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Lo tuyo no es mío – No hurtarás.



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Lo tuyo no es mío – No hurtarás.

Era el año 1887. Un hombre llamado Emmanuel Ninger llegó a la tienda para comprar algunas verduras. Presentó a la cajera un billete de veinte dólares para pagar sus compras. Cuando la cajera, con las manos aún mojadas por las verduras, tomó el billete, el tinte se le quedó en los dedos.

Esto le pareció extraño, y veinte dólares era una buena suma de dinero; pero el Sr. Ninger era conocido. Por muchos años había sido cliente de la tienda. Era difícil dudar de su integridad. La cajera le entregó el cambio, y el Sr. Ninger se fue.

Sin embargo, la duda se quedó plantada en la mente de la cajera. Por fin, ella fue al departamento de policía y le confió su sospecha al oficial de turno. Tras examinar el billete, la policía verificó que había sido falsificado, y llegó a la casa del Sr. Ninger con una orden de registro.

Aquí se vuelve interesante el asunto. En el ático de la casa del Sr. Ninger descubrieron que él pintaba los billetes falsificados a mano. Era un artista de gran habilidad. Además de los billetes, había pintado algunos cuadros también. La policía incautó los cuadros, y posteriormente se vendieron en subasta para cubrir las deudas del acusado.

Ahora bien, el Sr. Ninger se había demorado el mismo tiempo en pintar un cuadro que en falsificar un billete. Sin embargo, los billetes sólo tenían un valor nominal de veinte dólares; pero los cuadros se vendieron a más de cinco mil dólares cada uno. Obviamente, este hombre podría haber vivido mucho mejor si se hubiera dedicado a ganarse la vida honestamente, en lugar de aplicar sus talentos a la deshonestidad.

Emmanuel Ninger se robó a sí mismo la oportunidad de vivir una vida honrada y decente. Hoy Dios nos dice que no cometamos el mismo error. Leamos el octavo mandamiento.

Lectura: Exodo 20:15 – 20:15 No hurtarás.

Las palabras son muy sencillas: “No robes”. Como los demás mandamientos, sin embargo, tenemos que contextualizar este mandamiento dentro de la totalidad de la revelación divina. Cuando consideramos lo que Dios nos revela en otras partes de su Palabra, podemos entender el por qué, y podemos ampliar nuestro conocimiento de la aplicación de este mandamiento.

Vamos a resumirlo así: Dios llama a su pueblo a respetar la propiedad ajena porque todo es de El. Consideremos esta declaración más a fondo. Primeramente,

Dios nos llama a recordar que todo es de El

Leamos el Salmo 24:1-2:

24:1 De Jehová es la tierra y su plenitud; El mundo, y los que en él habitan.
24:2 Porque él la fundó sobre los mares, Y la afirmó sobre los ríos.

Aquí la Palabra de Dios declara que todo le pertenece a El, en virtud de haberlo creado. ¿Quién se atreve a discutir este punto? Si Dios lo creo, entonces le pertenece. Es muy sencillo.

Dicho sea de paso que una de las formas en que nosotros reconocemos que todo es de Dios es por medio de nuestros diezmos y ofrendas. Cuando nosotros le damos a El esa parte de lo que El nos da, estamos dando testimonio de que todo le pertenece. Todo es de El. Nuestra ofrenda es una declaración de fe.

Ahora bien, si Dios es Creador y Dueño de todo cuanto existe, esto significa que El tiene el derecho a decidir cómo se usarán las cosas que El ha creado. De la misma forma en que Dios tiene el derecho a decirnos cómo usaremos nuestros cuerpos, El también tiene el derecho a decirnos cómo usar los bienes y las riquezas del mundo que El ha creado.

Dios ha estructurado las cosas de tal forma que el hombre, por medio de su esfuerzo y su trabajo, puede ganar el derecho de posesión sobre ciertas cosas. Este derecho también se puede transmitir de una persona a otra, por medio de la herencia, por ejemplo.

Es interesante notar que la humanidad ha probado algunos sistemas en los que no se respetan los derechos a la propiedad privada. El comunismo es un ejemplo de este proceder. Estos sistemas han fracasado en crear un sistema de vida productivo y próspero para sus súbditos.

Gracias al pecado humano, es necesario que haya límites sobre los derechos. El capitalismo necesita ciertos controles y ciertas limitaciones, para que haya justicia. Sin embargo, el derecho a tener posesiones es algo que Dios nos ha dado. Cuando nosotros tomamos lo que es de otra persona, entonces, estamos pecando no solamente contra esa persona, sino contra Dios. Estamos subvirtiendo el sistema que Dios mismo ha creado.

Esto queda claro en varios pasajes bíblicos. Consideremos la historia bíblica de Ananías y Safira. Ellos vendieron una propiedad, se quedaron con parte del precio de la venta y llevaron el resto a los apóstoles, queriendo fingir que era todo lo que habían recibido por la propiedad.

Los dos murieron a causa de su pecado. Ahora bien, ¿murieron por quedarse con parte del precio de la venta? ¡No! Pedro le dice a Ananías: “¿Acaso no era tuyo antes de venderlo? Y una vez vendido, ¿no estaba el dinero en tu poder?” (Hechos 5:4) Claramente, el apóstol consideraba que Ananías tenía el derecho de hacer con su propiedad lo que él decidiera.

Su error no fue quedarse con parte del dinero, sino mentir y hacerse pasar por más generoso de lo que era. Esto nos demuestra claramente la importancia que Dios da a la propiedad privada. Aun dentro de la iglesia primitiva, donde los creyentes compartían sus bienes para suplir las necesidades los unos de los otros, este compartir tenía que ser voluntario. Nadie debía hacerlo por obligación.

Podemos notar también el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo. Aunque El atacó fuertemente a los ricos por su avaricia y falta de compasión por el pobre, nunca llamó a sus discípulos a redistribuir los bienes de los ricos forzosamente. Nunca recomendó la acción de Robin Hood, de robar a los ricos para dárselo a los pobres.

Más bien, como en el caso de Zaqueo, alabó a quienes voluntariamente entregaban sus bienes para bien de los pobres. Aún en medio de su presencia revolucionaria, Jesús no ignoró los derechos de propiedad personal. La ocasión en la que sus discípulos recogieron espigas en los campos para comérselos no es ninguna excepción, pues esto se permitía bajo la ley del Antiguo Testamento. No era robo.

Jesús reconoció que Dios es dueño de todo, y por lo tanto, tenemos que reconocer los derechos que tienen los demás sobre sus pertenencias. Por este motivo, entonces, recordando que Dios es dueño y Creador de todo cuanto existe,

Dios nos llama a respetar la propiedad ajena

Puede ser muy tentador tratar de ahorrarse todo el esfuerzo de trabajar para ganarse las cosas y dedicarse más bien al robo, pero si las consecuencias legales no te detienen, el temor de Dios debe de hacerlo. Sin embargo, creo que pocos de ustedes se dedican al robo como carrera.

Pero, ¿será que robamos de otras formas? Antes de decidir que este sermón no contiene ningún mensaje para ti, considera las pequeñas formas en que podrías estar robando. Hay muchas personas, por ejemplo, que le roban a su patrón.

Por supuesto, esto puede tomar la forma de llevarse cosas del trabajo, pensando que nadie se va a dar cuenta. A veces lo defendemos, diciendo que nadie pierde, pues son cosas de la compañía y no de alguna persona en particular. Sin embargo, esto sigue siendo robo.

Pero también podemos robarle a nuestro patrón si no le damos el trabajo que él nos paga por hacer. Si incluimos en la tarjeta horas que no trabajamos, si trabajamos sólo cuando el supervisor nos está vigilando, si damos menos del cien por ciento – estamos robándole a nuestro patrón, pues él nos está pagando, pero nosotros no le estamos dando a cambio el trabajo que se merece.

También es muy fácil robar cosas muy pequeñas sin siquiera pensarlo. Cuando estamos en el supermercado, ¿agarramos un pedazo de fruta para comérnoslo mientras hacemos las compras? Si no pagamos ese pedazo de fruta, es una forma de robo.

Si le pedimos un préstamo a alguien prometiéndole que le pagaremos en cierto plazo de tiempo, y no lo hacemos, somos también culpables de robo. Le estamos robando a esa persona el uso del dinero que le pertenece.

Debemos de tener mucho cuidado con las cosas pequeñas, porque se convierten fácilmente en cosas más grandes. Consideremos a Judas Iscariote, el que traicionó al Señor. Juan 12:6 nos dice que, “como tenía a su cargo la bolsa de dinero, acostumbraba robarse lo que echaban en ella”.

Así empezó el declive de Judas. Cuando nosotros despreciamos el derecho de otros a su propiedad, empezamos a despreciar a la persona también. Fue el trayecto que siguió Judas; primeramente despreció las pocas pertenencias de Jesús y sus discípulos, pero pronto estuvo dispuesto a despreciar hasta la vida de Jesús a cambio de un poco de dinero.

Es más, si robamos cosas pequeñas y – al parecer – insignificantes, les damos a nuestros hijos un pésimo ejemplo. Recuerdo la primera vez que yo robé algo. Era un niño muy pequeño, y me robé unas monedas de la cartera de mi madre. Cuando mis padres descubrieron el robo, no lo tomaron a la ligera.

Al contrario; me castigaron por mi pecado, aunque también me dieron a entender que si yo tenía necesidad de algo, sólo tenía que pedírselo. Eso sucedió hace muchos años, pero aún lo recuerdo; esa experiencia inculcó en mí un deseo de no robar jamás.

Ahora bien, ¿qué habría sucedido si, en lugar de tomar en serio mi acción, mis padres lo hubieran ignorado, o se hubieran reído? ¿Qué mensaje les damos a nuestros hijos cuando ellos nos ven agarrar algo que no nos pertenece, por más insignificante que sea? Fácilmente les comunicamos que realmente no es tan importante respetar los bienes ajenos.

Reza el dicho: “El que roba un huevo, robará una res”. Podemos empezar con cosas muy insignificantes, pero poco a poco nos justificaremos en robar cosas más y más grandes. Una vez que hayamos cruzado la línea entre lo tuyo y lo mío, es difícil detenernos.

Hace algunos momentos mencionamos a Zaqueo. El fue culpable de robo, pues usó su posición oficial como recaudador de impuestos para robarles a los ciudadanos. Sin embargo, cuando Jesús entró en su hogar, él reconoció su pecado y se comprometió en hacer una restitución total. Jesús declaró: “Hoy ha venido la salvación a esta casa” (Lucas 19:9).

Si tú le has fallado al Señor en esta área, confiésaselo ahora. Pídele perdón. Si es posible, haz restitución por lo que has robado. El arrepentimiento no es completo ni verdadero si no hacemos restitución, hasta donde sea posible.

En cambio, donde hay arrepentimiento verdadero, también llega la restauración y la bendición divina. De la forma en que Jesús pronunció su bendición sobre el hogar de Zaqueo, El también pronunciará su bendición sobre tu hogar si te arrepientes y te comprometes en vivir en integridad, bajo su autoridad.

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