que, al principio, se llenó de envidia por el éxito del otro. Finalmente halló la solución. La única forma de conquistar mis sentimientos de envidia, dijo, es orar diariamente para que Dios bendiga al otro. Es lo que hago.

¡Qué buena forma de conquistar la envidia! Orar para que Dios colme de bendiciones a aquella persona que nos la causa. A eso agregaría dos cosas: examinar nuestro corazón con honestidad, pues podemos engañarnos a nosotros mismos muy fácilmente; y estar dispuestos a arrepentirnos y buscar el perdón y la restauración.

Hagamos lo que sea necesario para arrancar la envidia de nuestro corazón.

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