La esperanza del Mesías
Hace algunos años se empezó la construcción de una presa hidroeléctrica en cierto río. Dentro del lugar que quedaría inundado se encontraba un pueblo. Los residentes habían sido notificados por el gobierno que pronto se tendrían que mudar, y se les dio un plazo para finalizar sus negocios en el pueblo y evacuarlo.
Durante los días finales de este pueblo, se notó algo interesante. Esta aldea, que siempre había sido limpia y bien cuidada, cayó en el deterioro. Nadie se preocupaba por la limpieza o la reparación de las zonas públicas. Dijo un residente: Donde no hay fe en el futuro, no hay responsabilidad en el presente.
¡Qué declaración más interesante! ¿cierto? Cuando carecemos de esperanza para un futuro mejor, es fácil caer en la desidia. ¿Para qué esforzarnos? Nada va a mejorar.
El mundo que nos rodea vive en la desesperanza, y muchas veces busca falsas fuentes de esperanza. Cuando se ve que son, en las palabras de Jeremías, «cisternas rotas», llega la desilusión.
¿Podemos nosotros vivir con una esperanza que nos motive a progresar, a esforzarnos, a vivir con gozo y con propósito en medio de un mundo cínico y desilusionado? ¡Sí lo podemos! Y encontramos esta afirmación en uno de los lugares menos esperados. Veámoslo.
Lectura: Jeremías 23:5-6
23:5 He aquí que vienen días, dice Jehová, en que levantaré a David renuevo justo, y reinará como Rey, el cual será dichoso, y hará juicio y justicia en la tierra.
23:6 En sus días será salvo Judá, e Israel habitará confiado; y este será su nombre con el cual le llamarán: Jehová, justicia nuestra.
A Jeremías se le conoce como el profeta llorón. Él presenció la destrucción de la ciudad de Jerusalén a la hora de la conquista babilónica del pueblo de Dios, y sufrió durante los años anteriores el agonizante declive en que los reyes ignoraban las profecías que Dios les mandaba por medio de Jeremías, y por sus acciones egoístas y malpensadas condenaron al pueblo al destierro.
Sin embargo, en medio de esta situación tan trágica, Jeremías vio un rayo de esperanza. Escribiendo probablemente durante el reinado de uno de los últimos reyes de Israel, en un momento en el que ya se veía que el juicio era inevitable, Jeremías proclama una esperanza para el pueblo de Dios.
¿De dónde viene tu esperanza? ¿Vives sólo con la esperanza de tener una casa más grande, hijos exitosos o una vida más tranquila? Estas esperanzas nunca te podrán satisfacer. La verdadera esperanza sólo se encuentra en una persona, y este pasaje nos dice varias cosas importantes acerca de él.
Dios nos promete un rey que cumple las promesas a David
Jeremías dice: Vienen días -afirma el Señor-, en que de la simiente de David haré surgir un vástago justo. El linaje de David era un punto de orgullo y de confianza para el pueblo de Dios, ya que a David Dios le había prometido que su linaje nunca se acabaría.
El rey que imperaba en Jerusalén cuando Jeremías hizo este anunció profético era de la simiente de David; era su descendiente. Pero había dejado atrás toda semblanza del legado de David, el legado de integridad y sumisión al Señor, y se había ido tras la seguridad mediante el sistema político de su día.
El remanente que confiaba en Dios, y buscaba su voluntad, seguramente se escandalizaba al ver lo que había sucedido con el grandioso linaje de David. Jeremías, sin embargo, recibe un mensaje. De este linaje tan decaído saldría un gran líder, un retoño que cumpliría los propósitos originales del establecimiento de esta dinastía.
La esperanza final para el pueblo de Dios estaba en la promesa de este rey. Surgiría del linaje de David, y cumpliría a la perfección lo que David anticipaba. La devoción a Dios que David representaba imperfectamente, este rey modelaría a la perfección. El gobierno justo que David no pudo imponer totalmente este rey lo traería en plenitud. La prosperidad y la paz que se mostraron imperfectamente bajo David este rey traería completamente.
¿Quién es ese Rey? Es Jesucristo. Ésta es la razón por la que tanto Mateo como Lucas se esmeran en mostrar que Jesús es descendiente de David. Si empezamos a leer el evangelio según Mateo, nos topamos de inmediato con una larga lista de nombres, mayormente desconocidos. ¿De qué nos sirven? Nos sirven como la evidencia de que Cristo podía cumplir esta profecía, de que él es este rey prometido.
Y aquí hay un mensaje importante para cualquiera de nosotros que buscara la esperanza en alguna solución política. Ningún partido político, ninguna figura política podrá inaugurar el milenio aquí en la tierra. Sólo Cristo lo puede hacer. La acción política más subversiva y radical que podemos tomar es la de testificar a otros acerca de Jesús, porque el mejoramiento de la sociedad sólo puede venir mediante el evangelio.
Aunque tenemos una responsabilidad cívica de votar y participar en el sistema, jamás debemos de esperanzarnos con él. La política nunca traerá la prosperidad verdadera. Jesús es el único rey, el único que nos puede traer la paz.
Además de esto,
Dios nos promete un rey que trae justicia a su pueblo
Dice Jeremías: él reinará con sabiduría en el país, y practicará el derecho y la justicia. Luego dice, Éste es el nombre que se le dará: «El Señor es nuestra salvación». A distinción de esos reyes que gobernaban como necios, siguiendo sólo sus propios deseos e inclinaciones, este rey traería justicia.
Jesús, por supuesto, es este rey. Y la justicia que él trae tiene dos aspectos. En primer lugar, él gobierna con justicia. Es el juez justo que hace tanta falta aquí en la tierra.
Mientras que los jueces humanos – para su propia condenación – se dejan cegar por los sobornos, por el racismo y por las apariencias, Jesús es el juez perfecto que no hace acepción de personas.
No sé si esto te asusta o te reconforta. Si estás acostumbrado a comprar la justicia, te encontrarás con una ruda sorpresa cuando llegues ante Cristo. Por el otro lado, si estás acostumbrado a la injusticia, puedes estar seguro que ante él encontrarás justicia.
El otro lado de la moneda es que él comparte su justicia. La verdad es que ésta es nuestra única esperanza. Esto se ve en la última frase del verso Jeremías 23:6: El Señor es nuestra salvación.
La traducción de la Reina Valera es realmente mejor; dice: Jehová, justicia nuestra. En otras palabras, Jesús es el que pone a nuestro alcance la justicia de Dios. Él hace posible que nosotros, siendo pecadores, seamos considerados justos.
Fíjate que si Jesús fuera solamente un rey justo, todos estaríamos perdidos. Nuestros pecados y nuestras maldades nos condenarían ante tal rey. Pero siendo también el Señor, nuestra justicia, él nos imparte su justicia para poder salir impunes.
Nuestra única esperanza para un futuro mejor es esta justicia que Cristo nos trae. Al entrar en relación con él mediante la fe, somos declarados justos ante Dios. Recibimos el Espíritu Santo, quien nos ayuda a vivir esa justicia. Recibimos la promesa de formar parte del pueblo que vivirá para siempre en justicia. Jesús realmente trae justicia. Y por esto,
Dios nos promete un rey que restaura las fortunas de su pueblo
Dice el versículo Jeremías 23:6: En esos días Judá será salvada, Israel morará seguro. Como tantas profecías del Antiguo Testamento, estas palabras tienen una doble aplicación. En primer lugar, se aplican directamente al pueblo de Israel.
Estos versos hablan del tiempo que tanto se anuncia en el Antiguo Testamento, el tiempo de la restauración de Israel. Aunque en el presente momento la nación de Israel se encuentra en rebelión contra Dios debido a su rechazo del Mesías, llegará el momento en que se arrepentirá y volverá a Dios. En este momento, habrá una gran restauración de esta nación.
Pero esta promesa también tiene una aplicación espiritual a la iglesia, ya que la iglesia también es el Israel de Dios. La nación de Israel muestra en microcosmo la voluntad de Dios para todo el mundo, que es la salvación de un remanente.
En otras palabras, mediante Cristo, Dios traerá días de salvación y de restauración para toda la humanidad que haya creído en él y aceptado su oferta de reconciliación. Todo creyente forma parte de este remanente que será salvado.
¿De dónde viene está salvación? Viene del Señor. Ésta es la esperanza que tenemos, la esperanza que se basa en la venida de Cristo al mundo, su ministerio, su muerte y su resurrección.
En el día del apóstol Pablo, era típico leer algo así en las inscripciones de los monumentos: No era. Llegué a ser. Ya no soy. No me importa.
¡Qué falta de esperanza! ¿verdad? Pero gracias a la venida de Cristo, no tenemos que vivir con esa actitud. Cristo vino una vez para traernos la justicia de Dios. Él murió para que pudiéramos compartir esa justicia.
Como en tantas otras profecías del Antiguo Testamento, en ésta no se hace diferenciación entre la primera y la segunda venida de Cristo. En realidad, sus dos venidas son dos partes de la misma misión. El vendrá otra vez para establecer la justicia, y con él reinaremos.
¿Estás viviendo con esa esperanza? Al celebrar el nacimiento de Cristo, su primera venida, ¿recuerdas que vendrá una segunda vez? No hay otra esperanza que sea segura, y que nos pueda dar razón para vivir. Recuerda las promesas de Dios, y vive con la esperanza que sólo Cristo trae.