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Orgullo, El error fatal


Orgullo

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El error fatal

Durante el verano de 1986, dos barcos chocaron en las frías aguas del Mar Negro, cerca de la costa de Rusia. Cientos de pasajeros murieron ahogados. La noticia del suceso estremeció la nación, pero peor aun fue el descubrimiento de la causa del accidente.

La causa no fue la neblina, o alguna falta de visibilidad; era un día claro. No sucedió por alguna falla en el sistema direccional de alguna de las naves; ambos estaban en perfecto orden.

En realidad, los dos capitanes estaban conscientes de la presencia del otro barco en las aguas cercanas, pero ninguno de ellos quiso ceder el paso. Debido al orgullo, ambos insistieron en mantener el trayecto que habían establecido, y cientos de inocentes murieron como resultado.

El orgullo es un error fatal. Perjudica a la persona que lo posee, y perjudica también a quienes la rodean. No podemos considerar que el orgullo es simplemente una falla insignificante; es más bien perjudicial.

Sucede que el orgullo se disfraza de muchas formas. Somos expertos en encontrar pretextos para nuestras actitudes. Lo que en otra persona tomamos por orgullo, en nuestra propia vida llamamos confianza en nosotros mismos. El orgullo, sin embargo, es la esencia de la rebelión contra Dios.

Los discípulos de Jesús no eran inmunes al orgullo. Al contrario, sirven como muestra clara de la forma de pensar que, lastimosamente, sigue siendo muy común – aun dentro de la comunidad cristiana.

Vamos a ver cómo respondió Jesús a esta actitud en sus discípulos.

Lectura: Mateo 18:1-9

18:1 En aquel tiempo se llegaron los discípulos á Jesús, diciendo: ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?
18:2 Y llamando Jesús á un niño, le puso en medio de ellos,
18:3 Y dijo: De cierto os digo, que si no os volviereis, y fuereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos.
18:4 Así que, cualquiera que se humillare como este niño, éste es el mayor en el reino de los cielos.
18:5 Y cualquiera que recibiere á un tal niño en mi nombre, á mí recibe.
18:6 Y cualquiera que escandalizare á alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le anegase en el profundo de la mar.
18:7 ¡Ay del mundo por los escándalos! porque necesario es que vengan escándalos; mas ¡ay de aquel hombre por el cual viene el escándalo!
18:8 Por tanto, si tu mano ó tu pie te fuere ocasión de caer, córtalo y échalo de ti: mejor te es entrar cojo ó manco en la vida, que teniendo dos manos ó dos pies ser echado en el fuego eterno.
18:9 Y si tu ojo te fuere ocasión de caer, sácalo y échalo de ti: mejor te es entrar con un solo ojo en la vida, que teniendo dos ojos ser echado en el infierno del fuego.

Durante este tiempo, Jesús les había hablado a sus discípulos acerca de su traición y muerte. Les había dicho que sufriría en manos de los líderes judíos. Sin embargo, los discípulos rápidamente se olvidaron de esto en su preocupación por su propia posición dentro del reino que Jesús establecería.

Había un pleito constante entre los discípulos acerca de su posición. Santiago y Juan le habían pedido a Jesús un honor especial en su reino. Quizás en respuesta a esto, los discípulos llegaron para preguntarle a Jesús: ¿Entonces, quién es el más importante en el reino de los cielos?

Su pregunta tenía una motivación egoísta. En lugar de tratar de entender lo que su Maestro les decía acerca de su propio destino, ellos sólo podían preocuparse de su propia posición e importancia.

Jesús toma la oportunidad para hablarles francamente acerca de la posición en el reino de los cielos. A ellos, y a nosotros, dice:

Ten cuidado con el orgullo, pues te alejará de Dios

Cristo enseña claramente que, para estar bien con Dios, es necesario ser humilde y sencillo. Ahora bien, la Biblia enseña claramente que la salvación se recibe por medio de la fe en Cristo. Lo que Cristo nos enseña es que es imposible tener una fe salvadora sin ser humildes y sencillos.

En otras palabras, si creemos tener fe en Cristo, pero no nos hemos humillado ante Dios con sencillez de corazón, entonces nuestra supuesta fe no sirve de nada. La salvación es sólo por medio de la fe; pero tenemos que entender a qué clase de fe se refiere la Biblia. Habla de una fe que nace del reconocimiento de la necesidad personal, una fe que tiene su raíz en un corazón sencillo y arrepentido que recibe el perdón de Dios.

No podemos entrar al reino de Dios de una forma adulta. No podemos hacer un trato con Dios, dándole algo a cambio de nuestra salvación, pretendiendo así proteger nuestro orgullo. Tenemos que aceptar la salvación con la sencillez de un niño.

La humildad y la sencillez son esenciales para entrar al reino de los cielos. Es más, el más humilde será el más grande en el reino de los cielos. Jesús mismo lo dice: El que se humilla como este niño será el más grande en el reino de los cielos.

Así no es que funcionan las cosas en el mundo. El mundo funciona como el reino de los animales, donde cada uno busca lo que le conviene, y ayuda a otros sólo cuando puede sacar algún beneficio para sí mismo. Los monos les quitan las pulgas a otros monos, pero sólo porque esperan recibir el mismo trato.

En el reino de Dios, en cambio, la persona que confía en que Dios se encargará de cuidar de sus necesidades y se dedica más bien al servicio de los demás es la persona que recibe honor por parte del Señor.

Me pregunto cuántas veces nosotros los creyentes nos portamos como los del mundo. ¿Cuántos líderes cristianos están más preocupados por la protección de su propio imperio o de su propia imagen que por el avance del reino de Dios? ¿Cuántas personas sirven a Dios de corazón sincero, sin preocuparse por el crédito o el agradecimiento que se les dará?

Si no hemos aprendido a ser humildes, a servir al Señor con gratitud de corazón aparte de lo que dice la gente, no podremos serle útiles. Es una gran realidad: para que Dios nos use de una forma poderosa, tenemos que aprender a interesarnos mucho más en lo que a Dios le agrada que en el qué dirán de la gente.

Cristo nos dice, entonces: Ten cuidado con el orgullo, pues te alejará de Dios. El orgullo es perjudicial para nuestro bienestar y el de otros, también. De hecho, Jesús nos enseña:

Ten cuidado con el orgullo, pues puede hacer caer a otros

Él no ha dejado el tema del orgullo en los versos cinco al nueve. Más bien, habla de la ofensa que puede hacer caer a uno de sus seguidores. Si leemos los versos uno al nueve juntos, nos damos cuenta del contraste que Jesús hace. Él compara a la persona humilde que entra al reino de los cielos y recibe al más humilde de sus seguidores con la persona cuya soberbia más bien los hace caer.

Jesús nos enseña, para empezar, que el mundo nos dará oportunidades para caer, aunque quienes lo hagan recibirán su merecido. Este es el sentido de los versículos seis y siete.

Cuando Jesús habla de “estos pequeños que creen en mí”, no se refiere únicamente a los niños. La palabra griega que se traduce “pequeños” no se refiere generalmente a la edad, sino a la importancia. Jesús, entonces, enseña que la persona que hace caer a uno de sus seguidores, por más insignificante que sea, recibirá su merecido.

¿En qué formas se puede hacer caer a uno hijo de Dios? Quizás pensaríamos en el vendedor de pornografía o de drogas, pero creo que Jesús señala a otra clase de persona. Recordemos que él tiene en vista el tema del orgullo.

Hay muchas personas en el mundo que orgullosamente podrán estorbar al creyente en su fe. ¿Qué del científico que, por su orgullo, declara teorías no probadas, simplemente para progresar en su carrera, teorías que socavan la fe de algunos?

¿Qué del teólogo que, para hacerse famoso, ataca la veracidad de la Biblia con palabras altisonantes pero sin fundamento? ¿Qué del escritor que, para ganar dinero, escribe una novela sin fundación histórica, que hace a muchos dudar de la realidad bíblica?

Todas estas cosas suceden, han sucedido y seguirán sucediendo. Jesús nos asegura que vendrán estas pruebas a nuestra fe, pero también nos asegura que quienes lo hagan recibirán su merecido. Tenemos que ser precavidos para no flaquear en nuestra fe.

Pero aun más importante, tenemos que reconocer que nosotros podemos ser ocasión de tropiezo, y debemos de evitar serlo con todas nuestras fuerzas. Usando palabras que antes había usado para amonestar a sus discípulos acerca de la lujuria, Jesús ahora nos enseña a deshacernos con todas nuestras fuerzas de cualquier actitud orgullosa.

No sólo nos podrán estorbar las actitudes de ciertas personas del mundo, sino que también nuestro propio orgullo nos puede estorbar. Jesús nos enseña a quitar sin piedad cualquier cosa, cualquier actitud de nuestra vida que nos estorbe en nuestra relación con él.

Hace poco tiempo, los medios noticiosos pasaron la historia espeluznante de un trepador de montañas que se encontró aprisionado entre las piedras. Al parecer, un derrumbe lo atrapó por el brazo sobre la faz de una peña. Estaba en una zona remota, y no había esperanzas de que fuera rescatado.

Para poderse salvar, el hombre tuvo que cortarse el brazo, usando sólo las herramientas que traía en el cinto, y así quedar libre para regresar a la civilización. Antes de cortar el brazo, tuvo que quebrarlo dos veces para poderse mover.

Es difícil de imaginar el dolor que conlleva cortarse uno mismo el brazo, pero la alternativa era morir de hambre y sed sobre la faz de la roca. El hombre escogió perder el brazo y salvarse la vida.

Jesús nos dice que enfrentamos una decisión de igual magnitud cuando consideramos las actitudes egoístas que albergamos en el corazón. Tenemos que deshacernos de cualquier cosa que nos podría alejar del Señor.

No tenemos la opción de decir: así soy, y que Dios me acepte. Tenemos que arrancar esas actitudes de nuestro corazón, aunque parezca que vamos a perder parte de nuestro ser. Mejor perder algo de lo que somos y salvarnos, que entrar enteros en la perdición.

Como Pablo, tenemos que aprender a considerar esas cosas que más valiosas nos parecían – nuestra posición, nuestra educación, el respeto de los demás – como estiércol a comparación con el privilegio de conocer a Cristo.

Durante cierta batalla de la Guerra Civil de los Estados Unidos, un general de la Unión se paró sobre el parapeto de un baluarte para observar los soldados enemigos que se acercaban desde lejos.

Uno de sus soldados le sugirió que se bajara de tal posición, pues se exponía al fuego enemigo. -¡Qué tontería! -respondió el general-. Ellos serían incapaces de pegarle a un elefante a esta distan…

En seguida cayó al suelo, fatalmente herido por una bala del enemigo. Tan fatal en nuestras vidas puede ser el orgullo. La soberbia nos hace inaceptables ante Dios, nos hace inútiles en su reino y puede perjudicar a otros.

Examine cada uno su corazón, pidiéndole a Dios que le revele las actitudes o acciones que tienen que ser arrancadas para alcanzar la humildad y la sencillez que Dios demanda.

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