Liberación incompleta


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Liberación incompleta

Una de las cárceles más famosas del mundo es la del Alcatraz, localizada en una isla a dos kilómetros de la costa de California. Hoy en día esta cárcel es una atracción turística, pero en sus años de operación – de los años 30 a 60 del siglo pasado – era conocida como el lugar al que se enviaban los prisioneros más peligrosos y endurecidos.

Según los registros oficiales, nadie logró escaparse del Alcatraz. Se hicieron varios intentos a través de los años, sin embargo. Aunque algunos prisioneros lograron escaparse de la prisión misma usando diferentes estratagemas, los que alcanzaban a salir de la isla pronto perecían en las frías y desconocidas corrientes de la Bahía de San Francisco.

Esta famosa cárcel nos da una imagen de la persona oprimida por las fuerzas de la maldad. Aunque de alguna forma logre escapar, su liberación será incompleta a menos que alguien más fuerte lo proteja. Al igual que aquellos prisioneros, su situación final será peor que la inicial.

Todos tenemos la necesidad de alguna clase de liberación. Algunos lo sentimos, y otros no; algunos se sienten encerrados, pero no conocen la identidad de su carcelero. En los días en que Jesús anduvo sobre la tierra, muchas personas se creían libres.

Jesús les dijo que eran, en realidad, esclavos. Sus palabras fueron éstas: «Ciertamente les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado» (Juan 8:34). El pecado tiene una variedad de efectos sobre nosotros, pero todos sus efectos son destructivos. Muchas veces, sin embargo, cometemos el error de confundir alguno de los efectos secundarios del pecado con nuestro problema principal.

Señalamos con el dedo a los demás, señalamos nuestras circunstancias, señalamos a nuestra familia – cualquier cosa menos el pecado que está en nosotros mismos. Si pensamos en la liberación, pensamos en ser libres de esas cosas.

No encontraremos la liberación verdadera de esta forma. Es sumamente importante que entendamos que existen formas de liberación incompletas. Si llegamos a ser libres de algún problema secundario, pero no se resuelve nuestro problema básico, no somos libres en verdad.

Jesús nos habla acerca de esto en la lectura de hoy. Nos da un mensaje claro y contundente acerca de la forma en que podemos quedar realmente libres.

Lectura: Lucas 11:24-28

11:24 Cuando el espíritu inmundo saliere del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo; y no hallándolo, dice: Me volveré á mi casa de donde salí.
11:25 Y viniendo, la halla barrida y adornada.
11:26 Entonces va, y toma otros siete espíritus peores que Él; y entrados, habitan allí: y lo postrero del tal hombre es peor que lo primero.
11:27 Y aconteció que diciendo estas cosas, una mujer de la compañía, levantando la voz, le dijo: Bienaventurado el vientre que te trajo, y los pechos que mamaste.
11:28 Y Él dijo: Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan.

Jesús acababa de liberar a un endemoniado, pero algunas personas le acusaban de hacerlo por el poder de Satanás. Después de defenderse mostrando lo ridículo de tal acusación, Jesús se dirigió a la situación de los exorcistas que existían en aquellos tiempos.

El no negó que otras personas podrían lograr, de alguna manera, expulsar a un demonio. Es muy importante reconocer esto. Jesús señaló, más bien, la condición final de la persona, y nos demuestra que esto es lo realmente importante.

Otros pueden expulsar a un demonio, Jesús indica; sin embargo, si nada toma el lugar que ocupaba el demonio en la vida de la persona, regresará con varios de sus compañeros – y la situación final de la persona será mil veces peor que su condición inicial.

Sería como la situación de alguna persona enferma con un cáncer que se ha empezado a difundir por todo el cuerpo. Si algún cirujano quita el tumor más grande, es muy probable que la persona sienta un alivio instantáneo. Sin embargo, si no se hace ningún tratamiento para destruir las otras células cancerosas, la persona quedará peor, con el avance del cáncer.

Jesús aplica esta realidad directamente a la situación de una persona que ha sido liberada de la opresión de un demonio, pero podemos hacer una aplicación más amplia. En cualquier situación de la vida, otros pueden traer una liberación aparente, pero sólo Jesucristo nos puede librar de verdad.

Recordemos lo que sucedió cuando Moisés, el siervo de Dios, sacó a los hijos de Israel de su esclavitud en Egipto. Dios lo mandó a confrontar al Faraón y decirle que dejara ir al pueblo. Como señal de que realmente venía con un mensaje de Dios, Moisés pudo realizar milagros ante el Faraón.

En uno de sus encuentros con el Faraón, la vara de su hermano Aarón se convirtió en una serpiente. El Faraón, sin embargo, llamó a sus propios hechiceros, quienes realizaron el mismo prodigio. La vara de Aarón hecha serpiente se tragó las serpientes de los magos egipcios.

Lo que notamos es que existe poder en el mundo que no es de Dios. Puede realizar aparentes milagros. Puede beneficiar, al parecer, al hombre. La pregunta importante es la que Jesús nos enseña a hacer: ¿cuál es la condición final de la persona?

Algunas personas buscan poder para la liberación en la santería. Creen que han sido sanados o protegidos de algún peligro por medio de las influencias de una persona con supuestos poderes. En muchos de estos casos, descubren luego que las personas que aparentemente los sanaban en realidad no hicieron nada, y que su dinero se ha perdido.

Pero, ¿qué decimos de los casos en que realmente quedan sanos? ¿Qué sucede cuando, mediante el poder oculto, realmente alcanzan una sanidad? Tenemos que considerar lo que sucede a largo plazo. Estas cosas pueden servir como puerta abierta al enemigo, permitiendo que él entre en sus vidas. Pueden terminar con la salud restaurada y la familia destruida. Pueden terminar con el cuerpo sano y el alma perdida.

Las religiones falsas parecen ayudar a algunas personas, pero nos tenemos que preguntar: ¿cuál es el resultado final? ¿Qué caso tiene que alguien deje de tomar, por ejemplo, si termina alejado de la salvación que sólo Cristo ofrece? ¿En qué le beneficiará haberse librado de un problema, si se queda con otro peor?

Podríamos mencionar otras formas en que las personas buscan encontrar la liberación: mediante la astrología, mediante ciertas clases de psicología que no admiten la existencia de Dios, mediante la teosofía o las sectas, pero… ¿cuál es su destino final? ¿Hasta dónde los lleva?

Si tú has considerado alguna de estas cosas, reflexiona: ¿hasta dónde te llevarán? ¿Te traerán liberación final? La liberación incompleta puede ser peor que ninguna liberación, pues puede resultar en una peor esclavitud.

Sólo hay uno que puede liberar en realidad. Se llama Jesucristo. El mismo dijo: «Si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres» (Juan 8:36). Cristo es el hombre fuerte que es capaz de echar fuera las fuerzas del mal y evitar que regresen jamás. Si experimentamos la liberación de Cristo, seremos realmente libres.

En lugar de dejar tu vida barrida y lista para una invasión aun peor de espíritus malignos, Jesús llenará tu vida con su poder y te hará libre para siempre. Ofrece librarte de los vicios, de la amargura, del afán, de la inseguridad, de la condenación y la separación de Dios.

En la primaria, siempre hay algún niño conocido como abusón. Se aprovecha de los niños más pequeños para quitarles la propina, la comida o los juguetes. Espera el momento apropiado para acosarlos y quitarles sus pertenencias. Todo niño necesita un hermano mayor que lo proteja del abusón.

El diablo es ese abusón, que busca a cualquiera que esté indefenso para quitarle la esperanza, la felicidad, la paz y hasta la vida. Lo bueno es que Jesucristo puede ser aquel hermano mayor, fuerte, que nos defiende de los ataques del enemigo.

Nosotros solos no podemos. Sin Cristo, somos indefensos. Con Cristo, somos libres de verdad. Cristo no solamente nos puede traer la liberación, sino que la trae de una forma definitiva, una forma total, una forma perfecta.

Hay, sin embargo, una cosa que tenemos que entender acerca de esta liberación. Es que tenemos que entregarnos por completo a Cristo para recibirla. Jesús nos enseña esto en los últimos dos versos que leímos.

Una mujer que estaba presente se identificó con la madre de Jesús, queriendo quizás ser como ella. Consideró que no habría bendición más grande que la de ser madre de nuestro Salvador. Jesús le señaló que lo más importante no es la descendencia física. Ninguna persona recibiría bendición simplemente por tener una relación de sangre con Jesús.

La bendición, más bien, viene de oír y obedecer la Palabra de Dios que El vino a traer. Si queremos experimentar la liberación que Jesús nos vino a ofrecer, tenemos que entregarnos por completo a El. Tenemos que dejar que El tome el control de nuestra vida y sea nuestro Señor y nuestro guía.

No basta con simplemente conocer algo de El, o tener algunos sentimientos positivos hacia El, o asistir de vez en cuando a la iglesia. Jesús nos llama a un compromiso total. El evangelista Billy Graham dijo en alguna ocasión que muchas personas han sido vacunadas con el evangelio.

Con esto daba a entender que han oído lo suficiente acerca de Jesús como para pensar que están bien con El, cuando en realidad no lo están. Una vacuna consiste en suficiente cantidad de la enfermedad como para traer resistencia a la infección, sin causar la infección misma.

De igual manera, puede ser que hayas oído algo acerca de Jesús, que tus padres te hayan criado con algún conocimiento de El, y pienses que ya lo conoces y estás bien con El. ¿Has aceptado a Cristo en realidad? ¿O has sido simplemente vacunado con el evangelio?

Si permites que Cristo entre a la casa de tu corazón, serás realmente libre. Permitirle entrar no significa simplemente colgar un crucifijo en la pared. Significa darle el control de tu vida, permitir que El te guíe en todo lo que haces, someterte a El.

¿Eres libre? La libertad verdadera sólo viene a través de Jesús. Hay una gran ironía en la vida. Es el hecho de que sólo podemos ser verdaderamente libres si somos esclavos. Me explico: todos somos esclavos de algo o de alguien. Si vivimos en pecado, entonces somos esclavos del pecado – y nuestro amo nos conducirá a la muerte.

En cambio, si recibimos a Cristo como Señor y Salvador, si aceptamos que El sea nuestro amo, seremos realmente libres para vivir la vida como Dios la diseñó. Seremos libres para realizar nuestro potencial y para vivir para siempre con Dios.

¿Eres libre? Si no lo eres, te invito hoy a experimentar la libertad que Cristo puede traerte. El está llamándote. Sólo tienes que aceptar su salvación y su amor.

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