El libro de Ester
El libro de Ester, contenido en el libro que lleva su nombre en el Antiguo Testamento, es una de las narraciones más singulares y profundamente significativas de toda la Biblia. A diferencia de otros libros, el nombre de Dios no se menciona explícitamente en sus diez capítulos, lo que ha provocado discusiones teológicas a lo largo de los siglos.
Sin embargo, su ausencia aparente no significa que Dios esté ausente en la historia. Por el contrario, el libro de Ester muestra con una claridad sorprendente cómo la providencia divina puede obrar detrás de los acontecimientos humanos, y cómo el valor, la fe y la obediencia pueden convertirse en instrumentos de salvación para un pueblo entero.
Todo comienza en el imperio persa durante el reinado del rey Asuero, conocido históricamente como Jerjes I. Este poderoso monarca gobernaba sobre 127 provincias, desde la India hasta Etiopía. En el tercer año de su reinado, ofreció un banquete espectacular de ciento ochenta días para mostrar la riqueza de su reino y la gloria de su majestad (Ester 1:3-4).
Posteriormente, organizó otro banquete de siete días para todo el pueblo que vivía en la ciudadela de Susa. En medio de esta celebración, mandó traer a la reina Vasti para mostrar su belleza a los invitados, “porque ella era hermosa” (Ester 1:11). Sin embargo, Vasti se negó a obedecer el mandato del rey, lo que causó un escándalo en la corte. Como resultado, fue destituida como reina, lo cual marcó el inicio de una cadena de eventos divinamente orquestados.
Después de esta destitución, se hizo un llamado a todas las provincias del reino para buscar a las mujeres vírgenes más hermosas, a fin de encontrar una nueva reina que reemplazara a Vasti (Ester 2:2-4). En ese contexto aparece Ester, una joven judía llamada Hadassá, quien vivía en Susa bajo el cuidado de su primo Mardoqueo, pues había quedado huérfana (Ester 2:7).
Ester era hermosa en gran manera, y fue llevada junto con otras doncellas al palacio real para ser preparada durante un año antes de presentarse ante el rey (Ester 2:12). Durante este tiempo, Mardoqueo le instruyó que no revelara su identidad judía (Ester 2:10), consejo que ella obedeció fielmente.
Cuando llegó el turno de Ester para presentarse ante el rey, “halló gracia ante sus ojos más que todas las demás vírgenes” (Ester 2:17). Asuero la amó más que a ninguna otra y le puso la corona real, proclamándola reina en lugar de Vasti. Esta elección no fue un simple resultado de belleza o suerte; fue parte del plan providencial de Dios para colocar a Ester en una posición de influencia en el momento justo.
Mientras tanto, Mardoqueo descubrió una conspiración para asesinar al rey y lo denunció, salvando la vida del monarca. Este acto fue registrado en el libro de las crónicas reales, aunque en ese momento no se le dio reconocimiento alguno (Ester 2:21-23).
En este punto aparece el antagonista de la historia: Amán, un alto funcionario a quien el rey honró por encima de todos los príncipes (Ester 3:1). El rey ordenó que todos se inclinaran ante Amán, pero Mardoqueo se negó a hacerlo por ser judío (Ester 3:2-4). Esto enfureció a Amán, quien no solo deseó castigar a Mardoqueo, sino que maquinó un plan para exterminar a todo el pueblo judío dentro del imperio.
Lanzó suertes (pur) para elegir la fecha más propicia, y finalmente logró convencer al rey de que había un pueblo “esparcido y distribuido entre los pueblos de todas las provincias del reino, cuyas leyes son diferentes de las de todo pueblo… y no guardan las leyes del rey” (Ester 3:8). El rey le entregó su anillo, permitiéndole sellar un edicto que autorizaba la destrucción total de los judíos en una fecha específica, el día 13 del mes de Adar (Ester 3:13).
La ciudad de Susa cayó en confusión ante esta noticia, y Mardoqueo, al enterarse del edicto, rasgó sus vestidos, se vistió de cilicio y clamó a gran voz en la plaza (Ester 4:1). Ester se enteró del lamento de su primo e intentó enviarle ropas, pero él las rechazó. Entonces le mandó a decir la causa de su aflicción y le pidió que intercediera ante el rey (Ester 4:8). Pero Ester temía por su vida, ya que estaba prohibido presentarse ante el rey sin ser llamado, bajo pena de muerte, a menos que el rey extendiera su cetro (Ester 4:11).
La respuesta de Mardoqueo en Ester 4:13-14 es uno de los momentos más poderosos de la Escritura: “No pienses que escaparás en la casa del rey más que cualquier otro judío. Porque si callas absolutamente en este tiempo, respiro y liberación vendrán de alguna otra parte para los judíos; pero tú y la casa de tu padre pereceréis. ¿Y quién sabe si para esta hora has llegado al reino?” Estas palabras movieron a Ester profundamente. Entonces respondió: “Ve, reúne a todos los judíos que se hallan en Susa, y ayunad por mí… y así entraré a ver al rey, aunque no sea conforme a la ley; y si perezco, que perezca” (Ester 4:16).
Al tercer día del ayuno, Ester se presentó ante el rey, y “el rey extendió a Ester el cetro de oro que tenía en la mano. Entonces se acercó Ester y tocó la punta del cetro” (Ester 5:2). El rey le ofreció concederle cualquier cosa, incluso hasta la mitad del reino. Sin embargo, Ester actuó con sabiduría: no reveló su petición de inmediato, sino que lo invitó a él y a Amán a un banquete. En el banquete, el rey repitió su oferta, pero Ester lo volvió a postergar, invitándolos a un segundo banquete (Ester 5:7-8).
Amán, en su orgullo, se sintió honrado por la invitación de la reina, pero su alegría se desvaneció cuando volvió a ver a Mardoqueo sentado en la puerta del palacio sin inclinarse. Lleno de furia, mandó construir una horca de 50 codos para colgar a Mardoqueo (Ester 5:14). Pero Dios intervino de manera providencial. Esa noche, el rey no pudo dormir y pidió que le leyeran el libro de las crónicas. Al hacerlo, se dio cuenta de que Mardoqueo nunca había sido recompensado por haberle salvado la vida (Ester 6:1-3).
A la mañana siguiente, el rey preguntó a Amán qué se debía hacer con un hombre a quien el rey deseaba honrar. Pensando que hablaba de él mismo, Amán sugirió una procesión pública, vestido con ropas reales y montado en el caballo del rey (Ester 6:6-9). Para su humillación, el rey le ordenó hacer exactamente eso con Mardoqueo, su enemigo (Ester 6:10-11).
Durante el segundo banquete, Ester finalmente reveló su identidad y suplicó por su vida y la de su pueblo. “Si he hallado gracia ante tus ojos, oh rey… sea dada mi vida por mi petición, y mi pueblo por mi demanda” (Ester 7:3). El rey, sorprendido, preguntó: “¿Quién es, y dónde está el que ha ensoberbecido su corazón para hacer esto?” (Ester 7:5).
Ester señaló a Amán como el enemigo y adversario. El rey, furioso, salió al jardín, y cuando regresó, encontró a Amán rogando a Ester sobre el lecho donde ella estaba. Esto aumentó la ira del rey, quien ordenó que Amán fuera colgado en la horca que había preparado para Mardoqueo (Ester 7:9-10).
Aunque Amán había muerto, el decreto seguía en pie, pues una ley sellada con el anillo del rey no podía ser revocada. Entonces Ester y Mardoqueo redactaron un nuevo decreto que permitía a los judíos defenderse de sus enemigos (Ester 8:11). El día señalado llegó, y los judíos triunfaron sobre sus adversarios. No solo se defendieron con éxito, sino que “muchos de entre los pueblos de la tierra se hicieron judíos, porque el temor de los judíos había caído sobre ellos” (Ester 8:17).
La victoria fue celebrada con gozo, banquetes y alegría. A raíz de estos eventos, Mardoqueo estableció la fiesta de Purim para conmemorar cómo el lamento se convirtió en gozo, y el duelo en día de fiesta (Ester 9:22). “Estos días deberían ser recordados y celebrados por cada generación, familia, provincia y ciudad” (Ester 9:28).
El libro concluye describiendo la grandeza de Mardoqueo, quien fue promovido al segundo lugar después del rey Asuero. “Porque Mardoqueo el judío fue el segundo después del rey Asuero, y grande entre los judíos, y estimado por la multitud de sus hermanos, porque procuraba el bienestar de su pueblo y hablaba paz para todo su linaje” (Ester 10:3).
La historia de libro de Ester nos recuerda que aun cuando Dios parece estar ausente, Él está obrando en los detalles invisibles. Ester fue puesta en su lugar “para tal tiempo como este” no solo para salvarse a sí misma, sino para interceder por todo su pueblo. Es un llamado a no callar ante la injusticia, a actuar con valentía incluso cuando la ley o el miedo amenazan, y a creer que la obediencia puede abrir las puertas a la redención.
Así, el libro de Ester permanece como un testimonio poderoso de la fidelidad divina, la importancia de permanecer firmes en la fe, y el impacto que puede tener una sola persona cuando se pone en manos de Dios, aun sin verlo. Porque, como enseñó Mardoqueo, si callamos, la liberación vendrá por otro medio, pero nosotros habremos perdido la oportunidad de ser parte de la historia del Reino.
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