Cuando estaba en el seminario, servía como pastor de misiones en una iglesia bilingüe. La iglesia en que servía tenía un pasado ilustre, pero había decaído, y tenía muchas necesidades.
En cierta ocasión, visité a uno de mis amigos del seminario en su iglesia. Él era pastor de jóvenes, y aunque su grupo no era muy grande, había un entusiasmo y un cambio evidente en la vida de sus jóvenes. Después de ver lo que había en su grupo, tomé una decisión: nuestra iglesia también necesitaba un grupo de jóvenes, y yo lo iba a comenzar.
Había dos jóvenes en la iglesia, y con su ayuda, empezamos a planear diferentes actividades. Sin mucha preparación, comenzamos con una reunión. Vinieron varios jóvenes. Desgraciadamente, no había mucho que ofrecerles. No nos habíamos preparado mucho, y yo no había pensado cómo comunicarme eficazmente con ellos.
Después de unas pocas semanas, el grupo se deshizo. Los jóvenes que nos habían visitado no regresaron, y descontinuamos las reuniones. Mis sueños de tener un grupo de jóvenes se esfumaron.
Al ponerme a analizar esa experiencia, distingo varias razones por las que no tuvimos éxito en este esfuerzo. Mi motivación no era correcta. No tenía el don de trabajar con jóvenes.
Al continuar con nuestro estudio valora la verdad, veremos cómo las instrucciones que Pablo le dio al joven pastor Timoteo también pueden guiarnos en nuestro servicio al Señor.
Lectura: 2 Timoteo 1:3-7, 2:20-22
1:3 Doy gracias a Dios, al cual sirvo desde mis mayores con limpia conciencia, de que sin cesar me acuerdo de ti en mis oraciones noche y día;
1:4 deseando verte, al acordarme de tus lágrimas, para llenarme de gozo;
1:5 trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también.
1:6 Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos.
1:7 Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.
…
2:20 Pero en una casa grande, no solamente hay utensilios de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y unos son para usos honrosos, y otros para usos viles.
2:21 Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra.
2:22 Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor.
No siempre podremos juzgar la eficacia de nuestro servicio según sus resultados visibles. Por ejemplo, el hombre que trajo a los pies del Señor al gran predicador Charles Spurgeon fue pastor de una iglesia pequeña, que nunca alcanzó una gran asistencia. Sin embargo, al ganar a Spurgeon, este pastor tuvo una gran influencia indirecta sobre el cristianismo.
Dios nos ha llamado a todos los que somos creyentes a servirle en alguna capacidad. Nuestro servicio será diferente, y es probable que pocos de nosotros seamos llamados al ministerio pastoral, como lo fue Timoteo. Sin embargo, podemos aplicar a nuestro servicio al Señor lo que Pablo le dijo a él, para poder ser obreros aprobados y honrados por nuestro Señor.
En primer lugar,
Si quieres servir en verdad, examina tu motivación en el servicio
Pablo comenta en el verso 3 que él sirve a Dios «con una conciencia limpia». Dice también de Timoteo, en el verso 5, que lo que le anima es su «fe sincera». Al parecer, la cuestión de motivaciones no fue problemática para Timoteo. Pablo simplemente la menciona, sabiendo que Timoteo servía motivado por una fe sincera.
Nosotros, sin embargo, debemos de considerar – antes que nada – cuál es nuestra motivación en querer servir al Señor. Si nos anima algo más que una fe sincera, es muy probable que nuestro servicio no sea aceptable al Señor.
Digamos que se nos cae un árbol grande en el patio de la casa, y necesitamos ayuda para quitarlo. Llamamos a un amigo, quien nos dice: Ahora mismo voy para ayudarte. Sé que te urge sacar el árbol, y voy a dejar lo que estoy haciendo para echarte el hombro.
Así sucede; viene el amigo, nos ayuda a cortar el árbol, y él se lleva la madera. Al día siguiente, estamos en la tienda cuando oímos la voz de ese mismo amigo hablando con un conocido en el pasillo siguiente. Él dice: Ayer pude conseguir esa leña que tanto necesitaba para la chimenea. Mi amigo fulano me pidió ayuda para quitar un árbol de su patio, y me di cuenta que de allí podía sacar la leña. ¡Qué suerte!
Ahora, después de oír esa conversación, ¿qué nos parecerá la gran amistad que nos mostró el amigo? ¿Contaremos con él para nuestra próxima necesidad? ¡Sólo lo haremos si sabemos que le conviene! Al conocer la motivación de nuestro amigo, tendremos una idea muy distinta de la calidad de su ayuda.
Hay muchos que sirven a Dios porque les conviene. Algunos lo hacen para enriquecerse. Otros lo hacen para ganarse la admiración de la gente. Otros creen que les irá mejor en la vida si sirven a Dios.
Pero Dios conoce nuestra motivación. Él sabe hasta dónde puede contar con nosotros. Si queremos que nuestro servicio sea agradable a él, si queremos que tenga valor eterno, tenemos que examinar nuestra motivación. Debemos de estar seguros de que lo que nos motiva es la fe en el Señor y nuestro amor por él.
Si quieres servir en verdad, examina la fuente de tu servicio
Pablo estaba convencido de que a Timoteo le motivaba su fe sincera en el Señor. Si estamos seguros de que lo mismo nos motiva a nosotros, el siguiente paso es analizar la fuente de nuestro servicio al Señor.
Es muy fácil servir al Señor solamente usando nuestra fuerza humana. Nuestro servicio puede tener una buena motivación; podemos querer sinceramente servir al Señor; pero lo hacemos en nuestra propia fuerza, siguiendo nuestras propias ideas.
En lugar de hacer esto, debemos de seguir las instrucciones de Pablo. A Timoteo le dice que avive la llama del don de Dios que él había recibido. En el caso de Timoteo, se refería al don específico que él había recibido para servir al Señor cuando fue ordenado por el apóstol Pablo.
Ninguno de nosotros ha recibido un don por imposición de manos de un apóstol; esto es algo que cesó con la era apostólica. Sin embargo, todos hemos recibido dones para servir dentro de la iglesia. A todos Dios nos ha dado mediante su Espíritu habilidades y formas de servir que él quiere usar en su servicio.
Pablo no dudaba de la existencia de este don dentro de Timoteo; él había estado presente cuando Dios se lo dio. Sin embargo, le dice que debe avivarlo. Es la imagen de un fuego, de unos carbones encendidos que, con el tiempo, se han ido extinguiendo. Usando un abanico o un fuelle, podemos reencender la llama de fuego.
Esto es lo que Pablo le llama a Timoteo a hacer, y lo que todos los que queremos servir al Señor tenemos que hacer también. Si tú eres creyente, tienes por lo menos un don. Ese don está presente en ti, porque en el momento de tu conversión, recibiste al Espíritu Santo.
Ahora te toca alimentarlo, así como se alimenta el fuego con aire para que se reencienda. Entre otras cosas que podríamos mencionar, esto significa orar acerca del servicio que Dios te ha dado y depender del poder del Espíritu Santo cuando trabajas.
Servir al Señor es como navegar un barco de vela. El navegante no controla la dirección o el poder del viento. Lo que sí controla es la posición de la vela para aprovechar al máximo ese viento. De igual modo, no controlamos al Espíritu Santo. Sólo podemos controlar nuestra reacción a él, y nuestra disposición por seguir su liderazgo y servir en su poder.
Finalmente,
Si quieres servir en verdad, examina la calidad de tu servicio
Dios nos dice que hay diferentes clases de servicio para él. Así como hay diferentes usos para los utensilios de diferentes calidades, así también el uso que Dios podrá hacer de nosotros depende de la calidad de utensilio que le ofrecemos – es decir, la calidad de nuestra vida.
En cierta ocasión, un papá encontró a su hija lavándole los dientes al perro. ¿Qué haces, hija? -le preguntó. -Le estoy lavando los dientes a Fido, -respondió ella-. Tiene muy mal aliento.
Al acercarse más, el hombre reconoció el cepillo de dientes que usaba la niña. ¡Hija! -exclamó-. ¿Estás usando mi cepillo de dientes? -Sí, -dijo la niña-. Pero no te preocupes. ¡Siempre lo enjuago antes de volverlo a colocar en el baño!
No sé qué habrá sentido aquel hombre al saber que no era la primera vez que esto sucedía, pero estoy seguro de que no volvió a usar aquel cepillo de dientes. Al estar en la boca del perro, el cepillo se había hecho indigno de usarse para limpiar la boca del hombre.
Mucho ojo: no estoy hablando de la manera de servir, sino la clase de servicio que rendimos. Dios puede ponernos a limpiar baños, y usar ese servicio tan humilde en formas muy grandes. Por el otro lado, un gran predicador o pastor puede ser instrumento de deshonra.
Sólo Dios sabe, en realidad, quien es vaso de honra y quién es de deshonra. Los verdaderos resultados muchas veces son invisibles.
Lo que podemos saber con seguridad es que, si permitimos que haya impureza en nuestra vida, no podremos ser usados por Dios para el mejor servicio. Si tú tienes algún pecado que toleras en tu vida – sea la amargura, la lujuria, el chisme, la pereza o cualquier otro pecado – es posible que Dios te use, pero tu servicio no será de la más alta calidad. Algún día, te arrepentirás de no haberte purificado para serle plenamente útil al Señor.
Servir al Señor es la cosa más vital que podemos hacer en la vida. Es el propósito más grande que podemos tener. Sea cual sea la forma de servicio que Dios nos da, podemos saber que ningún servicio hecho para el Señor es pequeño o insignificante.
Sí queremos servir en verdad, examinemos nuestra motivación, la fuente de nuestro servicio, y la calidad de nuestro servicio. Sólo así podremos servir con poder y con eficacia.
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