La verdad te hará libre, No Mentir
Abraham Lincoln, el Presidente de los Estados Unidos durante la Guerra Civil, se encontró en cierta ocasión debatiendo con un oponente que simplemente no entendía razones. Por fin, Lincoln le hizo una pregunta: ¿Cuántas patas tiene la vaca?
El oponente respondió: Cuatro, por supuesto. Lincoln entonces le preguntó: Si nosotros le llamáramos «pata» a la cola de la vaca, ¿cuántas patas tendría? El oponente respondió, Pues, supongo que tendría cinco.
Lincoln declaró: Allí es donde te equivocas. Simplemente porque le llamemos «pata» a la cola de la vaca no la convierte en pata.
De una forma jocosa, Lincoln declaró una gran realidad. El simple hecho de decir que algo es así no significa que lo sea. La realidad no cambia en base a nuestras palabras. Existe, sin embargo, una gran tentación de tratar de ajustar la realidad a nuestra conveniencia.
Todos podemos recordar ejemplos de políticos u otras figuras públicas que han gastado mucho esfuerzo en explicar que lo que habían dicho no significaba lo que parecía significar, o que no «recordaban» lo que habían dicho, o que alguien los había mal citado. En nuestra sociedad, la verdad parecer ser una especie en peligro de extinción.
¿Será esto lo que Dios desea para nuestras palabras? ¿Importará si decimos o no la verdad? Veamos lo que nos dice la Palabra de Dios.
Lectura: Exodo 20:16
20:16 No hablarás contra tu prójimo falso testimonio.
El mandamiento es muy sencillo: «No des falso testimonio en contra de tu prójimo». Este mandamiento se refiere de forma específica a la corte. En un proceso legal, las declaraciones de los testigos son sumamente importantes para poder llegar a una sentencia justa. Si los testigos pervierten su testimonio, sea a causa del soborno o simplemente por falta de interés, puede dar lugar a una falla de la justicia.
Dios nos llama, entonces, a no pervertir la justicia por ningún motivo. Podemos aplicar este principio más ampliamente, sin embargo. Consideremos la forma en que Jesús interpretó los mandamientos divinos en su sermón sobre el monte. Se rehusó a limitar su aplicación a situaciones limitadas, y más bien señaló hacia su aplicación en toda la vida.
Por ejemplo, hablando del sexto mandamiento, dijo que no basta con simplemente no matar; si albergamos odio en nuestro corazón, hemos pecado ya contra Dios. No podemos defendernos con simplemente decir que no hemos cometido homicidio; si hemos alimentado el odio o el rencor, nos hemos vuelto culpables.
De la misma forma, queda claro que Dios no sólo se interesa en la verdad dentro de la corte, como si El nos dijera, No mientan en la corte, pero pueden decir las mentiras que quieran en otras partes. Esta idea se parece al argumento de los fariseos del día de Jesús, quienes decían que sólo era obligatorio cumplir con ciertos juramentos. Frente a esto, Jesús dijo: «Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede» (Mateo 5:37).
Claramente, Dios desea la verdad en todo nuestro hablar. El noveno mandamiento es, en realidad, un llamado a decir la verdad en todo nuestro hablar. Consideremos el por qué de este mandamiento.
El Señor es un Dios de verdad
Si poseemos el conocimiento más mínimo de la Biblia, esta declaración nos parecerá obvia. Leemos en el Salmo 31:5, por ejemplo, «En tus manos encomiendo mi espíritu; líbrame, Señor, Dios de la verdad». El salmista sentía la seguridad de confiar en el Señor precisamente porque El es el Dios de la verdad.
Las palabras de Dios son verdaderas, y sus promesas son ciertas. El no dice una cosa hoy, y otra mañana. Sus palabras no cambian. Cuando El nos promete la vida eterna si nos entregamos a Jesucristo, es una promesa cierta. No tenemos que preguntarnos si, al llegar cielo, descubriremos que hay un requisito de entrada nuevo.
El Espíritu Santo es el Espíritu de verdad. Dice 1 Juan 4:6: «Nosotros somos de Dios, y todo el que conoce a Dios nos escucha; pero el que no es de Dios no nos escucha. Así distinguimos entre el Espíritu de la verdad y el espíritu del engaño».
Esta es una de las principales razones por las que podemos tener absoluta confianza en las palabras de la Biblia. El Espíritu Santo que guió a los autores humanos es un Espíritu de verdad. El no mentiría. De hecho, la mentira proviene de otro espíritu, asociado con el maligno. Las palabras de Dios registradas en la Biblia son totalmente confiables, porque su Espíritu es el espíritu de la verdad.
Cuando llegamos a un acuerdo o firmamos un contrato aquí en esta tierra, tenemos que cuidarnos de la perfidia de quienes ocultan tras palabrería legal sus verdaderas intenciones. Por ejemplo, leí recientemente de un caso en el que una compañía de viajes le prometió a una persona que le darían cupones con un valor de $700 a cambio de tomar un viaje.
Bueno, le pareció bien la oferta, y se tomó el viaje. La compañía le dijo que recibiría los cupones tras completar el viaje, y fue verdad. El único detalle es que cuando recibió los cupones, todos estaban vencidos.
¿Cumplió la compañía con su promesa? Supongo que literalmente sí lo hizo; la promesa fue de dar los cupones, y los cupones fueron emitidos. Sin embargo, todos reconocemos que su acción fue muy tramposa. Hermanos, Dios no es así. El no oculta sus verdaderas intenciones tras mucha palabrería. El no hace promesas que no piensa cumplir.
Isaías 45:19 declara: No he hablado en secreto, en alguna tierra oscura; no dije a la descendencia de Jacob: «Buscadme en lugar desolado.» Yo, el SEÑOR, hablo justicia y declaro lo que es recto. Dios dice la verdad. Es su naturaleza.
Esta realidad nos debe de traer mucho ánimo. Cuando leemos la Biblia, podemos creer lo que estamos leyendo. Podemos confiar en las palabras de Dios. No tenemos que buscar excepciones. No tenemos que buscar, como al final de algún comercial, la larga lista de exclusiones y escapatorias que se provee a sí mismo el fabricante.
Pero esto implica algo muy importante. Si nosotros nos consideramos hijos de Dios – y la Biblia dice que, si somos seguidores de Cristo, somos hijos de Dios – debemos de reflejar el carácter de nuestro Padre. Debemos de tener algún parecido familiar. El Señor es un Dios de verdad, y
El Señor desea que sus hijos reflejen su carácter
Esto queda muy claro en un pasaje bíblico, Isaías 65:16. En este pasaje, Dios describe la situación después de la restauración de su pueblo. Leamos ahora lo que nos dice la Palabra de Dios:
Isaías 65:16 El que se bendijere en la tierra, en el Dios de verdad se bendecirá; y el que jurare en la tierra, por el Dios de verdad jurará; porque las angustias primeras serán olvidadas, y serán cubiertas de mis ojos.
¿Se dan cuenta de la conexión que hace Dios en esta profecía? Ya que El es el Dios de la verdad, su pueblo también sería un pueblo de verdad. En lugar de jurar por otros dioses que podrían prestarse al engaño, el pueblo haría cualquier juramento en el nombre del Dios de la verdad.
Podemos sacar de aquí una conclusión muy importante. Si nosotros pensamos adorar al Señor, pero no valoramos la verdad, debemos de preguntarnos qué tan bien conocemos a ese Dios. El es del Dios de la verdad. Es más, su Palabra hace otra declaración. La encontramos en Proverbios 12:22, que dice: «Los labios mentirosos son abominación a Jehová; pero los que hacen verdad son su contentamiento».
Aquí Dios declara que los labios mentirosos le son abominación. ¿Qué es una abominación? Es algo que da asco, que produce repugnancia, que es totalmente inaceptable. Cuando tú mientes, Dios ve de esa forma tus labios. Imagínate la cosa más asquerosa que puedas, y luego imagínatelo pegado en la boca. Así ve Dios los labios de quienes dicen mentiras.
En cambio, El se deleita en el que hace verdad. La persona que modela la integridad, diciendo la verdad y cumpliendo con su palabra aunque le duela – esta persona es el deleite del Señor. Dios lo mira, y se goza en él.
Ahora te pregunto: ¿Cómo prefieres que Dios te vea a ti? ¿Quieres que mire tus labios con repugnancia, o quieres ser su deleite? ¿Quieres darle asco, o quieres darle gusto? El deleite de Dios trae gozo, trae bendición, trae bienestar. Es por esto que Dios nos llama a no mentir, a valorar la verdad, a ser sinceros y honestos – aunque nos cueste.
Hermanos, somos demasiado propensos a tratar con ligereza la verdad. Somos demasiado propensos a decir lo que nos conviene, en lugar de decir la verdad. Nos defendemos diciendo que son mentiritas blancas, mentiritas piadosas, que a nadie lastiman. Alguien ha dicho que los que se creen justificados en decir mentiras blancas pronto se volverán daltónicos.
Llega el cobrador a la puerta, y contesta la niña. ¿Está tu mamá? – le pregunta. La niña desaparece por un momento, y luego regresa: Mi mamá dice que no está. ¿Qué están aprendiendo nuestros hijos cuando hacemos esto? ¿Por qué nos debe de sorprender que nos mientan a nosotros, cuando les enseñamos a mentir a los demás?
No existe situación en la que no importe la verdad, porque no existe situación en la que Dios no esté presente. Dios, el Dios de la verdad, oye cada palabra que nosotros pronunciamos. Si son palabras deshonestas, palabras que distorsionan la verdad, le fallamos a Dios y le causamos enojo.
Cuando vendemos un auto sin revelarle al comprador las fallas que tiene, le fallamos al Dios de la verdad. Cuando hacemos pretextos en lugar de ser sinceros, le fallamos al Dios de la verdad. Cuando mentimos para faltar al trabajo, le fallamos al Dios de la verdad.
Un gran predicador de antaño declaró: El jardín desatendido pronto se ahogará en malas hierbas; el corazón que deja de cultivar la verdad y escardar la mentira pronto se convertirá en yermo. La verdad es algo que se tiene que cultivar, pues la mentira siempre es más fácil.
Sin embargo, como hijos de Dios, tenemos que esforzarnos en vivir en la verdad. Jesucristo mismo es la Verdad; Dios es un Dios de verdad; el Espíritu Santo es un Espíritu de verdad. Seamos conocidos nosotros también como personas de verdad, que rechazan la mentira.