Valor para creer


Valor para creer

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Valor para creer

Cierta noche, un hombre llamado Nicodemo llegó para entrevistar a Jesús. En el encuentro de Jesús con Nicodemo se encuentra una de las declaraciones más penetrantes de todas las edades. Jesús declaró: A menos que uno nazca de nuevo, no puede ver el Reino de Dios. Nicodemo no entendió lo que Jesús le quería decir.

La situación actual se parece a la del día de Jesús. Existe mucha confusión acerca del nacimiento espiritual al que se refirió Jesús. El hombre moderno insiste en negar la existencia de lo sobrenatural, y por ende rechaza cualquier creencia de la fe o de la religión que no tiene explicación racional. Todo debe de comprobarse dentro del laboratorio científico.

La fe en la Palabra de Dios y las declaraciones de Cristo que allí encontramos se consideran prehistóricas, una ayuda solamente para los ignorantes y faltos de educación.

Es, sin embargo, el simple Evangelio resumido en Juan 3:16 que trae perdón de pecados y vida eterna para cualquiera que confíe y crea. En las palabras del apóstol Pablo, “no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego” (Romanos 1:16).

En el mundo actual se necesita valor para creer el mensaje sencillo de salvación. El mundo científico, con pocas excepciones, se burla de nuestra fe. La persona religiosa se refugia en su tradición y nos llama “aleluyas” o algo peor. La persona carnal nos acusa de santurrones y aguafiestas. El reino de Dios ciertamente es de los valientes.

¿Cuáles son las cosas que, con valor, somos llamados a creer? Vamos a hablar de tres de ellas.

Cree en el nacimiento espiritual

Lectura: Juan 3:1-6, 16-18

3:1 Había un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, un principal entre los judíos.
3:2 Este vino a Jesús de noche, y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él.
3:3 Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.
3:4 Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?
3:5 Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.
3:6 Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.

3:16 Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.
3:17 Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.
3:18 El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios.

Aunque era maestro del Antiguo Testamento, Nicodemo ignoraba una realidad básica. El vino a Jesús de noche – quizás atraído por algo que vio en la persona de Jesús, quizás queriendo aclarar alguna duda teológica, quizás sólo para debatir con El. De todas formas, queda muy claro que Nicodemo pensaba que Jesús era sólo un maestro.

Jesús le hizo una declaración que lo dejó con la boca abierta. ¡Le dijo que había que nacer de nuevo! ¿Qué podría significar esta declaración tan extraordinaria? ¿Qué pensarías tú si alguien te dijera que tenías que nacer de nuevo?

Nicodemo se quedó sorprendido. ¿Cómo sería esto posible? El pensaba en términos físicos, pero Jesús le estaba hablando de un nacimiento espiritual. Ahora bien, hay dos clases de nacimiento. El primero es espiritual, y se describe con las palabras “nacer de agua” y “nacer de la carne” o “nacer del cuerpo”.

Este es el nacimiento que todos experimentamos al nacer físicamente en este mundo. En algún momento, nacimos físicamente. Para algunos fue hace más tiempo que para otros, pero a todos nos ha sucedido. Esto es lo que nos da vida física, vida humana, vida en este mundo.

Pero hay otra clase de nacimiento. Jesús lo describe usando las palabras “nacer del Espíritu”. Esto nos da vida espiritual. Así como todo ser humano debe nacer físicamente para tener vida corporal, así también tenemos que nacer espiritualmente si queremos tener vida espiritual.

¿Por qué es tan importante esta vida espiritual? Porque sólo hay dos destinos para el hombre. Cada uno de nosotros vivirá por siempre en uno de dos lugares: o estaremos en el cielo con Dios, adorándolo y sirviéndole por siempre; o estaremos separados de Dios por siempre, pagando en sufrimientos la pena de nuestros pecados.

Lo dice claramente el verso 18. El que cree no es condenado. Si hemos venido a Jesús con fe, arrepintiéndonos del pecado y aceptándole como Señor y Salvador, ya no estamos bajo la condenación de nuestros pecados.

Sin embargo, quien no acepta la salvación que Jesús le ofrece ya está bajo condenación. Sus propios pecados lo condenan, y no tiene escapatoria. A la condenación que merecen sus pecados se suma el agravio de menospreciar el sacrificio de Cristo y su oferta de perdón.

Si queremos escaparnos, entonces, de la condenación que merecen nuestros pecados, tenemos que creer en un nacimiento espiritual – un nacimiento que sucede por obra del Espíritu Santo en el momento de creer en Cristo. Hay una segunda cosa que debemos de creer:

Cree en una muerte de sacrificio

Lectura: Juan 19:16-18, 28-30

19:16 Así que entonces lo entregó a ellos para que fuese crucificado. Tomaron, pues, a Jesús, y le llevaron.
19:17 Y él, cargando su cruz, salió al lugar llamado de la Calavera, y en hebreo, Gólgota;
19:18 y allí le crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio.

19:28 Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba consumado, dijo, para que la Escritura se cumpliese: Tengo sed.
19:29 Y estaba allí una vasija llena de vinagre; entonces ellos empaparon en vinagre una esponja, y poniéndola en un hisopo, se la acercaron a la boca.
19:30 Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu.

De mi niñez recuerdo ver películas que representaban los sufrimientos que Jesús experimentó en la cruz. Me estremecía ver la sangre que derramó, la crueldad y el dolor que El sufrió. Recientemente, muchas personas han tenido la misma reacción al ver la película La pasión del Cristo.

Es bueno considerar la profundidad del sufrimiento físico de Jesús. La muerte de cruz es una muerte horrible. Todo el cuerpo queda afectado, incluyendo los sistemas respiratorios y de circulación. La víctima sufre grandemente antes de fallecer, largas horas o hasta días después.

A pesar de esto, al escribir su Evangelio, Juan no detalla todos los sufrimientos físicos. Quizás prefiere que nos enfoquemos más en los sufrimientos espirituales de Jesucristo. La Biblia nos dice que al que no conoció pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros (2 Corintios 5:21: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.”). Cuando Jesús colgaba en la cruz, toda la santa ira de Dios contra el pecado se vertió sobre El. Fue un sufrimiento incomprensible.

No sólo sufrió, sino que fue humillado. Los soldados le quitaron la túnica, y se la rifaron. Jesús fue expuesto a la multitud, separado de ellos por las burlas de los líderes, los soldados y quienes pasaban por allí.

A las tres de la tarde, Jesús declaró su separación del Padre. Gritó: “Elí, Elí, lemá sabactani?” (Mateo 27:46). Esto significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? Había sido abandonado por los líderes religiosos, por su familia, por sus discípulos, por sus amigos; ahora lo abandonaba su Padre.

El no fue abandonado por sus pecados, pues El vivió completamente sin pecado. Sólo El, de todas las personas que han vivido en esta tierra, tuvo el derecho de entrar libremente en el cielo. Fue totalmente inocente. Sin embargo, El voluntariamente experimentó el castigo que nuestro pecado merece, para que nosotros pudiéramos ser perdonados. El castigo nuestro estuvo sobre El.

Tras morir, El fue sepultado. Una gran piedra fue colocada sobre la entrada de la tumba, y dos guardias fuertes y bien armados tomaron sus lugares frente a ella. Sin embargo, ¡Jesús no se quedó en la tumba! Somos llamados a creer en una cosa tercera. Dios dice:

Creer en una resurrección sobrenatural

Lectura: Juan 20:1-9

20:1 El primer día de la semana, María Magdalena fue de mañana, siendo aún oscuro, al sepulcro; y vio quitada la piedra del sepulcro.
20:2 Entonces corrió, y fue a Simón Pedro y al otro discípulo, aquel al que amaba Jesús, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto.
20:3 Y salieron Pedro y el otro discípulo, y fueron al sepulcro.
20:4 Corrían los dos juntos; pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro, y llegó primero al sepulcro.
20:5 Y bajándose a mirar, vio los lienzos puestos allí, pero no entró.
20:6 Luego llegó Simón Pedro tras él, y entró en el sepulcro, y vio los lienzos puestos allí,
20:7 y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte.
20:8 Entonces entró también el otro discípulo, que había venido primero al sepulcro; y vio, y creyó.
20:9 Porque aún no habían entendido la Escritura, que era necesario que él resucitase de los muertos.

La Biblia declara que, al tercer día, Jesús resucitó de la tumba. La muerte, el infierno y la tumba fueron incapaces de detenerlo. El enemigo pensó haber vencido, pero nada podía detener a Jesús. El poder que resucitó a Jesús es un poder que nada puede detener.

Pablo dijo que deseaba profundamente, y hasta lo había perdido todo, “a fin de conocerle, y el poder de su resurrección” (Filipenses 3:10). El poder resucitador de Jesús es un poder vencedor. La Biblia declara en Romanos 8 que somos más que vencedores por medio del que nos amó (Romanos 8:37).

Es un poder que conquista la muerte, que conquista el pecado, que conquista a todo enemigo y nos hace libres. Es un poder que puede vivir en nosotros por medio de la fe. Cuando conocemos a Jesús, su poder vencedor obra en nuestra vida. Ese mismo poder que lo levantó de los muertos puede estar en nosotros también.

Ese poder es también un poder confirmador. Confirma que, así como Jesús resucitó, nosotros también resucitaremos. La muerte fue derrotada cuando El resucitó. La muerte no pudo retenerlo en la tumba. Esa muerte derrotada tampoco podrá retenernos a nosotros en la tumba.

Dios recreará, resucitará en Cristo a nuestros cuerpos mortales para vivir para siempre con El. Llegará un día en el que nosotros estaremos con Dios en un estado glorificado, y moraremos con El para siempre.

Cuando muere el creyente, su alma y espíritu entran en la presencia de Dios, pero su cuerpo espera la resurrección final. Cuando llegue ese día, todos los que hayan muerto en Cristo resucitarán, y los que aún vivan serán transformados; y así estaremos siempre con el Señor.

En aquella noche en Palestina, Nicodemo llegó buscando verdad espiritual con una mente espiritualmente ciega. No pudo comprender de lo que hablaba Jesús al principio. Su mente terrenal no estaba preparada para las verdades celestiales que Jesús compartió.

La Biblia nos revela, sin embargo, que Nicodemo luego llegó a creer en Jesús. Nació de nuevo. Tú también lo puedes hacer. Si nunca lo has hecho, reconoce hoy que debes de nacer de nuevo. Reconoce que Cristo murió por ti, y que resucitó también.

Los pasos para llegar a Dios son sencillos. Reconoce que eres pecador, y arrepiéntete de tus pecados. Cree que Jesús es el Hijo de Dios, y acepta su oferta de perdón. Confiésale como tu Señor y Salvador, y serás salvo. Si tú lo buscas, Dios te dará el valor para creer.

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