Un Dios y un pretendiente
Roberto Ingersoll fue un conocido orador de antaño que era célebre por atacar el concepto de la fe en Dios. En cierta ocasión, se le invitó a dar un discurso sobre el infierno. Él declaró confiadamente que mostraría sin lugar a duda que el infierno era un invento de ciertos teólogos manipuladores que lo usaban para espantar a los crédulos.
Apenas iba a comenzar su discurso cuando un hombre, medio ebrio, se levantó de su asiento al frente del auditorio y le dijo: Dale fuerte, Roberto. Somos muchos los que dependemos de ti. Si tú estás equivocado, todo está perdido. Así que, compruébalo a más no poder.
Yo no sé cómo respondió Ingersoll a este reto, pero me imagino que dentro de la mente de varios de los presentes pasó la misma idea: ¿qué tal si no lo podía comprobar? ¿Qué tal, efectivamente, si Ingersoll estaba equivocado? Literalmente, todos estarían perdidos.
El tema del infierno es uno que a nadie le gusta mencionar. Sin embargo, Jesucristo tuvo más que decir acerca del infierno que del cielo, interesantemente. Obviamente, era importante para él.
¿Por qué es importante el tema del infierno? Por dos razones. En primer lugar, si Dios es santo, es necesario que él castigue la maldad. La realidad del infierno nace de la santidad y la pureza de Dios.
En segundo lugar, nuestro propio destino eterno depende de la forma en que respondemos a Jesucristo. Podemos cuidarnos la salud para vivir más tiempo sobre la tierra; podemos ahorrar para tener un retiro mejor; pero si no nos hemos preparado para lo que vendrá después de la muerte, somos los más desdichados de los hombres. Tenemos que escoger.
En la vida del profeta Elías encontramos un enfrentamiento que nos demuestra la importancia de servir al Dios correcto. En esta historia, encontramos a un Dios y un pretendiente.
Para nosotros, puede haber muchos pretendientes al puesto de dios en nuestra vida. Algunos nos sentimos tentados a servir a los ídolos; otros hacemos un dios del dinero, del placer, del éxito o de alguna otra cosa.
Ninguna de estas cosas, sin embargo, puede ocupar el lugar de Dios en nuestra vida. Si tratamos de hacer de alguno de ellos un dios postizo, llegaremos al fracaso. Esto se demostró con claridad al pueblo de Israel, y lo tenemos que entender nosotros también.
No fue fácil seguir a Dios en días de Elías tampoco. La religión impuesta por el rey, la adoración de Baal, estaba completamente opuesta a la verdad. Notamos algo muy importante, sin embargo, algo que nos debe dar aliento en toda situación. Veámoslo.
Lectura: 1 Reyes 18:1-15
18:1 Pasados muchos días, fué palabra de Jehová á Elías en el tercer año, diciendo: Ve, muéstrate á Achâb, y yo daré lluvia sobre la haz de la tierra.
18:2 Fué pues Elías á mostrarse á Achâb. Había á la sazón grande hambre en Samaria.
18:3 Y Achâb llamó á Abdías su mayordomo, el cual Abdías era en grande manera temeroso de Jehová;
18:4 Porque cuando Jezabel destruía á los profetas de Jehová, Abdías tomó cien profetas, los cuales escondió de cincuenta en cincuenta por cuevas, y sustentólos á pan y agua.
18:5 Y dijo Achâb á Abdías: Ve por el país á todas las fuentes de aguas, y á todos los arroyos; que acaso hallaremos grama con que conservemos la vida á los caballos y á las acémilas, para que no nos quedemos sin bestias.
18:6 Y partieron entre sí el país para recorrerlo: Achâb fué de por sí por un camino, y Abdías fué separadamente por otro.
18:7 Y yendo Abdías por el camino, topóse con Elías; y como le conoció, postróse sobre su rostro, y dijo: ¿No eres tú mi señor Elías?
18:8 Y él respondió: Yo soy; ve, di á tu amo: He aquí Elías.
18:9 Pero él dijo: ¿En qué he pecado, para que tú entregues tu siervo en mano de Achâb para que me mate?
18:10 Vive Jehová tu Dios, que no ha habido nación ni reino donde mi señor no haya enviado á buscarte; y respondiendo ellos: No está aquí, él ha conjurado á reinos y naciones si no te han hallado.
18:11 ¿Y ahora tú dices: Ve, di á tu amo: Aquí está Elías?
18:12 Y acontecerá que, luego que yo me haya partido de ti, el espíritu de Jehová te llevará donde yo no sepa; y viniendo yo, y dando las nuevas á Achâb, y no hallándote él, me matará; y tu siervo teme á Jehová desde su mocedad.
18:13 ¿No ha sido dicho á mi señor lo que hice, cuando Jezabel mataba á los profetas de Jehová: que escondí cien varones de los profetas de Jehová de cincuenta en cincuenta en cuevas, y los mantuve á pan y agua?
18:14 ¿Y ahora dices tú: Ve, di á tu amo: Aquí está Elías: para que él me mate?
18:15 Y díjole Elías: Vive Jehová de los ejércitos, delante del cual estoy, que hoy me mostraré á él.
Recordemos la situación bajo el reinado de Acab. Este rey malvado, junto con su esposa Jezabel, había llevado al reino de Israel a adorar a Baal, el dios falso de varios pueblos circundantes.
Al parecer, Acab no fue líder en su hogar. Al abdicar el liderazgo espiritual del hogar, permitió que su esposa tratara de acabar con la adoración al Señor. En otras historias, vemos también a Acab como un niño malcriado que, ante todo, quiere salirse con la suya.
Jezabel había emprendido el proyecto de acabar con la adoración al Señor en toda la tierra de Israel. Como Stalin, como Mao, como Pol Pot, había decidido que la sociedad no podría avanzar hasta que el nombre del Señor ya no se nombrara en Israel. Seguramente creía que la adoración de Jehová representaba una religión retrógrada cuyo abandono significaría el avance y la prosperidad del pueblo.
Muchas veces, bajo nombre del progreso, se introducen conceptos que no representan más que el mismo paganismo viejo de siempre, el mismo puerco maquillado que no ha traído felicidad a la humanidad antes y no lo hará ahora. El aborto, la destrucción de embriones humanos para fines científicos y la “liberación” sexual no nos llevarán al paraíso.
Así era la corte de Acab y Jezabel. Pensando progresar a la prosperidad bajo Baal, habían más bien condenado a Israel a una sequía de tres años. Notamos, sin embargo, que dentro de la misma corte había un hombre – Abdías – que adoraba a Jehová. Esto nos lleva a nuestro primer principio:
En medio de la peor situación, Dios tiene sus fieles
Dentro de la corte real más corrupta y pagana que había visto Israel hasta aquella fecha, había un hombre que amaba a Dios y que arriesgó su vida por proteger a los profetas del Dios verdadero. Cuando Jezabel emprendió su campaña de purificación, tratando de quitar de la tierra cualquier rastro de adoración al Señor, Abdías se encargó de esconder a cien de los profetas del Señor en cuevas y alimentarlos.
Sin embargo, podemos saber – así como en días de Elías – que Dios tiene sus siervos, y muchas veces se encuentran en los lugares más inesperados. No te desesperes. No estás solo en seguir al Señor. Hay millones de otras personas de buen corazón que se están arriesgando por servir al mismo Señor que tú amas y sirves.
Hay, sin embargo, otra cosa muy interesante que notamos. Es la falta de confianza que existió entre Abdías y Elías cuando se encontraron. Elías le pidió a Abdías que llamara a su amo, el rey; pero Abdías temía lo que podría suceder.
Era lógico, en realidad. Elías era una figura muy misteriosa. Después de darle a Acab su amonestación, como vimos la semana pasada, Elías desapareció. Aunque lo buscaron, no lo pudieron hallar en ninguna parte.
Abdías pensaba, entonces, que fácilmente podría hacer lo mismo ahora. Fácilmente podría desparecer antes de que Abdías pudiera regresar con su amo. Si esto sucediera, Abdías enfrentaría solo toda la ira de un Acab irritable y frustrado.
Creo que muchas veces se presenta la misma desconfianza entre creyentes a quienes Dios ha llamado a distintos ministerios. Una persona que tiene distintas costumbres, distintas formas de alabar, o distintas maneras de compartir el evangelio, puede parecernos un poco extraño y desconfiamos de ella.
Debemos de recordar, sin embargo, que – como dijo Jesús – el que no está en contra de nosotros está con nosotros. Debemos de unirnos en la lucha contra el enemigo y dejar atrás la desconfianza. El Espíritu nos da discernimiento para reconocer a los verdaderos siervos del Señor, y a ellos nos debemos de unir.
Bueno, Abdías finalmente confió en Elías, y llamó a Acab. Leamos lo que sucedió entonces.
Lectura: 1 Reyes 18:16-21
18:16 Entonces Abdías fué á encontrarse con Achâb, y dióle el aviso; y Achâb vino á encontrarse con Elías.
18:17 Y como Achâb vió á Elías, díjole Achâb: ¿Eres tú el que alborotas á Israel?
18:18 Y él respondió: Yo no he alborotado á Israel, sino tú y la casa de tu padre, dejando los mandamientos de Jehová, y siguiendo á los Baales.
18:19 Envía pues ahora y júntame á todo Israel en el monte de Carmelo, y los cuatrocientos y cincuenta profetas de Baal, y los cuatrocientos profetas de los bosques, que comen de la mesa de Jezabel.
18:20 Entonces Achâb envió á todos los hijos de Israel, y juntó los profetas en el monte de Carmelo.
18:21 Y acercándose Elías á todo el pueblo, dijo: ¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él. Y el pueblo no respondió palabra.
Acab, el cínico, pretende culpar a Elías de la sequía que ha llegado sobre Israel. Fíjense que esta estrategia es muy común. Cuando algo no va bien, la persona del mundo pretende echarle la culpa a la persona espiritual. Cuando Roma quemó, Nerón culpó a los cristianos.
Hoy en día, es increíble notar la forma en que muchas personas proyectan sus fallas sobre nosotros. Son incapaces de ver sus propias fallas, y más bien insisten en culpar al creyente de los problemas del mundo.
Elías no dejó a Acab en su error. Aclaró que el problema no lo había sido causado Elías, como profeta del Señor, sino más bien Acab y su desobediencia. No es popular pregonar el mensaje de juicio. Sin embargo, es esencial que quede claro que la culpabilidad es de quienes lo ignoran, no de quienes lo predican.
Elías, entonces, retó a Acab. Recordemos que Baal era el dios de la lluvia. Lógicamente, el trueno se consideraba una de sus herramientas. Elías ya había mostrado que Baal era impotente al anunciar que no llovería. Ahora pone la prueba de la forma más fácil para Baal.
Elías ordena al pueblo que traigan dos bueyes. Uno de los bueyes se colocó en pedazos sobre el altar de Baal, y el otro lo pondría Elías sobre el altar del Señor. Leamos lo que sucedió entonces.
Lectura: 1 Reyes 18:26-29
18:26 Y ellos tomaron el buey que les fué dado, y aprestáronlo, é invocaron en el nombre de Baal desde la mañana hasta el medio día, diciendo: ¡Baal, respóndenos! Mas no había voz, ni quien respondiese; entre tanto, ellos andaban saltando cerca del altar que habían hecho.
18:27 Y aconteció al medio día, que Elías se burlaba de ellos, diciendo: Gritad en alta voz, que dios es: quizá está conversando, ó tiene algún empeño, ó va de camino; acaso duerme, y despertará.
18:28 Y ellos clamaban á grandes voces, y sajábanse con cuchillos y con lancetas conforme á su costumbre, hasta chorrear la sangre sobre ellos.
18:29 Y como pasó el medio día, y ellos profetizaran hasta el tiempo del sacrificio del presente, y no había voz, ni quien respondiese ni escuchase;
A pesar de todos sus intentos, no hubo ninguna respuesta al clamor de los profetas de Baal. Intentaron llamar la atención de su dios de cualquier forma, pero no lo pudieron hacer. Quedó claro que Baal no tenía poder para responder.
Ahora le tocaba a Elías. Veamos lo que hizo él.
Lectura: 1 Reyes 18:30-40
18:30 Elías dijo entonces á todo el pueblo: Acercaos á mí. Y todo el pueblo se llegó á él: y él reparó el altar de Jehová que estaba arruinado.
18:31 Y tomando Elías doce piedras, conforme al número de las tribus de los hijos de Jacob, al cual había sido palabra de Jehová, diciendo: Israel será tu nombre;
18:32 Edificó con las piedras un altar en el nombre de Jehová: después hizo una reguera alrededor del altar, cuanto cupieran dos satos de simiente.
18:33 Compuso luego la leña, y cortó el buey en pedazos, y púsolo sobre la leña.
18:34 Y dijo: Henchid cuatro cántaros de agua, y derramadla sobre el holocausto y sobre la leña. Y dijo: Hacedlo otra vez; y otra vez lo hicieron. Dijo aún: Hacedlo la tercera vez; é hiciéronlo la tercera vez.
18:35 De manera que las aguas corrían alrededor del altar; y había también henchido de agua la reguera.
18:36 Y como llegó la hora de ofrecerse el holocausto, llegóse el profeta Elías, y dijo: Jehová Dios de Abraham, de Isaac, y de Israel, sea hoy manifiesto que tú eres Dios en Israel, y que yo soy tu siervo, y que por mandato tuyo he hecho todas estas cosas.
18:37 Respóndeme, Jehová, respóndeme; para que conozca este pueblo que tú, oh Jehová, eres el Dios, y que tú volviste atrás el corazón de ellos.
18:38 Entonces cayó fuego de Jehová, el cual consumió el holocausto, y la leña, y las piedras, y el polvo, y aun lamió las aguas que estaban en la reguera.
18:39 Y viéndolo todo el pueblo, cayeron sobre sus rostros, y dijeron: ¡Jehová es el Dios! ¡Jehová es el Dios!
18:40 Y díjoles Elías: Prended á los profetas de Baal, que no escape ninguno. Y ellos los prendieron; y llevólos Elías al arroyo de Cisón, y allí los degolló.
Para que la prueba fuera más convincente, Elías mandó poner litros de agua sobre el sacrificio y el altar. Elías tampoco tuvo que gritar, llorar, cortarse o hacer cualquiera de las otras cosas que hicieron los sacerdotes de Baal.
Más bien, con una sencilla oración, llamó al Señor – y el Señor respondió. El fuego cayó del cielo, y quedó comprobado quién era el Dios verdadero. El pretendiente Baal quedó totalmente avergonzado. Se mostró que no tenía poder para responder.
Luego sigue un evento muy sangriento. Los sacerdotes de Baal son acorralados para ser matados. ¿Por qué fue necesario esto? ¿No pudo Dios perdonarles la vida?
Si meditamos por un momento sobre este evento, podemos ver la razón. Para empezar, tenemos que reconocer que esto sucedió en Israel, cuna de la revelación divina. Estos hombres seguramente tenían algún conocimiento de la Palabra de Dios, pero lo habían rechazado por las ventajas que había en seguir a Baal.
No sólo habían dejado atrás a Dios, sino que estaban llevando consigo a las multitudes. Por esta gran culpabilidad, y para evitar que volvieran a engañar al pueblo, fue necesario que murieran.
Por esto, el llamado de Elías al pueblo de Israel es tan urgente hoy como lo fue hace 2.800 años. ¿Hasta cuando van a seguir indecisos? Si el Dios verdadero es el Señor, deben seguirlo.
En medio de un mundo que nos ofrece mil opciones, sólo uno es el Dios verdadero. Sólo al Señor debemos de seguir. Dios nos está llamando hoy a escoger entre él y los demás. Y tú, ¿a cuál escoges?