Edificados en Santidad


Edificados en santidad

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Edificados en santidad

En mi ciudad natal, como en muchas partes de América Latina, existe un estilo típico de construcción. Por lo general, cada casa tiene un patio pequeño en frente, con otro más grande atrás, cercado con una pared.

Al frente, la gente suele sembrar plantas baratas y comunes. En nuestra casa, había un montón de cactus puntiagudos que se podían defender de los niños malcriados que los molestaban. En la entrada, había una planta muy común, sembrada en un balde viejo que había sido de pintura – y aun así alguien se lo robó.

Atrás, sin embargo, la gente sembraba frutales, plantas decorativas exóticas, colocaban buenos muebles, tendían hamacas, y decoraban. ¿Por qué esta diferencia? ¿Diferente tierra? ¿Diferente ciudad? ¿Diferente clima? ¿Cuál era la diferencia? Está en la separación – el jardín cercado estaba separado y protegido, por lo cual podía ser desarrollado y embellecido.

Es de esto que se trata el pasaje de hoy – de la separación.

Lectura: Efesios 2:19-22

2:19 Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y iembros de la familia de Dios,
2:20 edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo,
2:21 en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor;
2:22 en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu.

Una palabra que ocurre dos veces será nuestro enfoque hoy. ¿Cuál es? La palabra es santo – y el concepto de la santidad es simplemente el de la separación. Ser santo es estar separado para algo especial, estar alejado y protegido de ciertas cosas, así como los jardines peruanos que están protegidos y separados por la cerca. La cosa es que Dios nos ha llamado a ser parte de su pueblo para que vivamos en santidad. La santidad no es una opción, no es algo extra, está al centro de lo que es ser cristiano. Hay dos conceptos en este pasaje que nos ayudan a entender esto.

Dios nos ha integrado en su familia

Cuando Dios nos llama y nosotros respondemos en arrepentimiento y fe, llegamos a ser parte de la familia de Dios.  Refiriéndose a Jesús, Juan 1:12-13 dice: «Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios. Estos no nacen de la sangre, ni por deseos naturales, ni por voluntad humana, sino que nacen de Dios».

La persona que ha recibido a Jesús ha experimentado un cambio espiritual, una transformación total, que se describe como llegar a ser hijo de Dios. Es parte de una nueva familia.

Algún tiempo atrás, estaba mirando fotos familiares con mis padres. Solíamos ver una foto de mi prima y decir, yo creo que allí ella se parece mucho a tu tía fulana. Salía una foto mía y decían mis padres, Allí Tony se parece a su tío zutano.

Y cuando nace un bebé, todos los amigos se la pasan diciendo, creo que tiene los ojos de su mamá. La nariz parece ser del papá. Tiene la barbilla de su abuelita. Me recuerda la historia de los padres que hablaban sobre su hijo. El padre dijo, Creo que nuestro hijo heredó de mí su gran inteligencia. Respondió la mamá, Creo que sí, porque yo todavía tengo la mía.

De todos modos, las familias se parecen. Y de la misma manera, si pertenecemos a la familia de Dios, es lógico que también haya ciertos rasgos que nos caractericen. Vamos, en fin, a parecernos a nuestro papá.

¿Cuáles son algunas de estas características? Sólo tenemos que pensar en la personalidad de Dios para verlas. Nuestro Padre celestial es compasivo, es amoroso, es paciente, y es santo. Dios no peca; el vive en radiante luz, sin sombra ni nube.

Si somos sus hijos, tenemos un llamado a vivir también en santidad. ¿Cómo podemos vivir así? Es absolutamente esencial que pasemos tiempo con nuestro Padre, orando, estudiando su Palabra, y conociéndolo mejor. El carácter de nuestro Padre se comunica a nosotros cuando estamos con El.

Encuentra un lugar donde puedas estar en silencio, sin distracciones, para comunicarte con Dios y escuchar su voz. Podría ser un cuarto en la casa, podría ser un lugar afuera, pero encuentra ese lugar para estar a solas con Dios. En esos momentos de comunión El empezará a comunicarte su carácter. Llegarás a parecerte más a tu papá.

Hay otro ejemplo que se usa aquí:

Dios nos está formando en un templo sagrado

Al integrarnos a su pueblo, Dios lo hace con el propósito de hacernos un templo. En el Antiguo Testamento el templo era un lugar físico, un edificio donde Dios moraba. Bajo el Nuevo Pacto, inaugurado con la venida de Jesús, el templo es un lugar espiritual, formado por todos los que somos parte del pueblo de Dios. Dios quiere tener un templo bien construido.

El no desea un templo hecho a medias; su plan es que El sea glorificado por medio de un templo bien formado. ¿Cómo sucede esto? Tenemos que reconocer que nosotros somos los ladrillos, los materiales de construcción. Si el edificio va a terminar bien, será porque nosotros nos hemos construido bien.

Un buen edificio necesita un buen fundamento. Aquí, el fundamento son los profetas y apóstoles. Es decir, tenemos que fundamentarnos sobre la revelación de Dios. Estos hombres fueron elegidos por Dios para recibir y grabar su revelación para nosotros. En la Biblia, encontramos lo que tenemos que saber para construir bien nuestras vidas. Si no queremos conocer y vivir las enseñanzas de la Biblia, estamos escogiendo otra fundación que no será firme.

También tenemos que alinearnos con la piedra angular. ¿Cuál es la función de una piedra angular en un edificio? En la construcción tradicional, servía como guía para la colocación de las demás piedras en un edificio. Si esa piedra estaba perfectamente cuadrada y en su lugar, entonces las demás piedras se podían alinear con ella.

En el edificio que es el templo de Dios, la piedra angular ya está bien puesta – está perfectamente cuadrada, y está perfectamente en su lugar. ¿Sabes lo que a nosotros nos queda? Nos queda alinearnos perfectamente con esa piedra. Si nosotros quedamos alineados correctamente con Cristo, entonces quedaremos bien puestos. Haremos nuestra contribución al edificio. Y les aseguro que es la mejor cosa que podemos hacer.

¿Cómo podemos quedarnos alineados con esa piedra? Empieza con recibirlo como Señor y Salvador. En esta decisión inicial, nos damos cuenta de que estamos mal, estamos chuecos, nuestra vida no va de acuerdo con la voluntad de Dios. Nos arrepentimos, recibiendo el perdón que Jesús ganó por nosotros en la cruz, y nos comprometemos con El para seguirlo.

Pero para los que ya hemos tomado esa decisión, tenemos que seguir adelante. Cristo dijo que tenemos que tomar nuestra cruz cada día y seguirlo. Esto significa que cada día, al despertarnos, nos comprometemos con El en obedecerle, y no seguir nuestros propios deseos. Significa que cada día llevamos nuestros problemas a El. Significa que cada día confesamos nuestros pecados a El. Significa que cada día nos comprometemos nuevamente con El.

Es que no somos como piedras normales, que una vez puestas se quedan en su lugar; somos como piedras vivas, que continuamente se salen de su lugar y tienen que ser repuestos. La manera en que somos repuestos es en esa decisión diaria de seguir a Cristo.

Y el propósito de Dios en todo esto es que seamos un templo para su morada. ¿Qué es necesario para que un lugar sea la morada de Dios? Podemos verlo en el ejemplo del Antiguo Testamento.

Cuando se consagró el templo construido para Dios por Salomón, el rey ofreció 22.000 bueyes y 110.000 ovejas como sacrificio. Su sangre limpiaba y consagraba ese lugar. Los sacerdotes que servían en el templo tenían que estar en buena salud – no podían tener defectos físicos. Tenían que lavarse antes de empezar su trabajo, usar una ropa interior especial, no podían tocar cadáveres, no podían casarse con una mujer que no fuera virgen, no podían raparse la cabeza, y había una multitud de otros reglamentos para asegurar la santidad del templo de Dios.

En otras palabras, ese lugar tenía que ser sagrado, limpio, puro. No podía haber ninguna imperfección, ninguna impureza, ninguna impudencia en la presencia de Dios.

Estas cosas sucedieron para nuestra instrucción, para que entendiéramos la importancia de la santidad para conocer la presencia de Dios. En nuestro tiempo esa santidad se convierte en algo espiritual.

Ahora no es tan importante para Dios si te bañas antes de entrar en su presencia, aunque quizás para los otros miembros de la iglesia sería algo deseable. No tienes que usar ropa interior especial. Pero Dios exige la pureza espiritual. Esto significa que debemos de vivir separados de las cosas que nos contaminan – los pecados de todo tipo.

Nosotros nos profanamos, nos ensuciamos con palabras groseras, con pensamientos impuros, con acciones deshonestas, con chistes colorados, con los chismes, los celos, el odio, el rencor – y muchas cosas más.

Vivir en santidad para ser la morada de Dios, para conocer su presencia en nuestra vida por medio de su Espíritu, significa que haremos todo lo posible para evitar esta contaminación, y cuando la vemos en nuestra vida, nos arrepentiremos y lo confesaremos inmediatamente.

Así podremos seguir siendo edificados, y así también conoceremos más de la presencia de Dios por su Espíritu. Es imposible que sintamos de veras la presencia de Dios cuando estamos viviendo con pecado en nuestras vidas. No podemos sentir el gozo, la paz, y la presencia del Espíritu cuando solapamos algún pecadillo en nuestro corazón.

Ahora, ¿cuál pecado te está separando de la experiencia del Espíritu en tu vida? No te apures para decir, ¡Ninguno! Espérate un rato, y deja que el Espíritu te demuestre si hay algo en tu vida que te está estorbando. Escucha su voz, y arrepiéntete ya. Decide que lo vas a dejar para vivir en santidad, y decide que vas a hacer lo que sea necesario para dejarlo.

Es posible que tengas que romper una amistad para dejar ese pecado. Es posible que tengas que pedir la ayuda de otro creyente. Es posible que tengas que cambiar tu manera de hablar, de pensar, de actuar – y puede costar trabajo y sacrificio. Hazlo para el Dios que pagó el precio para adoptarte. Hazlo para que puedas conocer su presencia y su poder otra vez.

Alguien dijo una vez: Un día, al leer el segundo capítulo de 1 Juan, me di cuenta de que el objetivo de mi vida personal en cuanto a la santidad era menos que el de Juan. El estaba diciendo, en efecto, Hazte el propósito de no pecar. Al meditar en esto, me di cuenta que en las profundidades de mi corazón mi meta real era no pecar mucho – no pecar mucho. ¿Podrías imaginar a un soldado entrando a la batalla con la meta de no recibir muchos balazos?

¿Cuál es tu meta al entrar en la batalla cada día? ¿Tienes como meta la santidad total? ¿O te conformas con no pecar mucho? Dios te ha llamado a ser parte de su pueblo para que vivas en santidad. Comprométete nuevamente con El en vivir en pureza. El te dará el poder, si tú aprendes a depender de El.

Pero quizás nunca has respondido al llamado de Dios, y en esta mañana sientes que El te esta llamando. No resistas la voz de Dios; arrepiéntete de tus pecados, recibe su perdón en Cristo, y empieza a vivir como parte de su pueblo.

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