Los Doce Apóstoles
En el corazón del cristianismo primitivo se encuentran doce hombres escogidos por Jesucristo para acompañarlo en su ministerio, ser testigos de su vida, muerte y resurrección, y continuar su obra tras su ascensión.
Estos hombres, conocidos como los Doce Apóstoles, desempeñaron un papel fundamental en la difusión del Evangelio y en la formación de la Iglesia cristiana. A través de los relatos bíblicos, es posible reconstruir no solo sus nombres y acciones, sino también su carácter, sus debilidades y su transformación como discípulos del Mesías.
Los Evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), así como el Evangelio de Juan y el libro de los Hechos de los Apóstoles, proporcionan las principales fuentes para conocer a estos hombres. Los apóstoles fueron llamados directamente por Jesús durante su ministerio en Galilea, y la mayoría de ellos provenían de contextos humildes, particularmente de la pesca y otros oficios simples. Este hecho es significativo: Jesús no eligió a líderes religiosos, escribas ni autoridades del templo; eligió a hombres comunes para realizar una tarea extraordinaria.
Los nombres de los doce apóstoles aparecen en varias listas dentro del Nuevo Testamento: Mateo 10:2-4, Marcos 3:16-19, Lucas 6:14-16 y Hechos 1:13. Aunque hay algunas diferencias menores en la forma de nombrarlos, la identidad esencial del grupo se mantiene. Estos son: Simón Pedro, Andrés, Jacobo (hijo de Zebedeo), Juan, Felipe, Bartolomé, Tomás, Mateo, Jacobo (hijo de Alfeo), Tadeo (también llamado Judas de Santiago), Simón el Zelote y Judas Iscariote (quien luego traicionó a Jesús).
Simón Pedro es quizás el más conocido de los apóstoles. Llamado originalmente Simón, Jesús le dio el nombre de Pedro (del griego Petros, que significa «piedra»), indicando su papel como fundamento visible de la Iglesia (Mateo 16:18). Era pescador y hermano de Andrés, otro de los apóstoles. Pedro fue impulsivo, a veces temerario, pero profundamente leal.
Fue él quien caminó sobre las aguas hacia Jesús (Mateo 14:29) y quien lo confesó como el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Sin embargo, también fue quien lo negó tres veces antes del amanecer del día de la crucifixión. Después de la resurrección, Jesús le reafirma su misión con las palabras “Apacienta mis ovejas” (Juan 21:17). En el libro de los Hechos, Pedro se convierte en el líder visible de la iglesia naciente en Jerusalén, predicando en Pentecostés y realizando milagros en nombre de Jesús.
Andrés, hermano de Pedro, fue el primero en seguir a Jesús, según el Evangelio de Juan (Juan 1:40-42). También era pescador y anteriormente había sido discípulo de Juan el Bautista. Aunque menos prominente que su hermano Pedro, Andrés desempeña un papel esencial al presentar personas a Jesús, como en el caso del muchacho con los panes y los peces (Juan 6:8-9). La tradición posterior lo asocia con la predicación del Evangelio en Grecia y Escitia, y con su martirio en una cruz en forma de X, conocida como cruz de San Andrés.
Jacobo, hijo de Zebedeo, fue uno de los primeros llamados por Jesús y parte del círculo íntimo junto con Pedro y su hermano Juan. Estuvo presente en momentos clave como la transfiguración de Jesús (Mateo 17:1) y la oración en Getsemaní (Mateo 26:37). Fue el primer apóstol en ser martirizado, ejecutado por orden de Herodes Agripa I, como relata Hechos 12:1-2. Su muerte temprana testifica el alto costo que los apóstoles pagaron por su fidelidad a Cristo.
Juan, hermano de Jacobo e hijo de Zebedeo, es el “discípulo amado” según el Evangelio que lleva su nombre. Su relación cercana con Jesús es evidente en diversos pasajes. Fue el único de los doce que estuvo presente al pie de la cruz (Juan 19:26-27), donde Jesús le confió el cuidado de su madre María.
Juan también es tradicionalmente identificado como el autor del Evangelio de Juan, las tres epístolas que llevan su nombre y el libro de Apocalipsis. Su énfasis en el amor como marca distintiva del cristiano ha sido central en la espiritualidad cristiana desde entonces.
Felipe fue uno de los primeros discípulos llamados por Jesús (Juan 1:43-46). En varias ocasiones aparece como alguien racional, inquisitivo, buscando entender a Jesús más profundamente. Fue quien pidió a Jesús que le mostrara al Padre (Juan 14:8), recibiendo una de las respuestas más profundas del Evangelio: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”. La tradición cristiana afirma que Felipe predicó en Asia Menor y fue martirizado en Hierápolis.
Bartolomé es generalmente identificado con Natanael, a quien Felipe llevó a Jesús en el Evangelio de Juan. Jesús lo describe como un “verdadero israelita en quien no hay engaño” (Juan 1:47). Aunque su papel no es prominente en los relatos, su inclusión en todas las listas de apóstoles indica su pertenencia indiscutible al círculo de los doce. Se le atribuyen labores misioneras en la India, Armenia y otros lugares del oriente. Fue martirizado, según algunas fuentes, despellejado vivo.
Tomás, llamado también Dídimo (que significa “gemelo”), es célebre por su incredulidad tras la resurrección de Jesús. Cuando los demás discípulos afirmaban haber visto al Señor, él dijo: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos… no creeré” (Juan 20:25). Una semana después, Jesús se le apareció y le dijo: “Pon aquí tu dedo… no seas incrédulo, sino creyente”.
Tomás respondió con una de las confesiones más fuertes de fe en el Nuevo Testamento: “¡Señor mío y Dios mío!” (Juan 20:28). Este episodio ha dado lugar a la expresión “Tomás el incrédulo”, aunque en realidad su testimonio final es uno de los más convincentes. La tradición sostiene que llevó el Evangelio hasta la India, donde murió como mártir.
Mateo, también llamado Leví, fue un recaudador de impuestos antes de seguir a Jesús (Mateo 9:9). Su oficio lo hacía despreciado entre los judíos por trabajar para los romanos y por su reputación de corrupción. Sin embargo, Jesús lo llamó, y Mateo respondió dejando todo atrás. Se le atribuye la autoría del Evangelio de Mateo, dirigido principalmente a un público judío, enfatizando a Jesús como el cumplimiento de la ley y los profetas. Su transformación de publicano a evangelista es un claro ejemplo del poder redentor del llamado de Cristo.
Jacobo, hijo de Alfeo, es también conocido como “Jacobo el menor” para distinguirlo de Jacobo, hijo de Zebedeo. Poco se sabe de él, y los Evangelios no le otorgan una presencia destacada. La tradición lo identifica con el autor de la epístola de Santiago, aunque esta identificación es discutida entre los estudiosos. Su figura representa a aquellos discípulos que, aunque discretos, jugaron un papel fundamental en el testimonio cristiano primitivo.
Tadeo, también llamado Judas de Santiago, aparece en las listas de apóstoles, pero sin muchos detalles. En Juan 14:22, hace una pregunta significativa a Jesús: “Señor, ¿cómo es que te manifestarás a nosotros y no al mundo?” Jesús responde con una explicación sobre la obediencia y el amor como forma de manifestación divina. Tadeo, según la tradición, predicó en Siria y Persia, y murió como mártir.
Simón el Zelote es otro apóstol del que se sabe poco. El término “zelote” podría referirse a su pertenencia al movimiento nacionalista judío que se oponía al dominio romano, lo que lo colocaría en una posición política contraria a la de Mateo, el recaudador de impuestos. Esta diversidad en el grupo apostólico evidencia el poder unificador de Cristo, que logró reunir a hombres de posiciones ideológicas opuestas en una misma misión.
Judas Iscariote es tristemente célebre por ser quien traicionó a Jesús. Aunque inicialmente fue parte del grupo de los doce, su historia culmina en tragedia. Era el tesorero del grupo, pero el Evangelio de Juan lo acusa de robar de la bolsa común (Juan 12:6).
Fue él quien entregó a Jesús a las autoridades por treinta piezas de plata (Mateo 26:14-16), y más tarde, lleno de remordimiento, se ahorcó (Mateo 27:5). Su lugar fue posteriormente ocupado por Matías, elegido por los demás apóstoles en Hechos 1:23-26, tras la oración y el lanzamiento de suertes.
Cada uno de estos hombres fue llamado por nombre, transformado por el discipulado, y enviado a dar testimonio del Reino de Dios. Aunque algunos eran impulsivos, incrédulos, temerosos o incluso traicioneros, el poder del Espíritu Santo los capacitó para convertirse en testigos fieles hasta la muerte. En Pentecostés, fueron llenos del Espíritu y comenzaron a predicar con valentía en múltiples lenguas (Hechos 2), dando origen a la Iglesia cristiana.
Los apóstoles no fueron elegidos por su perfección, sino por su disposición a seguir a Jesús. Sus vidas representan un arco de transformación: de pescadores, publicanos y nacionalistas, a fundadores de comunidades, autores de las Escrituras y mártires de la fe. En ellos se cumple la promesa de que Dios escoge a lo necio del mundo para avergonzar a lo sabio (1 Corintios 1:27).
A través de sus vidas, se hizo evidente que la autoridad espiritual no reside en el linaje, la educación o el poder humano, sino en la fidelidad al Evangelio y en la obediencia al llamado de Cristo.
Hoy en día, los nombres de los doce apóstoles siguen siendo pronunciados en todas las lenguas cristianas, no como leyendas o personajes simbólicos, sino como hombres reales que vivieron, lucharon, creyeron y murieron por su fe. Su testimonio sigue inspirando a millones en todo el mundo, recordándonos que la llamada de Jesús continúa vigente, y que la misión del Evangelio es una responsabilidad compartida por todos los creyentes, más allá del tiempo, la cultura o el contexto.
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