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Triunfo en la guerra espiritual – parte tres


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Triunfo en la guerra espiritual – parte tres

Hace poco salió en los medios noticiosos una interesante estadística. En los últimos meses de la actual confrontación en Irak, el número de enfrentamientos entre los insurgentes y los soldados estadounidenses ha crecido en un cien por ciento, mientras que el número de soldados heridos y muertos en los ataques se ha mantenido estable.

¿A qué se deberá este resultado? Sería de esperar que, si se incrementara el número de ataques, también subiría el número de heridos. Según los analistas, la explicación es muy sencilla. Se ha mejorado la armadura que llevan los vehículos del ejército, y esto ha resultado en una mejor protección contra los ataques.

La armadura es sumamente importante en la guerra. Ningún soldado sale a pelear sin tener protección y sin armamentos. Sería un acto de suicidio. Tenemos que estar preparados y protegidos.

La Biblia nos dice que también hay una armadura que Dios nos ha proporcionado para la guerra espiritual que peleamos como creyentes. La Palabra nos dice que el enemigo anda como león rugiente, buscando a quién devorar. Si no estamos alerta, podremos caer antes sus acechos.

¿Cómo nos podemos defender? La Biblia nos asegura que

Dios nos dará el triunfo si nos ponemos su armadura completa

Lectura: Efesios 6:10-17

6:10 Por lo demás, hermanos míos, confortaos en el Señor, y en la potencia de su fortaleza.
6:11 Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo.
6:12 Porque no tenemos lucha contra sangre y carne; sino contra principados, contra potestades, contra señores del mundo, gobernadores de estas tinieblas, contra malicias espirituales en los aires.
6:13 Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y estar firmes, habiendo acabado todo.
6:14 Estad pues firmes, ceñidos vuestros lomos de verdad, y vestidos de la cota de justicia.
6:15 Y calzados los pies con el apresto del evangelio de paz;
6:16 Sobre todo, tomando el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno.
6:17 Y tomad el yelmo de salud, y la espada del Espíritu; que es la palabra de Dios;

Es necesario recordar qué clase de guerra estamos peleando. Si tratamos de defendernos con las armas de nuestra carne, fracasaremos. Muchas veces, enfrentamos algún pecado o alguna debilidad en nuestra vida, y tratamos de conquistarla con el poder de la voluntad, substituyendo algún otro pecado o de alguna otra forma humana.

Dios nos revela que la batalla es espiritual, y se ganará con armas espirituales. Aquí nos da una lista de la armadura que nos servirá. Noten que hay cinco piezas defensivas y una pieza ofensiva. Para defendernos contra los ataques del enemigo, debemos de prepararnos.

Consideremos rápidamente estas armas. La primera es la verdad, que nos ciñe. El cinturón del soldado romano servía para unir toda la armadura, y a la vez, para proteger el abdomen. La verdad nos protege y une toda nuestra defensa.

Si Cristo vive en nosotros, El es la verdad; y su verdad debe de caracterizar toda nuestra vida. Como creyentes, nuestras vidas ahora se basan en la realidad, en la verdad. Para defendernos, tenemos que mantener ante nuestros ojos la verdad de Cristo, y vivirla.

La segunda pieza es la coraza de la justicia. La coraza cubría el cuerpo del soldado. El historiador Polibio nos dice que se conocía como protector del corazón. Nuestra coraza es la justicia. La justicia es la integridad de vida, que recibimos por fe en Cristo y que se expresa en nuestro diario vivir.

Cuando caminamos con Cristo, confiando en su sacrificio y experimentando la purificación que su sangre nos trae, su justicia nos cubre y nos protege. Cuando nos rebelamos contra la voluntad de Dios y preferimos seguir nuestro propio camino, en cambio, nos quedamos desprotegidos.

La tercera pieza son los zapatos. En el mundo antiguo, los zapatos eran sumamente importantes. Se dice que el éxito en la batalla dependía en gran parte de la calidad del calzado, pues los ejércitos con calzado inferior no resistían las largas marchas que eran parte de la guerra.

Para el creyente, el calzado consiste en el evangelio de la paz. El evangelio nos asegura los pies, pues nos pone en una posición segura ante Dios. Si estamos en esta posición de seguridad, debemos siempre de estar preparados para compartir el mensaje con otros.

La cuarta pieza es el escudo. Aun con las otras piezas, ciertas partes del cuerpo quedaban desprotegidas. Con el escudo se tapaba todo el cuerpo. Es más, en la antigüedad, se usaban dardos encendidos. Éstos caían sobre sus victimas y producían grandes daños.

El creyente, con la fe, puede apagar estas flechas. Cuando el enemigo viene contra nosotros, tenemos que resistir confiando en lo que Dios nos ha enseñado en su Palabra. La fe que hemos conocido y en la cual confiamos será nuestra defensa.

La quinta pieza es el casco de la salvación. El casco protegía la cabeza. En el mundo antiguo, el casco y la siguiente pieza, la espada, serían dadas al guerrero por su asistente. Eran cosas que él recibía.

La salvación es también algo que recibimos, por fe. La protección contra el enemigo viene solamente al recibir lo que Dios ya ha hecho por nosotros. Si no hemos aceptado la salvación que Cristo nos ofrece, por más esfuerzos que hagamos y más religión que tengamos, estaremos desprotegidos. Dios nos ofrece la salvación, y la tenemos que aceptar.

La última pieza es la única arma ofensiva que se menciona. No sólo nos defiende, sino que también la podemos usar para atacar. Jesús nos mostró cómo usar esta arma cuando fue tentado por el enemigo. Ya que había guardado la Palabra en su corazón, pudo citar versos para defenderse.

De igual forma, si nosotros memorizamos y meditamos sobre la Biblia, el Espíritu traerá a nuestra memoria el verso que necesitamos en el momento de necesidad. Podremos defendernos, e incluso testificar a otros y avanzar el Reino de Dios.

Armados de esta manera, podremos ganar la victoria en la batalla. Si no nos armamos, en cambio, seremos presa fácil del enemigo. No sabremos cómo defendernos cuando venga el momento de prueba, y en lugar de vivir en victoria, viviremos en derrota y en desilusión.

Hermanos, pongámonos la armadura completa de Dios. Podemos tener la victoria sólo si estamos armados. Caminemos en la verdad. Confiemos en Cristo, conociendo su salvación. Sobre todo, guardemos la Palabra en nuestro corazón, como arma útil para el Espíritu. Hay, además, otro paso:

Dios nos dará el triunfo si somos constantes en la oración

Lectura: Efesios 6:18

6:18 Orando en todo tiempo con toda deprecación y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda instancia y suplicación por todos los santos,

La estrategia para la guerra es mediante la oración. La Iglesia de Cristo es el único ejército que avanza de rodillas. Por más importantes que sean la predicación, el ministerio a las necesidades, la evangelización o cualquier otra actividad cristiana, si no las realizamos bañadas en oración, obraremos solamente en el poder humano.

Un predicador había tenido la oportunidad de conocer a varias personas famosas. En cierta ocasión, contaba a su audiencia que, el día anterior, había conversado con el vicepresidente. Un par de horas después, había conversado con el presidente mismo.

Luego comento: ¡Eso no es nada! ¡Esta mañana, conversé con Dios!. Creo que muchos de nosotros nos sentiríamos muy honrados si se nos diera la oportunidad de conversar con el presidente, pero no tomamos en cuenta el gran honor que tenemos de conversar con Dios.

La oración es la fuente de poder espiritual para la batalla. Dios no está buscando personas educadas o famosas. No le importa cuánto dinero tengas en el banco, o cuánto renombre tengas en tu ciudad. El está buscando hombres y mujeres de oración.

Hermanos, nunca subestimen el poder de la oración. He visto en mi propia vida cómo las personas llegan a conocer al Señor por medio de la oración. A veces demoran años, pero Dios los trae. Aprendamos a ser fieles en la oración también, orando sin cesar por la salvación de las personas que conocemos que no han aceptado a Cristo.

Oremos también por nuestros líderes. Esta Iglesia crecerá y realizará el propósito divino sólo si aprendemos a orar con fervor. Dios nos dará el triunfo si somos constantes y fervientes en la oración. Finalmente,

Dios nos dará el triunfo si gritamos en victoria

La Biblia nos llama a aclamar al Señor en muchos pasajes. Por ejemplo, leemos en el Salmo 47:1: “Aplaudan, pueblos todos; aclamen a Dios con gritos de alegría”. Hoy en día no asociamos los gritos con la Iglesia. Al contrario, tratamos de mantenerlo todo bajo control.

Consideremos por un momento, sin embargo, cómo las personas se emocionan ante los partidos de fútbol o en las reuniones políticas. ¿Cómo es posible que nos emocionemos tanto por algo tan insignificante como lo es el deporte, pero no nos emocionemos ante la victoria del Señor?

La Biblia nos presenta el grito como clave para la victoria en la historia del pueblo de Israel y las murallas de Jericó. La historia es conocida: por seis días el pueblo de Israel dio vueltas a las murallas de esta ciudad fortificada, pero al día séptimo, gritó al toque de trompeta – y las murallas cayeron.

Creo que las murallas también caerán cuando nosotros gritamos al Señor con júbilo. Cuando el pueblo del Señor se emociona y clama a El con alegría, el enemigo tiene que huir. Con un simple grito de júbilo, ¡El Señor reina!, podemos declarar el señorío de Cristo sobre nuestras vidas y sobre nuestra Iglesia.

Recuerden, hermanos, que la victoria ya está ganada. Cristo la ganó en la cruz. Aunque sigamos peleando aquí, el enemigo ya está vencido. Declaremos nuestra victoria con un grito de júbilo.

En estas últimas semanas, hemos visto varias claves para tener victoria en la guerra espiritual. La gran noticia es que podemos tener la victoria. Podemos vivir en triunfo. Nuestro Dios es grande y poderoso. El es fiel para oírnos y para responder.

Vivamos en victoria, hermanos, vistiendo la armadura completa, siendo constantes en la oración y celebrando con júbilo la victoria de Cristo. En la fe de Cristo, tenemos victoria sobre el mundo y vida eterna para siempre con El. ¡Aleluya!

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