Un mandamiento con bendición, honrar nuestros padres
¿Alguna vez has oído un comentario como el siguiente? ¡Estos jóvenes de hoy! Sólo les interesa escuchar su música ruidosa, mirar televisión o andar de vagos con sus amigos. Cuando yo era joven, había que trabajar. Hoy parece que no se les enseña nada.
¡Quizás incluso has hecho un comentario como éste! La diferencia entre las generaciones parece crecer cada día más. Los jóvenes parecen respetar cada día menos a sus mayores. Hace años, se repetía el lema: Nunca confíes en nadie mayor a los treinta. Parece ser ahora el lema de la juventud.
Pero la moneda también tiene otra cara. Cada día oímos reportajes de niños abandonados, maltratados, abusados. Sé que algunos de ustedes han vivido experiencias trágicas de abuso y abandono en su niñez. ¿Qué hacemos cuando la generación mayor parece ser indigna de respeto?
Estos no son problemas nuevos. Se reflejan desde las primeras páginas de la Biblia. Los primeros padres, Adán y Eva, tuvieron serios problemas con sus hijos. Conforme continuamos a través del registro bíblico descubrimos numerosos ejemplos de la destrucción que ha entrado en la familia gracias al pecado.
Hoy consideraremos las instrucciones que Dios da a los hijos para que las familias funcionen como El quiere. Hemos llegado al quinto de los diez mandamientos, el primero que rige las relaciones interpersonales. Los primeros cuatro mandamientos enfocan la relación entre el pueblo y su Dios; los siguientes seis mandamientos se tratan de las relaciones entre los miembros del pueblo de Dios.
Este mandamiento enfoca la más básica de las relaciones, las relaciones entre los miembros de la familia. Esto va mucho más allá de las simples relaciones entre padres e hijos, pues las relaciones de familia forman la base para la vida en la sociedad. En otras palabras, aprendemos a llevarnos con otras personas dentro de la familia.
Lectura: Exodo 20:12
Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da.
El mensaje de este mandamiento es muy sencillo:
Dios nos llama a honrar a nuestros padres
La última vez que estuvimos juntos, hablamos acerca del mandamiento de reposo – el mandamiento del sábado. Vimos que la aplicación directa de este mandamiento ha cambiado debido al cambio de pacto. El día sábado pertenecía específicamente al pacto con Israel. El principio que expresa el mandamiento sigue siendo válido, pero la aplicación específica es distinta para nosotros.
Cuando llegamos al Nuevo Testamento descubrimos que, con este quinto mandamiento, nada ha cambiado. El deseo de Dios para la relación de padres e hijos sigue siendo el mismo. En Efesios 6:1-3, el apóstol Pablo cita este mandamiento. Leamos lo que él dice:
6:1 Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo.
6:2 Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa;
6:3 para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra.
Dios llama a los hijos a honrar a sus padres, dice Pablo, por dos razones. En primer lugar, debemos de honrar a nuestros padres porque es lo recto. Esta palabra significa lo que concuerda con la voluntad de Dios, lo que se debe de hacer. Significa lo que es correcto para el ser humano.
Para el hombre moderno, ésta es poca razón para hacer algo. Su lema es: Dios es mi copiloto, es decir, Dios va por donde yo lo llevo. El creyente, sin embargo, ha sido llamado a un estilo de vida diferente. Ha sido llamado a conformar su vida a la realidad que Dios ha creado, en lugar de insistir que la realidad se ajuste a sus antojos.
Parte de esta realidad que Dios ha creado es la verdad de que la sociedad funciona mejor cuando los hijos son obedientes a sus padres. Aquel niño que se rebela contra sus padres, como adulto tendrá problemas con otras autoridades también – con sus maestros, con su patrón, con la policía.
Obedecer y honrar a nuestros padres es lo recto. Por este motivo, nos conviene. Es una fuente de bendición. Esta es la segunda razón que nos menciona Pablo. Citando el mandamiento original, él dice: Para que te vaya bien, y para que tengas larga vida sobre la tierra.
En el contexto original del Exodo, cuando el pueblo de Israel estaba a punto de entrar a la tierra prometida, esta promesa de bendición se relacionaba con la vida en la tierra que Dios les prometía.
Cuando Pablo lo cita, él lo extiende a toda persona que forma parte del Nuevo Pacto establecido en Cristo, a toda persona que sigue a Cristo por fe. Es por este motivo que él omite la segunda parte de la frase, pues actualmente no habitamos en la tierra prometida. Sin embargo, la promesa de bendición sigue en pie. Si honramos y obedecemos a nuestros padres, seremos bendecidos.
Ahora bien, quizás debemos de comentar la diferencia entre honrar y obedecer. ¿Existe alguna diferencia entre estas palabras? Bueno, honrar es un concepto más amplio que obedecer. Cuando somos niños, suelen ser casi lo mismo. Honramos a nuestros padres cuando les obedecemos, sin ser insolentes.
Con la edad, sin embargo, honrar a nuestros padres llega a ser algo diferente. Salimos de la casa, formamos nuestra propia familia y tenemos vida propia. Ya no existe la misma responsabilidad de obedecer, como si aún fuéramos niños. Sin embargo, nunca se acaba la responsabilidad de honrar.
Honramos a nuestros padres mayores mostrándoles respeto, amor, deferencia, supliendo sus necesidades. Nunca debemos de pensar que nuestros padres mayores son un estorbo para nosotros, cuando Dios nos ha llamado a cuidar de ellos. Honrar a nuestros padres de cualquier edad es una fuente de bendición.
Esto nos lleva a otra consideración.
Dios nos llama a honrar a nuestros padres, aunque sean imperfectos
De hecho, si únicamente tuviéramos que honrar a los padres perfectos, nadie tendría esta responsabilidad. Todo padre humano es imperfecto. Todo padre y toda madre tiene defectos.
De hecho, cuando Dios dio este mandamiento, ya había muchos padres imperfectos descritos en el registro bíblico. Abraham, por ejemplo, echó fuera del hogar a su hijo Ismael. Cometió primero el error de engendrarlo con la sirvienta de su esposa. Luego, cuando su esposa dio a luz a Isaac y ya no era necesario tener a Ismael como heredero, Abraham obedeció la voz celosa de su esposa y corrió de la casa a Ismael y su madre, Agar.
Quizás el mejor ejemplo es Noé. La Biblia nos dice que fue el único hombre justo que pudo hallar Dios sobre la tierra, y por este motivo fue salvado del diluvio con su familia. Sin embargo, después del diluvio, Noé no tardó en caer en error. Sembró un viñedo, cosechó las uvas e hizo vino. Se embriagó, y se quedó desnudo en su carpa, Génesis 9:20-29.
Uno de sus hijos, llamado Cam, se aprovechó de la situación para burlarse de su padre. Su dos hermanos, en cambio, lo taparon sin mirarlo. Cuando Noé se dio cuenta de lo sucedido, pronunció una maldición sobre Cam y sobre su hijo Canaán, que quizás había participado en el evento.
¿Qué nos enseña este triste suceso? Nos enseña que, aunque nuestros padres sean imperfectos y cometan errores, esto no nos libra de nuestra responsabilidad de honrarles. Hermanos, esto no siempre es fácil. Quizás tuviste un padre como Noé, que se emborrachó – quizás en más de una ocasión – y trajo deshonra o sufrimiento a la familia.
La solución humana sería abandonarlo, dejarlo, olvidarte de él y maldecirle. Sería tomar su falla como pretexto para las fallas propias de uno. Cristo, en cambio, nos ha llamado a una senda angosta. Es un camino más difícil, pero es el camino a la vida y la bendición. Es el camino del perdón, el camino de la oración, el camino de pedir bendición para quienes nos han lastimado.
Cuando hay situaciones de abuso y no hay arrepentimiento, a veces es necesario poner una distancia para protección. Esto sucede sobre todo cuando se trata de padres no creyentes; en el caso de que los padres sean creyentes, obviamente deberá de haber disciplina por parte de la Iglesia. Sin embargo, el hijo creyente nunca queda libre de su responsabilidad de honrar a sus padres.
Hay una razón trascendente. Es sencillamente que
Dios nos llama a honrar a nuestros padres, porque así le honramos a El
Dios ha puesto en este mundo estructuras de autoridad para que la sociedad humana funcione de una forma ordenada. La Biblia nos dice, por ejemplo, que las autoridades civiles han sido instituidas por Dios. La primera autoridad que conocemos es la autoridad de nuestros padres.
Es en el hogar que aprendemos – o en algunos casos, no aprendemos – a seguir instrucciones, a obedecer, a hacer lo que a veces no queremos. Si nosotros no aprendemos a obedecer a nuestros padres, el espíritu de rebeldía se extenderá por toda la sociedad. Esto es lo que vemos hoy en día.
Cuando nos sometemos a las autoridades, en cambio, empezando con nuestros padres, vivimos de una forma totalmente distinta. En lugar de contribuir a la rebelión del mundo, nosotros mostramos un camino diferente. Esto es parte de ser sal y luz.
Es más, Dios se identifica como Padre. La Biblia nos enseña que, en la existencia eterna de Dios, hay una identidad paterna. Dentro de la Trinidad, la relación de Padre e Hijo es eterna. La relación humana entre padre e hijo es un reflejo de esa relación eterna entre Dios Padre y su Hijo, Cristo.
Hay una diferencia muy importante, por supuesto. Es parte de la existencia humana el llegar a existir. Cada uno de nosotros nace en alguno momento, y allí empieza su vida. Dios, en cambio, es eterno. Por este motivo, la relación de Dios Padre con Dios Hijo es distinta en este aspecto a nuestras relaciones de padre e hijo.
Cristo como Hijo de Dios nunca tuvo un comienzo. Siempre ha existido. Como hombre, tuvo un comienzo; pero como Dios siempre ha existido en esta relación de Hijo con su Padre. Cada buena relación humana entre padre e hijo es un ejemplo y un testimonio de esa magnífica relación eterna.
Cristo es el Hijo perfecto, pues se sometió a la voluntad de su Padre. ¿Recuerdas lo que dijo en el jardín de Getsemaní? Padre, si es posible, que esta copa pase de mí; mas no se haga mi voluntad, sino la tuya. En esa escena se ve la sumisión del Hijo perfecto y la honra que da a su Padre.
Se cuenta la historia de un anciano que vivía con su hijo y su nuera. El hombre no siempre podía comer bien. Se le caía la comida, ensuciaba el mantel y hacía desastre. Por fin su nuera dijo: Esto no puede ser. Este hombre está interfiriendo con mi derecho de ser feliz. De ese día en adelante, el hombre comió en un rincón de la cocina, con un plato de cerámica barata. De vez en cuando lanzaba miradas tristes hacia la mesa donde comía la familia.
Un día, al viejito se le cayó el plato de cerámica y se rompió. Su nuera dijo, Si eres cochino, tendrás que comer de un plato de cochino. El hijo le talló un plato de madera, y de allí comía el viejito.
Resulta que, en esta familia, había un niño de unos cuatro años. Un día, el padre notó que su hijo estaba jugando con unos pedazos de madera. ¿Qué estás haciendo, hijo? – le preguntó. El hijo respondió: Estoy haciendo unos platos de madera para cuando tú y mamá sean grandes.
De ese día en adelante el anciano volvió a comer con su familia. Hermanos, que no sea necesario para nosotros tal lección. Honra a tu padre y a tu madre, nos dice la Escritura. Aunque nos cueste, aunque el mundo se burle, mostremos a nuestros padres el honor que se merecen.