Daniel y los Leones


Daniel y los Leones

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Daniel y los Leones

En cada región del globo terráqueo se presenta la misma reacción. Cuando llega alguna persona que no es nativa de la región, casi siempre encuentra alguna clase de rechazo por parte de los habitantes. Los que nacieron en alguna parte, los que son de allí, se unen en rechazar la llegada de los de afuera.

En algunos casos, la reacción llega a ser violenta – sobre todo cuando hay alguna escasez de comida, de trabajo o de alguna otra cosa esencial. Muchas sociedades occidentales presentan movimientos políticos en contra de la inmigración. En Alemania, por ejemplo, los neo-Nazis rechazan a toda persona que no sea de su raza. Muchas personas culpan a la marginación social por los recientes disturbios en Francia.

Estas actitudes no son nuevas. Al contrario; se han presentado desde que la humanidad empezó a multiplicarse y llenar la tierra. Daniel, el siervo del Señor a quien estamos estudiando durante estas semanas, también sufrió ante la discriminación. Era uno de afuera.

La verdad es que todos los que seamos creyentes en Cristo Jesús lo somos. Nuestra patria no se encuentra en este mundo. Somos ciudadanos de un reino celestial. Vivimos en una tierra extraña, y no podemos sentirnos totalmente en casa.

¿Cómo podemos vivir ante esta realidad? El ejemplo de Daniel tiene mucho que enseñarnos. Sigamos con la historia de su vida, y aprendamos como vivir triunfantes aunque seamos los de afuera.

Dejamos la semana pasada a Daniel dentro del salón de banquete de Belsasar, habiéndole interpretado las misteriosas palabras que una mano había escrito sobre la pared. Vimos que la interpretación de Daniel fue cierta, y el imperio babilónico fue derrocado por los medos y persas, quienes establecieron un nuevo imperio.

El primer rey de Babilonia bajo el nuevo régimen fue Darío el Persa. Este hombre sabio aprovechó el liderazgo que ya había en Babilonia. En Daniel 6:1-2 encontramos el sistema organizacional que impuso Darío:

6:1 Pareció bien a Darío constituir sobre el reino ciento veinte sátrapas, que gobernasen en todo el reino.
6:2 Y sobre ellos tres gobernadores, de los cuales Daniel era uno, a quienes estos sátrapas diesen cuenta, para que el rey no fuese perjudicado.

Los versículos siguientes nos dicen que Daniel, ya para estas fechas un hombre de edad avanzada, se distinguió tanto en su servicio al rey que éste pensaba hacerlo primer ministro, poniéndolo sobre todos los asuntos del reino.

Pensemos por un momento en el testimonio que esto da del carácter de Daniel. Él era judío; había sido capturado por los babilonios, y ahora estaba sirviendo al siguiente imperio mundial. ¿A él qué le interesaba que este imperio fuera exitoso? En realidad, Daniel podría haber pensado que mejor sería tratar de desestabilizar el imperio, para que quizás entonces se pudiera establecer nuevamente un reino en Judá.

Daniel, sin embargo, siguió las instrucciones que Dios le había dado. Hablando por medio del profeta Jeremías, Dios había dicho lo siguiente a los exiliados en Babilonia: “Busquen el bienestar de la ciudad adonde los he deportado, y pidan al Señor por ella, porque el bienestar de ustedes depende del bienestar de la ciudad” (Jeremías 29:7 NVI).

Aprendemos aquí una lección muy importante: como extranjeros, busquemos la paz del lugar donde estemos. Aunque Daniel, con la posición que el rey le había encomendado, bien podría haber socavado la autoridad de Darío, más bien se mostró un siervo civil de integridad y confiabilidad.

Tristemente, los que compartimos su fe en el Señor muchas veces no seguimos su ejemplo de servicio y de integridad. El creyente deberá ser conocido como buen ciudadano. Debemos de contribuir tiempo y esfuerzo para fomentar el bienestar de la sociedad en la que estemos viviendo. Es muy fácil retirarnos y vivir aislados entre nuestros hermanos, sin tener ningún impacto sobre la sociedad.

Cristo nos ha llamado a ser sal y luz. Nos ha llamado a buscar el bienestar del lugar donde vivamos. Busquemos oportunidades para contribuir. Siendo buenos empleados, ayudando en las escuelas, votando en las elecciones, participando en proyectos cívicos y de muchas otras formas podemos buscar el bienestar del lugar donde estamos, aunque no sea nuestra patria verdadera.

Daniel nos da el ejemplo de buscar la paz del lugar donde estaba. Sin embargo, su ejemplo de integridad no fue apreciado por ciertas personas. Los demás administradores y los sátrapas empezaron a buscar alguna razón para acusar a Daniel. Querían sacarlo de su posición.

Quizás eran personas corruptas, y la integridad de Daniel los estorbaba en sus negocios sucios. Por encima de esto, Daniel era judío; por más sabio e íntegro que fuera, no dejaba de formar parte de una nación conquistada y despreciada. Finalmente, los administradores y sátrapas sacaron una conclusión. Leámosla en el verso 5:

6:5 Entonces dijeron aquellos hombres: No hallaremos contra este Daniel ocasión alguna para acusarle, si no la hallamos contra él en relación con la ley de su Dios.

Ellos se dieron cuenta de que el único punto débil de Daniel, si se le puede llamar así, era su fe. Maquinaron entonces un plan para hacer caer a Daniel. Fueron a hablar al rey sin el conocimiento de Daniel, pero fingiendo que él estaba de acuerdo con su plan. Le dijeron al rey que todos habían convenido en sugerirle la idea.

La idea fue ésta: durante el espacio de un mes, todas las oraciones y peticiones, toda la adoración debía ir dirigida al rey Darío. A primera vista, la sugerencia parece ridícula. Nadie haría la sugerencia de que, por el espacio de un mes, toda persona adore solamente al Presidente Bush, o Fox, o Toledo.

En aquellos días, sin embargo, al emperador muchas veces se le trataba casi como un dios. En algunos casos, se difundía la idea de que era descendiente de uno de los dioses. Dentro de aquella sociedad, entonces, no era una idea tan extraña. Además de esto, serviría un propósito político. Ya que hacía poco que Darío había llegado a ser rey de Babilonia, sería una forma de que todos mostraran su lealtad hacia él.

Lo que para una cultura que adoraba a muchos dioses distintos sería fácil, para Daniel le resultó imposible. Veamos lo que sucedió cuando Daniel se percató del edicto que se había divulgado, leyendo el verso 10:

6:10 Cuando Daniel supo que el edicto había sido firmado, entró en su casa, y abiertas las ventanas de su cámara que daban hacia Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de su Dios, como lo solía hacer antes.

Así como lo hizo Daniel, como extranjeros, mantengamos vivo el amor para nuestra patria celestial. Las ventanas de la habitación de Daniel se habrían hacia Jerusalén. Éste no es simplemente un detalle decorativo. Daniel oraba hacia Jerusalén porque, aunque era buen siervo del imperio persa, su corazón estaba en la tierra santa.

Durante aquellos días bajo el antiguo pacto, la expresión del reino de Dios en la tierra era la nación de Israel. Dios era rey sobre su pueblo, aunque ellos muchas veces lo olvidaban. Al mantener en su memoria la ciudad de Jerusalén, Daniel expresaba más que el patriotismo; expresaba su amor por el Señor, cuyo templo estaba en Jerusalén.

Nosotros también tenemos una patria en la cual no vivimos actualmente. En las palabras del himno, “El mundo no es mi hogar; soy peregrino aquí”. Nosotros, como Daniel, vivimos en tierra ajena. ¡Cuán fácil es, sin embargo, olvidarnos de nuestra patria celestial!

El secreto de la fuerza de Daniel era su comunión tres veces al día con Dios. Al estar con Dios a diario, pidiendo por su pueblo, por la nación en la que se encontraba, por sabiduría, por conocimiento, Daniel encontró poder para vencer – a pesar de vivir en tierra extraña.

Hermanos, no descuidemos nuestro tiempo devocional con Dios. Sólo así podremos mantener prendido el fuego de nuestro amor por él. Si nos acordamos de nuestra patria celestial, y a diario guardamos nuestra cita frente al trono, hallaremos fuerza y poder para triunfar aquí en este mundo.

El reino de Dios es un reino eterno. Ahora bien, cuando alquilamos una casa, pagamos más para usarlo por dos meses que por un mes. Conforme más lo usemos, más vale. Imaginen, entonces, el valor de nuestra habitación en el cielo, que nunca se nos quitará. Tiene un valor infinito. Lo que podríamos ahorrar aquí en esta tierra, a comparación con la gloria del cielo, es como un juguete de plástico comparado con un diamante.

Daniel pudo haber justificado fácilmente un mes sin oración. Podría haber pensado que sería más importante cuidar su posición en Babilonia, donde tenía mucha influencia; y que por un mes Dios le perdonaría por no orar. El no hizo esto. No transigió frente al peligro. Por esta decisión, tuvo que pagar un precio.

Según la orden que había emitido el rey Darío, orden que – de acuerdo con las normas del imperio persa – no podía ser quebrantado, cualquier persona que desobedeciera la orden sería tirado a un foso de leones. Cuando los administradores fueron a Darío con el chisme de que Daniel había osado desobedecer la orden, el emperador se dio cuenta de la trampa que se había tendido.

Pasó el día entero buscando alguna salida para Daniel, pero no la pudo encontrar. Su propia firma en el decreto condenaba a su mejor consejero a morir de una forma sangrienta y cruel. Finalmente llegó la hora. Leamos el verso 16:

6:16 Entonces el rey mandó, y trajeron a Daniel, y le echaron en el foso de los leones. Y el rey dijo a Daniel: El Dios tuyo, a quien tú continuamente sirves, él te libre.

De alguna forma, no detecto en las palabras del rey mucha confianza. Sus acciones subsiguientes confirman su falta de fe en el Dios de Daniel. El texto nos dice que se acostó sin comer, sin las diversiones que eran derecho del rey, dando vueltas en la cama como si fuera de agujas.

Finalmente llegó el alba. El rey se levantó y corrió para ver lo que le había pasado a Daniel. Acercándose al foso, gritó: “Daniel, siervo del Dios viviente, ¿pudo tu Dios, a quien siempre sirves, salvarte de los leones?” ¿Respondería Daniel? ¿O quedaría de él sólo un montón de huesos? Veamos lo que nos dice el verso 21:

6:21 Entonces Daniel respondió al rey: Oh rey, vive para siempre.

¡El Dios de Daniel mostró su poder! Darío mismo vio las evidencias de la verdad de sus propias palabras – el Daniel vivo mostró que su Dios también está vivo. Al ver esto, el rey volvió el arma contra los que habían planeado la destrucción de Daniel. Ellos y sus familias fueron echados al foso – y no tocaron suelo, pues los leones tenían hambre.

Nuestro Dios es el Dios viviente, el Creador de cielo y tierra, el soberano sobre todos los poderes. Aunque su reino no es de este mundo, como dijo Jesús, sin embargo él reina en todas partes. Por esto, como extranjeros, confiemos en que nuestro Dios es poderoso para liberarnos.

A pesar de estar en tierra extraña, Daniel sabía que Dios era capaz de liberarlo. Nosotros también podemos tener la seguridad de que Dios es poderoso para librarnos cuando peligramos por serle fieles. Dios puede y quiere intervenir en nuestras vidas.

Cuando tu testimonio como creyente te obliga a hacer un sacrificio, puedes confiar en el poder de Dios para liberarte. Hay un costo en seguir a Cristo; pero nunca olvides que tu Dios es poderoso para intervenir y librarte, como lo hizo con Daniel.

Como extraños y peregrinos en esta tierra, nunca podremos estar totalmente contentos aquí. Sin embargo, conocemos al Dios verdadero, quien nos ha llamado a su patria celestial, y que nos protege y nos cuida durante nuestra vida aquí. ¿Qué más nos hace falta? Conocemos al Dios viviente, y tenemos un hogar celestial. Vivamos recordando siempre esta gran realidad.

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