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La gloriosa esperanza del creyente


La gloriosa esperanza del creyente

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La gloriosa esperanza del creyente

Hace muchos años, un hombre condenado a muerte hizo un trato inusual con el rey que lo había juzgado. El hombre saldría libre bajo la condición de que, dentro del espacio de un año, enseñara al caballo del rey a volar.

Algunos de sus amigos le preguntaron si realmente pensaba que podría enseñar al caballo del rey a volar. -Bueno, yo lo veo así, – replicó el hombre. -Dentro del espacio de un año, el rey podría morir, o yo podría morir o el caballo podría morir. Además, dentro de un año, ¿quién sabe? ¡El caballo podría aprender a volar!

¡Aquí vemos a un hombre que no perdió la esperanza! Claro, no había mucha esperanza que perder. A fin de cuentas, se encontraba condenado a muerte. Si consideramos la situación de muchas personas, se encuentran en la misma situación de este hombre.

Tienen algunas esperanzas en la vida, pero no son muy seguras. Así como el hombre que esperaba que el caballo aprendiera a volar, esperan que las cosas les vayan bien, esperan que puedan tener un futuro mejor, y esperan que puedan llegar al cielo – pero no están seguros.

¿Podemos tener un futuro mejor y más seguro? ¿Podemos tener una esperanza segura? ¿Dónde la podemos encontrar? ¿Qué clase de esperanza es?

Vamos a examinar la Palabra de Dios para ver qué nos dice acerca de la esperanza. Seguiremos la revelación bíblica a través de varios libros para tener un concepto más completo de las posibilidades de la esperanza.

Para empezar, tenemos que preguntarnos:

¿Dónde podemos hallar esperanza?

En una oración poco estudiada del Rey David, encontramos una pista importante. Leámoslo en 1 Crónicas 29:15:

“29:15 Porque nosotros, extranjeros y advenedizos somos delante de ti, como todos nuestros padres; y nuestros días sobre la tierra, cual sombra que no dura.”

David pronuncia estas palabras en el contexto de una ofrenda especial que el pueblo hacía a Dios. Considerando lo que hacían, él confiesa que, al considerar la grandeza de Dios, ellos no son nada. David había llegado a tener una perspectiva correcta sobre la vida humana.

¿Alguna vez se han puesto a observar un hormiguero? Algunas personas incluso han tenido hormigueros artificiales, con una ventana de vidrio o de plástico para poder observar el trabajo de las hormigas. Es realmente fascinante considerar la labor que realizan las hormigas en relación con su tamaño.

En verdad, un hormiguero a comparación con uno de sus habitantes es como un rascacielos, a comparación con un ser humano. Dios mira desde el cielo, y ve toda nuestra actividad humana como nosotros veríamos las hormigas de un hormiguero.

Con la misma facilidad que nosotros destruimos un hormiguero con una manguera y un poco de agua, Dios también puede destruir toda la gloria, toda la potencia, todos los logros de la sociedad humana. Ante El, no somos nada.

¿Por qué, entonces, ponemos nuestra esperanza en la humanidad? ¿Por qué dependemos de la fuerza militar, de los avances científicos, del conocimiento médico, como si mediante estas cosas pudiéramos vivir por siempre y burlarnos de Dios?

No podemos encontrar esperanza verdadera en el mundo. Si lo hacemos, nos estamos engañando. Somos como hormigas, pensando que su hormiguero es eterno y permanente, cuando en cualquier momento podría llegar el fin.

Si no podemos encontrar la esperanza verdadera en el mundo, ¿dónde la podemos encontrar? La respuesta está en el Salmo 25:3:

“25:3 Ciertamente ninguno de cuantos esperan en ti será confundido; Serán avergonzados los que se rebelan sin causa.”

La única forma de no ser avergonzados en nuestra esperanza es depositarla en el Señor. ¿Qué significa eso de ser avergonzado? Bueno, digamos que un amigo tiene un problema con su carro. Le recomendamos que vaya con nuestro mecánico, pero la próxima vez que nos encontramos al amigo, nos dice: Tu mecánico no sirvió para nada. ¡Me dejó el carro peor!

Sentiríamos pena, ¿no? Estaríamos avergonzados de haber recomendado a alguien que no resultó ser digno de confianza. Así también se sentirán avergonzados todos los que pongan su confianza en algo más que en el Señor.

Es tan fácil poner nuestra confianza en el dinero. Empezamos a ahorrar un poco, y de repente ya estamos soñando con lo que podemos hacer con nuestro dinero. Ya tenemos la casa construida en nuestra mente, el carro comprado y las vacaciones disfrutadas, aún antes de tenerlas.

Dios nos enseña a ser ahorrativos en su Palabra, pero no podemos poner nuestra esperanza en ella de la felicidad o de la seguridad. Tampoco podemos confiar en las personas. Cualquier persona, tarde o temprano, nos fallará. Nadie en este mundo nos puede dar siempre lo que buscamos, sin jamás fallarnos.

Dios sí es digno de nuestra confianza. Si aprendemos a depender completamente de El, no seremos avergonzados. No llegaremos al final de nuestros días para quedarnos sin nada. No sufriremos la pérdida de lo que nos es más importante.

Surge, entonces, una segunda pregunta:

¿Qué clase de esperanza podemos tener?

Es muy importante entender cuál es nuestra esperanza. Podemos encontrarla en Tito 2:13:

“2:13 aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo”

Aquí leemos que nuestra esperanza es el regreso del Señor Jesús. El regreso de Cristo no es una esperanza para todos. Para algunos, será un día de juicio, un día de sufrimiento, un día que tratan de ignorar.

Para los que esperamos su venida, en cambio, para quienes nos hemos entregado a El y vivimos en la fe y la obediencia, será el cumplimiento de nuestros deseos más anhelados.

Cuando Cristo vuelva, seremos como El es. Así nos dice Juan, en 1 Juan 3:2: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es.” Cuando Cristo regrese, nuestros cuerpos serán resucitados, si ya hemos muerto, y seremos transformados.

¿Qué forma exacta tomará esa transformación? La Biblia no lo dice con exactitud. Más bien, nos dice que aún no se ha revelado lo que hemos de ser. Lo que podemos saber con seguridad es que recibiremos cuerpos glorificados, como el cuerpo con el que salió Jesús de la tumba.

Ese cuerpo, de alguna forma, era reconocible; sus discípulos se dieron cuenta de que era Jesús. Sin embargo, no tenía las limitaciones de los cuerpos que ahora tenemos. Jesús, por ejemplo, podía entrar en cuartos cerrados. Esto nos da a entender que nuestros cuerpos glorificados no tendrán los mismos límites del espacio que ahora nos afectan.

El cuerpo de Jesús tampoco sufre ya la corrupción. No se enferma. No se lastima. Es un cuerpo que no se envejece. Para todos los que estamos observando en el espejo la llegada de las canas y las arrugas, ésta es una gran noticia.

Esperamos la venida de Cristo, porque cuando El llegue, seremos transformados para ser como El. ¡Qué gran esperanza tenemos! Esto nos ayuda a sobrellevar los sufrimientos que ahora tenemos. A veces, queremos vivir en el cielo ya. Queremos vivir como si ya tuviéramos nuestros cuerpos glorificados, sin dolencia y sin enfermedad.

Dios nunca nos ha prometido que viviremos en esta tierra sin dolor. Más bien, nos enseña que el dolor a veces es necesario para nuestro crecimiento. El apóstol Pablo, por ejemplo, tenía su aguijón en la carne, que le enseñó a depender de la gracia de Dios.

Cuando Dios elige sanarnos ahora, es un anticipo de lo que viviremos en el cielo. Tengamos mucho cuidado, sin embargo, de no pensar que viviremos en el cielo aquí y ahora. Heredamos el Reino de Dios con sudor y lágrimas.

Esperamos, entonces, el regreso de Cristo para ser transformados; y esperamos su venida también para ver la justicia establecida sobre la tierra. Leamos dos versos muy interesantes, en Proverbios 24:19-20:

“24:19 No te entremetas con los malignos, ni tengas envidia de los impíos;
24:20 Porque para el malo no habrá buen fin, y la lámpara de los impíos será apagada.”

Hoy en día, podemos observar a nuestro alrededor una gran multitud de personas que viven bien; parece que nada los molesta, a pesar de que viven en plena rebelión contra Dios. Sus vidas de lujo y tranquilidad se construyen sobre el sufrimiento de otros.

Si pudiéramos ver el futuro de estas personas, sin embargo, no nos preocuparíamos. A menos que se arrepientan, sufrirán castigos que nosotros ni siquiera nos podemos imaginar. Cuando Cristo regrese a juzgar, su ira será terrible e inevitable.

A nadie le deseamos el sufrimiento o el castigo, pero podemos tener la seguridad de que la justicia será establecida cuando Cristo venga. Podemos vivir con la esperanza segura de que las cosas no seguirán para siempre como son ahora. Podemos saber que habrá paz y justicia sobre la tierra, y que nosotros viviremos en la presencia de Dios para siempre.

¿Qué clase de esperanza tienes tú? ¿Cuál es la esperanza que te inspira, que te hace vivir día en día con ánimo y con paz? Ten cuidado de que no estés viviendo con una esperanza insegura.

Más bien, pon toda tu confianza en Cristo. Vive en la esperanza que sólo El te puede dar. La esperanza de la venida de Cristo es la gloriosa esperanza del creyente.

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