El Regalo para Cristo


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El Regalo para Cristo

Estamos entrando a la temporada del año en el que celebramos la venida de nuestro Señor Jesús. La Navidad ha llegado a tener muchos significados . Hace poco, un profesor de psicología pidió a su clase de cuarenta estudiantes que cada uno escribiera la palabra “Navidad”. En seguida, debían de escribir la primera palabra que les viniera a la mente para relacionarse con la Navidad.

Cuando leyó las hojas, el profesor encontró respuestas como “árbol”, “acebo”, “regalos”, “pavo”, “día festivo”, “villancicos” y “Santa Claus”, pero nadie había escrito, “el cumpleaños de Jesús”. De la misma forma en que no hubo cupo en la posada para Jesús, tampoco parecemos hacerle cabida en nuestras celebraciones navideñas.

En las próximas semanas en que nos preparamos para celebrar la venida de nuestro Señor al mundo, estaremos considerando diferentes formas en que podremos darle la bienvenida a nuestras vidas. Dejaremos a un lado nuestra serie de estudios en el libro de Daniel, para terminarla – Dios mediante – el mes entrante.

Hoy, me pregunto: ¿qué regalos podremos darle a Cristo en esta temporada navideña? ¿Habrá algún regalo debajo del árbol para nuestro Salvador? Los magos le trajeron regalos; ¿seremos nosotros sabios como ellos?

No les estoy recomendando que le salgan a comprar a Jesús un suéter o una camisa. No sabríamos qué talla comprarle, para empezar, y creo que realmente no le hacen falta estas cosas. ¿Cómo, entonces, podremos darle a Cristo un regalo en esta temporada – y todo el año, si estamos agradecidos con él por todo lo que nos da?

De la forma en que nosotros a veces tratamos de dar pistas a nuestros seres queridos acerca de los regalos que quisiéramos recibir, Jesús también nos dice qué es lo que él desea que le demos.

Lectura: Mateo 25:31-40

25:31 Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria,
25:32 y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartarálos unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos.
25:33 Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda.
25:34 Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo.
25:35 Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis;
25:36 estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí.
25:37 Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber?
25:38 ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos?
25:39 ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti?
25:40 Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.

Nuestro Señor habla aquí de aquel día en el que juzgará a toda la humanidad. Sabemos que la base sobre la que podemos ser salvos en aquel día es nuestra fe en él. Solamente por medio de la fe en su sacrificio en la cruz estaremos a salvo en ese día.

Sin embargo, aunque somos salvos por la fe sola, la fe que salva no está sola. La fe verdadera produce obras de amor en nosotros. Si hemos llegado a conocer a Cristo en verdad, habrá ciertas cualidades y obras que marcarán nuestra vida.

Dios nos ha mostrado su gran amor en Cristo. Por su sacrificio en la cruz, vemos lo que es el amor en realidad. Es fácil decir las palabras, “te amo”. Las palabras no cuestan nada. La muestra del amor está en la acción que tomamos.

Jesús nos mostró su gran amor al entregarse por nosotros, para que – como dice su Palabra – todo aquel que en él crea, no se pierda, sino que tenga vida eterna. Si Cristo así nos ha amado, ¿cómo podemos nosotros expresarle nuestro amor a él? ¿Cómo podemos corresponderle?

La respuesta es sencilla. Cuando ayudamos a nuestro hermano necesitado, Jesús recibe el regalo como si se lo hubiéramos dado a él. No podemos envolverle a Jesús un regalo para colocar debajo del árbol. El regalo que damos al necesitado por causa de nuestro amor a nuestro Salvador es un regalo para Jesucristo.

En otras palabras, el Señor recibe nuestra generosidad a otros. No importa cuán insignificante sea la acción; Jesús dijo que un vaso de agua dado por su causa recibiría su recompensa. No importa cuán insignificante sea el recipiente del regalo; Jesús dijo que lo que hacemos por el más pequeño de sus hermanos cuenta para él.

Esta Navidad, no te preocupes solamente por comprar regalos para tus hijos, para todos los que te dieron un regalo el año pasado y para todos los que quieres impresionar. Pídele al Señor que te muestre una oportunidad para ayudar a alguien este año.

Mejor aun, decide ya que buscarás oportunidades para compartir con otros todo el año. No sólo en la temporada navideña, sino todo el año, podemos expresarle nuestro amor al Señor compartiendo con los demás. Hay muchas personas que necesitan de nuestra ayuda. Podemos compartir nuestro tiempo, nuestro esfuerzo y nuestra ayuda con quienes los necesitan.

Padres, busquen algún proyecto de ayuda que puedan realizar con sus hijos. Enséñenles que la temporada navideña no sólo se trata de recibir regalos, sino también de darlos. Muéstrenles que la mejor forma de celebrar la venida de nuestro Salvador es compartir con otros.

Jesús mismo lo dijo. El apóstol Pablo nos relata sus palabras en Hechos 20:35: “En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir”. Hay más dicha, más bendición, en dar que en recibir. Nuestra naturaleza pecaminosa se enfoca en recibir. Siempre queremos saber qué vamos a recibir. ¿Qué me compraste?, preguntan los niños. ¿Qué me vas a dar?

Dentro del Reino de Dios rige otro sistema. En este sistema, el que da es el que más recibe. De hecho, el Señor bendice nuestra generosidad a otros. Si nos enfocamos en lo que vamos a recibir, en la posibilidad de tener más, en lo material – nos daremos cuenta que nos hemos quedado con el corazón más vacío que la cartera.

Si nos esforzamos más bien para tener qué compartir, en cambio, descubriremos que Dios llena nuestro corazón hasta rebozar. Conoceremos una fuente de gozo y satisfacción que nunca se acabará.

Se cuenta la historia de un zapatero que amaba mucho al Señor. Una noche, soñó que Jesús mismo lo iba a visitar al día siguiente. Cuando despertó, el sueño fue tan real que se levantó de prisa, salió al bosque y cortó algunas ramas verdes para decorar su humilde taller.

Esperó toda la mañana, pero se decepcionó al ver que el taller se mantuvo muy tranquilo. Sólo llegó un señor de edad avanzada, que vino cojeando a la puerta pidiendo permiso para entrar unos momentos para calentarse junto al fuego. Cuando se sentó el anciano, el zapatero se dio cuenta de que sus zapatos tenían hoyos muy grandes en las suelas. Movido por la compasión, el zapatero bajó un par nuevo de zapatos del mostrador y se los regaló al anciano.

Siguió esperando toda la tarde, pero sólo llegó una mujer anciana. El zapatero la vio afuera batallando con una carga pesada de leña, y la invitó a pasar a descansar un rato. Vio que la mujer se veía muy demacrada, y pronto averiguó que tenía dos días sin comer. El zapatero se encargó de que la mujer comiera bien antes de irse.

Empezó a anochecer, y Jesús no llegaba. De repente se oían los sollozos de un niño afuera de la puerta. Cuando el zapatero abrió la puerta, vio a un niño perdido afuera. El zapatero salió, calmó al niño y, tomándolo por la mano, lo llevó a su casa.

Cuando volvió a su taller, el zapatero se sentía triste. Seguramente había llegado el Señor en su ausencia, y se había perdido la visita tan esperada. En su imaginación, vivía los momentos soñados: la llamada a la puerta, la cara radiante, la comida compartida. Habría besado aquellas manos clavadas y lavado aquellos pies lacerados. Luego habría conversado tan dulcemente con el Señor.

En su angustia, el zapatero clamó: ¿Por qué, Señor, te tardas? ¿Te olvidaste de nuestra cita hoy? Por un momento, el silencio descendió. Luego, se oyó una suave voz en el silencio: No desmayes, pues yo guardé mi palabra. Tres veces llegué a tu puerta; tres veces cayó mi sombra en tu piso. Yo fui el hombre con los pies lacerados. Yo fui la mujer a quien diste de comer. Yo fui el niño desamparado en la calle.

¿Qué le darás esta Navidad a Jesús?

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