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La restauración del pueblo de Dios


arrepentimiento

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La restauración del pueblo de Dios

Eran días de gran emoción. Tras una larga jornada en una tierra lejana y desconocida, el pueblo de Dios se encontraba nuevamente en su propia tierra, la tierra prometida. El templo que había sido destruido por los invasores estaba reconstruido. Los sacrificios que habían cesado por décadas se habían reiniciado. La ciudad de Jerusalén nuevamente tenía habitantes.

Era causa de gran regocijo. Quizás se volvería a ver algún gran rey como David; quizás surgiría alguien con la sabiduría de Salomón; quizás el pueblo de Dios llegaría a recobrar la gloria perdida.

En medio del regocijo y las grandes expectativas, sin embargo, había una sombra. Dentro del pueblo de Dios se volvió a introducir la misma cosa que había causado su destrucción anterior. Algunas personas actuaron de formas que comprometieron el poder y la pureza del pueblo.

La situación de la iglesia hoy en día es similar. Alrededor del mundo, la iglesia está avanzando. El evangelio está penetrando áreas y países que antes eran inalcanzables. En lugares como el África y China, la iglesia ha visto un crecimiento numérico fenomenal. Estamos a la expectativa de que, como anunció Jesucristo, «este evangelio del reino se predicará en todo el mundo…, y entonces vendrá el fin» (Mateo 24:14).

Sin embargo, en medio de este gran crecimiento, hay sombras. Hay prácticas e ideas que se han introducido dentro del mismo pueblo de Dios que pueden resultar fácilmente en la pérdida de su pureza y su poder.

Veamos lo que la Palabra nos dice acerca de la situación del día de Esdras, la situación descrita hace un momento, para que podamos encontrar un mensaje también para nuestro día.

Lectura: Esdras 9:1-15

9:1 Acabadas estas cosas, los príncipes vinieron a mí, diciendo: El pueblo de Israel y los sacerdotes y levitas no se han separado de los pueblos de las tierras, de los cananeos, heteos, ferezeos, jebuseos, amonitas, moabitas, egipcios y amorreos, y hacen conforme a sus abominaciones.
9:2 Porque han tomado de las hijas de ellos para sí y para sus hijos, y el linaje santo ha sido mezclado con los pueblos de las tierras; y la mano de los príncipes y de los gobernadores ha sido la primera en cometer este pecado.
9:3 Cuando oí esto, rasgué mi vestido y mi manto, y arranqué pelo de mi cabeza y de mi barba, y me senté angustiado en extremo.
9:4 Y se me juntaron todos los que temían las palabras del Dios de Israel, a causa de la prevaricación de los del cautiverio; mas yo estuve muy angustiado hasta la hora del sacrificio de la tarde.
9:5 Y a la hora del sacrificio de la tarde me levanté de mi aflicción, y habiendo rasgado mi vestido y mi manto, me postré de rodillas, y extendí mis manos a Jehová mi Dios,
9:6 y dije: Dios mío, confuso y avergonzado estoy para levantar, oh Dios mío, mi rostro a ti, porque nuestras iniquidades se han multiplicado sobre nuestra cabeza, y nuestros delitos han crecido hasta el cielo.
9:7 Desde los días de nuestros padres hasta este día hemos vivido en gran pecado; y por nuestras iniquidades nosotros, nuestros reyes y nuestros sacerdotes hemos sido entregados en manos de los reyes de las tierras, a espada, a cautiverio, a robo, y a vergüenza que cubre nuestro rostro, como hoy día.
9:8 Y ahora por un breve momento ha habido misericordia de parte de Jehová nuestro Dios, para hacer que nos quedase un remanente libre, y para darnos un lugar seguro en su santuario, a fin de alumbrar nuestro Dios nuestros ojos y darnos un poco de vida en nuestra servidumbre.
9:9 Porque siervos somos; mas en nuestra servidumbre no nos ha desamparado nuestro Dios, sino que inclinó sobre nosotros su misericordia delante de los reyes de Persia, para que se nos diese vida para levantar la casa de nuestro Dios y restaurar sus ruinas, y darnos protección en Judá y en Jerusalén.
9:10 Pero ahora, ¿qué diremos, oh Dios nuestro, después de esto? Porque nosotros hemos dejado tus mandamientos,
9:11 que prescribiste por medio de tus siervos los profetas, diciendo: La tierra a la cual entráis para poseerla, tierra inmunda es a causa de la inmundicia de los pueblos de aquellas regiones, por las abominaciones de que la han llenado de uno a otro extremo con su inmundicia.
9:12 Ahora, pues, no daréis vuestras hijas a los hijos de ellos, ni sus hijas tomaréis para vuestros hijos, ni procuraréis jamás su paz ni su prosperidad; para que seáis fuertes y comáis el bien de la tierra, y la dejéis por heredad a vuestros hijos para siempre.
9:13 Mas después de todo lo que nos ha sobrevenido a causa de nuestras malas obras, y a causa de nuestro gran pecado, ya que tú, Dios nuestro, no nos has castigado de acuerdo con nuestras iniquidades, y nos diste un remanente como este,
9:14 ¿hemos de volver a infringir tus mandamientos, y a emparentar con pueblos que cometen estas abominaciones? ¿No te indignarías contra nosotros hasta consumirnos, sin que quedara remanente ni quién escape?
9:15 Oh Jehová Dios de Israel, tú eres justo, puesto que hemos quedado un remanente que ha escapado, como en este día. Henos aquí delante de ti en nuestros delitos; porque no es posible estar en tu presencia a causa de esto.

Quienes conocen un poco de la historia bíblica recordarán que, después del periodo del reino dividido, el pueblo de Dios – el pueblo judío – fue llevado al cautiverio. Esto sucedió como resultado de su continua desobediencia a las leyes de Dios, en particular su adoración a los ídolos.

Después de setenta años, un remanente regresó para reconstruir el templo y los muros de Jerusalén. El pasaje que hemos leído refleja un tiempo en que la reconstrucción ya ha avanzado; el templo está reconstruido; y el pueblo se está acomodando en su vida renovada.

Si formamos parte de una iglesia algo nueva o tenemos una vida cristiana nueva, podemos encontrarnos en la misma situación. Después de la emoción inicial de la nueva vida, llega – ¿cómo llamarlo? – una especie de tedio o aburrimiento. Éste es el momento de peligro. Aquí se encontraba el pueblo de Dios, y el resultado era que se habían mezclado con las naciones vecinas que no adoraban a su Dios.

Podemos decir, entonces, que

El pueblo de Dios necesita restauración cuando se une al mundo

En días de Esdras, el pecado fue la mezcla por casamiento con las naciones vecinas. Esto resultó en familias religiosamente impuras, en las que se mezclaba la adoración al Señor con la veneración de los distintos dioses que tenían estos pueblos.

Es muy importante entender que el problema no fue, como algunos extremistas lo pintan, la mezcla racial. Una lectura superficial nos podría dar esta impresión, pero en realidad éste no fue el problema. Podemos notar, por ejemplo, que se encuentran dos mujeres extranjeras en el linaje del mismo Señor Jesús, y una de ellas fue la bisabuela del gran rey David. Uno de los libros de la Biblia lleva su nombre; es Rut.

El problema no estaba, entonces, en el hecho de que se casaran con mujeres de otra raza. Era que se casaban con ellas sin que las mujeres dejaran sus religiones falsas y se unieran de lleno a la adoración al Dios de Israel.

Imaginemos una escena dentro de uno de estos hogares. Llegaba el tiempo de sembrar, y el esposo judío oraba a Dios pidiendo su bendición sobre la siembra. Saliendo de la casa, su esposa de otra nación colocaba sobre su túnica un amuleto. ¿Para qué es esto? preguntaba el hombre. No te preocupes, le decía su esposa, es algo que te dará suerte en tu trabajo.

Sin pensarlo mucho, el hombre salía de su casa e iba al trabajo. Sin embargo, acababa de suceder algo monumental. En lugar de confiar sólo en Dios, como se le había enseñado, ahora estaba confiando en Dios y algo más. Su fe se estaba mezclando, y sus hijos crecerían con una relación confusa con Dios.

¿Será que se repite esta situación en nuestro día? Notemos algo muy interesante en el verso 12. Aquí Esdras resume el mensaje de los profetas, la amonestación que dieron al pueblo, y consiste en dos cosas: se les prohíbe el matrimonio religiosamente mixto, y se les advierte a no buscar la prosperidad que tienen los pueblos vecinos.

Creo que aquí encontramos las dos tentaciones mayores para el creyente en nuestros días. En primer lugar, el mundo de hoy adora un dios que Jesús identificó en Mateo 6:24 – el dios del dinero. La tentación constante para el creyente es desear la prosperidad de sus vecinos. Vemos a esa persona que tiene más que nosotros, y la codicia se apodera de nuestro corazón. No podemos descansar hasta poseer el carro, la casa y el celular que ellos traen.

Hay dos clases de prosperidad: la prosperidad que te ofrece el mundo, y la que te ofrece Dios.

La prosperidad del mundo es puramente material. Consiste en tener más y más cosas, que a fin de cuentas nunca satisfacen. La prosperidad divina, en cambio, consiste primordialmente en el bienestar espiritual y emocional, la paz, el gozo, y sí, también la provisión material de nuestras necesidades, pero no de todos nuestros deseos. Caemos en error cuando buscamos la prosperidad mundana, en vez de la divina.

La segunda tentación es la tentación sexual. Encontramos en nuestro camino a una persona que nos llama la atención y que con su mirada nos promete tanto, y permitimos que esa atracción aleje nuestra atención de nuestro Dios.

En cualquier caso, el resultado es que lentamente nos vamos distrayendo de la pureza de nuestro compromiso con Dios. Cambiamos la preciosa herencia que tenemos como hijos de Dios por las promesas vacías del mundo. ¿Cuál es la solución?

El pueblo de Dios es restaurado mediante el arrepentimiento y la separación radical

Lectura: Esdras 10:1-12

10:1 Mientras oraba Esdras y hacía confesión, llorando y postrándose delante de la casa de Dios, se juntó a él una muy grande multitud de Israel, hombres, mujeres y niños; y lloraba el pueblo amargamente.
10:2 Entonces respondió Secanías hijo de Jehiel, de los hijos de Elam, y dijo a Esdras: Nosotros hemos pecado contra nuestro Dios, pues tomamos mujeres extranjeras de los pueblos de la tierra; mas a pesar de esto, aún hay esperanza para Israel.
10:3 Ahora, pues, hagamos pacto con nuestro Dios, que despediremos a todas las mujeres y los nacidos de ellas, según el consejo de mi señor y de los que temen el mandamiento de nuestro Dios; y hágase conforme a la ley.
10:4 Levántate, porque esta es tu obligación, y nosotros estaremos contigo; esfuérzate, y pon mano a la obra.

10:10 Y se levantó el sacerdote Esdras y les dijo: Vosotros habéis pecado, por cuanto tomasteis mujeres extranjeras, añadiendo así sobre el pecado de Israel.
10:11 Ahora, pues, dad gloria a Jehová Dios de vuestros padres, y haced su voluntad, y apartaos de los pueblos de las tierras, y de las mujeres extranjeras.
10:12 Y respondió toda la asamblea, y dijeron en alta voz: Así se haga conforme a tu palabra.

Sabemos que Dios es el Creador de la familia. Sabemos que Dios odia el divorcio, como lo declara Malaquías 2:16. ¿Por qué, entonces, encontramos la restauración del pueblo del día de Esdras en el divorcio?

La respuesta está en la gravedad de su pecado. Era una situación tan grave que sólo una solución drástica bastaría. Había que quitar de en medio del pueblo de Israel a las personas que estaban haciendo que se extraviara de su devoción completa a Dios.

¿Será que Dios desea que cada creyente que se encuentra casado con una incrédula (o viceversa) se divorcie de inmediato? Ésta no es la aplicación contemporánea de este pasaje. Encontramos al apóstol Pablo, en 1 Corintios 7, dando instrucciones a los creyentes a no divorciarse, si la pareja está dispuesta a seguir casada.

Vemos, entonces, que bajo el Nuevo Pacto la aplicación es algo diferente. El creyente no debe casarse con una persona incrédula; pero si lo ha hecho, no debe buscar el divorcio. Más bien, la aplicación a nuestras vidas del ejemplo que encontramos en Esdras es la necesidad de la separación radical del mundo.

El apóstol Pablo nos dice en 2 Corintios 6:17, 7:1: Salgan de en medio de ellos y apártense. No toquen nada impuro, y yo los recibiré… . Como tenemos estas promesas, queridos hermanos, purifiquémonos de todo lo que contamina el cuerpo y el espíritu …

Si nos encontramos comprometidos con el mundo, la solución es un arrepentimiento de corazón que incluye el deshacernos, cueste lo que cueste, de toda cosa que nos liga con el mundo. Esto puede significar la liquidación de alguna inversión en una empresa que no agrada a Dios.

Puede significar buscar otro trabajo donde no tengamos que dejar nuestra conciencia en la puerta. Puede significar un cambio en los programas que vemos en la televisión, o quizás hasta la venta del televisor.

En días de Esdras, las familias se tuvieron que separar para que el pueblo de Dios mantuviera su pureza. Ésa no es la voluntad de Dios para nosotros hoy en día, pero eso no significa que no habrá un precio a pagar para recobrar la pureza que Dios desea de su pueblo.

Examina ahora tu vida, y pregúntate: ¿qué cosas hay en mi vida que estorban el obrar de Dios? ¿Cuáles cosas contaminan la pureza del pueblo de Dios? Puede ser una amistad que te está guiando mal. Puede ser una costumbre que no te conviene. Puede ser tu trabajo. Cualquiera que sea, arrepiéntete ya. Pídele de corazón perdón a Dios, expresándole tu tristeza, y toma los pasos necesarios para quitar esa cosa de tu vida. Esto es parte del arrepentimiento.

Hace algunos años, dos personas – en incidentes no relacionados – trataron de destruir dos obras maestras de arte. Una de esas personas trató de destruir a cuchilladas un cuadro de Rembrandt, y el otro trató de destruir una escultura de Miguel Ángel a martillazos.

¿Qué piensan que hicieron las autoridades con esas obras de arte? ¿Las tiraron? Claro que no. Llamaron a los mejores expertos para reconstruirlos. De igual modo, cuando Dios ve a su pueblo atacado por el pecado y contaminado por el mundo, él no quiere rechazarnos. Lo que desea es restaurarnos. Él quiere que recobremos nuestra pureza y nuestro poder.

Si queremos experimentar esa restauración, es necesaria una obra continua de arrepentimiento y corrección. No existe otra manera.

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