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La Gloria de Dios Revelada


gloria de Dios, justicia

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La gloria de Dios revelada

Un día, el diablo se paseaba con uno de sus secuaces cuando vieron a un hombre que caminaba por la calle. Al rato, el hombre se agachó para recoger un pequeño objeto que centelleaba en el suelo. Curioso, el demonio le preguntó a su amo, ¿Qué fue lo que encontró aquel hombre?

El diablo le respondió: Encontró un pedazo de la verdad. Frente a esta respuesta, el demonio se inquietó. ¿No le preocupa a usted que un hombre haya encontrado una parte de la verdad? Dijo el diablo: No, me voy a encargar de que, con esa verdad parcial, el hombre fabrique una religión.

En esa historia inventada hay una gran realidad. Se ha dicho que la peor mentira es la que contiene algo de verdad. Muchas veces nosotros caemos en error cuando tomamos una parte de la verdad y la tratamos como si fuera todo lo que se pudiera saber.

Aun los que tomamos la Biblia como nuestra autoridad final y absoluta podemos caer en este error. Podemos tener pasajes, conceptos y doctrinas preferidos. Aunque mentalmente reconocemos que toda la Biblia es la Palabra de Dios, en la práctica nos enfocamos sólo en algunas partes de ella.

Hoy estudiaremos un pasaje que quizás nos parezca extraño, y sin embargo, forma parte de la verdad inspirada de la Biblia. Nos dice algo acerca de Dios que nos urge comprender.

Lectura: Apocalipsis 15:1-4.

15:1 Vi en el cielo otra señal, grande y admirable: siete ángeles que tenían las siete plagas postreras; porque en ellas se consumaba la ira de Dios.
15:2 Vi también como un mar de vidrio mezclado con fuego; y a los que habían alcanzado la victoria sobre la bestia y su imagen, y su marca y el número de su nombre, en pie sobre el mar de vidrio, con las arpas de Dios.
15:3 Y cantan el cántico de Moisés siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Palabra de Dios; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos.
15:4 ¿Quién no te temerá, oh Señor, y glorificará tu nombre? pues sólo tú eres santo; por lo cual todas las naciones vendrán y te adorarán, porque tus juicios se han manifestado.

Estos versículos nos hablan de un aspecto de Dios que muchos preferimos ignorar, el aspecto de su justicia. En esta visión, Dios le demuestra a su siervo – y a través de él, a nosotros – que su gloria se revela en su juicio.

No nos gusta pensar que el pecado y la rebelión contra Dios sean cosas tan serias, y por eso preferimos ignorar la realidad del juicio de Dios. Sin embargo, cuando le quitamos a Dios su perfecta justicia, nos quedamos con un dios que es menos que el Dios de la Biblia.

En cambio, si llegáramos a comprender la profundidad de la justicia de Dios, nos sentiríamos movidos a la adoración. Esta es la respuesta que vemos en la multitud de los redimidos que aquí aparece: La adoración surge al contemplar la justicia de Dios.

Aparecen en el cielo los siete ángeles que llevan las siete plagas culminantes, las siete plagas con las que se termina la expresión de la ira de Dios. El número siete, por supuesto, es el número de la perfección; esto indica que las plagas representan la culminación del plan de Dios para este mundo.

La palabra “plaga” trae a nuestro recuerdo las diez plagas que Dios usó para librar a su pueblo de Israel de su esclavitud en Egipto, y esta conexión se confirma cuando leemos que los redimidos cantaban el cántico de Moisés. Recordemos la historia.

Después de avergonzar a los dioses de Egipto por medio de las diez plagas, Dios llevó a su pueblo a la orilla del Mar Rojo. Allí los israelitas se encontraron entre la espada y la pared. Por delante estaba el mar; por detrás estaban las tropas armadas del faraón.

De la misma forma en que nosotros frecuentemente nos desanimamos al enfrentar el más mínimo contratiempo, ellos también se olvidaron de las maravillas que le habían visto hacer al Señor y se empezaron a quejar. Le dijeron a Moisés: “¿Acaso no había sepulcros en Egipto, que nos sacaste de allá para morir en el desierto?” (Exodo 14:11a)

Dios volvió a mostrar su poder, abriendo el mar milagrosamente y haciendo que los israelitas pasaran en tierra seca. Luego, cuando el ejército del faraón los persiguió, las aguas volvieron a su lugar – y el ejército del faraón se ahogó.

Cuando Moisés y los israelitas vieron la gran demostración del poder de Dios, entonaron un cántico en honor al Señor. Este canto se encuentra en Exodo, capítulo 15. Ahora, en la visión de Juan, los que han triunfado sobre las mentiras del enemigo dan eco a esta canción de victoria.

Así como Dios liberó al pueblo de Israel destruyendo a los que se habían puesto en contra de Dios, El también nos librará a nosotros destruyendo a sus enemigos. En la destrucción de los que persisten en ser sus enemigos, Dios demuestra su poder y su justicia.

Ahora bien, Dios no castigará a nadie que se arrepienta de su enemistad contra Dios. Pero llegará un momento decisivo, un momento en el que los que se han opuesto al reinado de Dios recibirán su merecido. Dios mostrará su perfecta justicia, por la cual merece ser glorificado.

El cántico de los redimidos que Juan nos registra refleja esta realidad, pues ellos llaman a todos a reverenciar a Dios y reconocer su justicia. La reina de Sabá vino desde lejos para ver al rey Salomón, y se maravilló de la sabiduría que él demostró en su juicio. ¡Cuánto más han de maravillarse las naciones cuando vean la justicia de Dios demostrada!

Los que hemos sido rescatados por Cristo debemos de empezar ahora. Debemos de reconocer y meditar sobre la perfecta justicia de Dios, y permitir que su Espíritu moldee nuestras vidas para conformarlas a su perfección. La verdad es que nos llegamos a parecer a lo que adoramos. Si adoramos a un Dios de justicia, seremos más y más justos nosotros.

Lectura: Apocalipsis 15:5-8

15:5 Después de estas cosas miré, y he aquí fue abierto en el cielo el templo del tabernáculo del testimonio;
15:6 y del templo salieron los siete ángeles que tenían las siete plagas, vestidos de lino limpio y resplandeciente, y ceñidos alrededor del pecho con cintos de oro.
15:7 Y uno de los cuatro seres vivientes dio a los siete ángeles siete copas de oro, llenas de la ira de Dios, que vive por los siglos de los siglos.
15:8 Y el templo se llenó de humo por la gloria de Dios, y por su poder; y nadie podía entrar en el templo hasta que se hubiesen cumplido las siete plagas de los siete ángeles.

En estos versos vemos que el carácter de Dios se revela en sus justos juicios

En la visión, Juan ve a los siete ángeles con las siete plagas salir del tabernáculo, es decir, de la morada de Dios. Anteriormente, hemos visto en la visión a Dios sentado sobre su trono. El trono representa la autoridad y el reinado de la gloria de Dios.

Ahora vemos el lugar de la morada de Dios con su pueblo, el lugar donde Dios se revela como un Dios de pactos. Este es el lugar donde la humanidad puede relacionarse con Dios. El tabernáculo que construyó Moisés era una copia de este tabernáculo celestial.

Dentro del arca del pacto, el lugar donde se manifestaba la presencia de Dios, estaban las tablas de la Ley. ¿Se dan cuenta de lo que esto significa? Indica que Dios sólo se puede relacionar con la humanidad en base a su justicia.

Dios es el Juez de toda la tierra. En El radica el origen de lo bueno, de lo justo, de lo correcto. Su naturaleza lo determina. Ahora bien, ¿qué clase de juez sería el que dejara ir a todo criminal que compareciera ante él?

Imaginemos la escena. Se levanta el acusado ante el juez y dice: Sí, es verdad que asalté a la ancianita y le robé todo el dinero que tenía. ¿Y qué? Responde el juez: ¡Inocente! ¿Quién sigue? Llega el próximo acusado, que dice: Sí, soy asesino, y lo seguiré siendo, porque me gusta matar. El juez: ¡Inocente! ¿Siguiente caso?

Claramente, ese juez no duraría mucho. El público no se lo permitiría. Nuestra conciencia nos dice que tal clase de “justicia” no es más que una farsa. De igual forma, el justo juicio de Dios mostrará que El realmente es justo, no un dios caprichoso como los dioses de las naciones.

La mención del tabernáculo trae otra realidad a nuestra mente. Recordamos que, según la ley de Moisés, el sumo sacerdote entraba a este lugar una vez al año para expiar los pecados del pueblo mediante la sangre de un animal sacrificado. Cuando Cristo murió, El entró a este lugar para ofrecer su propia sangre como expiación por nuestros pecados.

Para los que estamos en Cristo, entonces, la Ley ya no representa una amenaza. Hemos recibido la justicia de Cristo, y nuestros pecados están cubiertos. Dios ahora invita a todos a entrar en un pacto con El, y recibir su perdón. De esta manera, ya no tenemos que temer la llegada de su juicio. Podemos ser parte de ese grupo de vencedores que vimos en los primeros versículos.

Hemos visto que los siete ángeles con las copas del juicio salieron del tabernáculo, de la presencia de Dios. Al final de la visión vemos que la gloria y el poder de Dios llenan el templo, como humo.

Uno de los profetas vio algo parecido en la visión en la que Dios le llamó a su ministerio profético. ¿Saben cuál fue? Fue Isaías. Pueden leer la historia en Isaías 6. Vio el templo, lleno de la gloria de Dios, lleno de humo. Isaías respondió reconociendo su propia indignidad, y fue purificado por un ascua de fuego del altar.

Frente a la gloria y el poder de Dios que se ven en sus justos juicios nosotros también tenemos que ser purificados por el fuego santificador de Dios. El Espíritu Santo, como fuego, nos purifica. Habiendo sido purificados, somos llamados también a glorificar a Dios llevando su mensaje de justicia y salvación a los demás.

Dios nos ha revelado su justicia de muchas formas – en nuestra conciencia, en la ley del Antiguo Testamento y en la ley de Jesús. El amor de Dios no está en conflicto con su justicia. Más bien, su justicia indica la profundidad de su amor.

Recordemos que adoramos a un Dios justo. En El, la injusticia y el desorden de este mundo llegarán a terminar. Adoremos al Dios de la justicia.

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