Alcanzando la madurez


la madurez

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Alcanzando la madurez

Se cuenta la historia – si sea cierta o no, no lo sé – de un grupo de duraznos que colgaban contentos de las ramas del árbol. De repente, con un fuerte sonido, uno de los duraznos soltó la rama y se cayó al suelo. Los duraznos que se quedaron en el árbol empezaron a reírse de su anterior compañero que se había caído a tierra. Sus burlas crecieron en volumen e intensidad, hasta que el durazno caído volteó la mirada y les gritó: ¡Inmaduros!

Yo me pregunto si será que Dios piensa lo mismo cuando nos mira a nosotros. Ve los celos, los desacuerdos, y la falta de armonía que muchas veces se presentan en las iglesias, y llora por la falta de madurez de su pueblo.

Quizás tú mismo has sentido esa emoción. Puede ser que mires a los que te rodean y te decepciones por la falta de madurez. Puede ser que mires tu propia vida, y te des cuenta de que también a ti te hace falta madurar.

¿Cómo podemos crecer hacia la madurez? ¿Será que la madurez es algo alcanzable? Tiene que serlo, porque la Biblia repetidas veces nos llama a progresar a la madurez, e inclusive expresa desilusión con quienes deberían de haber progresado a la madurez, pero aún no la alcanzan.

Unos turistas le preguntaron en alguna ocasión a un anciano: ¿Nació algún hombre famoso en este pueblo? El hombre respondió: No, señores, aquí sólo han nacido bebés.

Nadie nace grande. Nadie nace maduro. La madurez es un proceso. Si tú esperas alguna gran experiencia que de repente te convertirá en un creyente maduro, sufrirás la desilusión. La madurez se alcanza paulatinamente, paso a paso, tomando las acciones necesarias para progresar.

¿Cuáles son esos pasos? Podríamos hacer una lista muy larga, pero hoy estudiaremos algunos versos en una de las cartas de Pablo para aprender algunas cosas centrales para avanzar a la madurez.

Lectura: Filipenses 1:1-11

1:1 Pablo y Timoteo, siervos de Jesucristo, a todos los santos en Cristo Jesús que están en Filipos, con los obispos y diáconos:
1:2 Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
1:3 Doy gracias a mi Dios siempre que me acuerdo de vosotros,
1:4 siempre en todas mis oraciones rogando con gozo por todos vosotros,
1:5 por vuestra comunión en el evangelio, desde el primer día hasta ahora;
1:6 estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo;
1:7 como me es justo sentir esto de todos vosotros, por cuanto os tengo en el corazón; y en mis prisiones, y en la defensa y confirmación del evangelio, todos vosotros sois participantes conmigo de la gracia.
1:8 Porque Dios me es testigo de cómo os amo a todos vosotros con el entrañable amor de Jesucristo.
1:9 Y esto pido en oración, que vuestro amor abunde aún más y más en ciencia y en todo conocimiento,
1:10 para que aprobéis lo mejor, a fin de que seáis sinceros e irreprensibles para el día de Cristo,
1:11 llenos de frutos de justicia que son por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios.

La carta a los filipenses es una de las cartas que Pablo escribió estando en la cárcel. Es notable por su tono de gozo. A pesar de encontrarse en tribulación, Pablo experimentó gozo en el Señor. Ésta es una marca de la madurez. Él también tenía un gran cariño por los lectores de su carta, que se muestra en su tono de afecto.

La iglesia en Filipos no tenía los grandes problemas que se encontraban en Corinto o en Galacia.

En estos primeros versículos de la carta Pablo expresa su deseo para la iglesia. Estoy seguro de que si él nos escribiera a nosotros, desearía lo mismo para nosotros. Pablo aquí menciona varias cosas que debemos de saber para crecer. La primera es ésta:

La madurez es obra de Dios

Pablo expresa su confianza en el verso 6. Dios es quien ha empezado la buena obra en nosotros, mediante nuestra aceptación del evangelio, y él la seguirá haciendo. En este versículo vemos mencionados los tres aspectos cronológicos de la salvación: la justificación, que sucede en el momento que aceptamos por fe a Jesucristo; la santificación, que es el proceso de crecer hacia la madurez; y la glorificación, que sucederá cuando Cristo regresa y recibimos nuestros cuerpos nuevos.

Estamos enfocando el proceso de la santificación, es decir el crecimiento hacia la madurez cristiana; y nos dice Pablo que es algo que Dios hace. ¡Qué bueno! -dirás,- entonces yo no tengo que hacer nada. Dios lo va a hacer, sin que yo me esfuerce.

Pero eso no es lo que quiere decir el verso. Pensemos en el crecimiento de un niño. ¿Se tiene que concentrar el niño en su crecimiento? ¿Despierta el niño pensando, Hoy voy a crecer un centímetro? Creo que la mayoría de los niños no se preocupa de esto. Más bien, es algo que Dios hace. Cada niño nace con el potencial innato para crecer. Asimismo, cada creyente nace con el potencial innato para madurar. El Espíritu Santo viviendo en nosotros nos impulsa a crecer espiritualmente, así como el aliento de vida que reside en el niño impulsa su crecimiento físico.

Sin embargo, hay cosas que pueden estorbar el crecimiento físico del niño. La desnutrición, por ejemplo, produce jóvenes con carencias en el desarrollo físico. La falta de ejercicio y de luz solar también pueden afectar el desarrollo. Dios también hará la obra de hacerte crecer hacia la madurez, si tú no se lo impides. Si te nutres con la Palabra, si no albergas pecado sin confesar, si te vales del apoyo de tus hermanos y todas las otras cosas que son normales para la vida cristiana, entonces Dios obrará en ti la madurez.

Como hemos visto en otras ocasiones, una de sus herramientas principales para hacerlo es el sufrimiento. No hay madurez sin pruebas. Pero lo que Dios quiere es que aprendamos a confiar en él – a saber que él está trabajando en nosotros para completar la obra, y que a nosotros nos toca simplemente confiar y hacer las cosas que todo creyente deberá hacer: recibir la Palabra, orar, tener comunión con otros creyentes, enfrentar las pruebas confiadamente, etc.

La madurez, entonces es obra de Dios. Además de esto,

La madurez se vive en comunión

El creyente maduro no es como una obra de arte, que se cuelga en la pared para que todos lo admiren. Más bien, la madurez es algo que vivimos en la comunidad de creyentes. En otras palabras, es algo que vivimos en relación con otros.

Vemos esto en los versos 7 y 8: Pablo habla del amor que siente por sus lectores, y habla de la participación en la gracia de Dios. Dice, todos ustedes participan conmigo de la gracia que Dios me ha dado.

En otras palabras, el crecimiento en la vida cristiana se vive en comunión. La prueba de la madurez es nuestra manera de tratar a los demás. A veces pensamos que podremos crecer mejor si nos alejamos de la iglesia con sus problemas y simplemente nos dedicamos a Dios, pero estamos equivocados.

Más bien, la madurez se forma cuando enfrentamos a la hermanita chismosa o al hermano insensible y mostramos paciencia y amor. El apóstol Juan escribió: “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a nuestros hermanos” (1 Juan 3:14). La vida cristiana y nuestro desarrollo como creyentes se demuestran en el amor que tenemos.

Por eso es importante comprometerse con una iglesia, y sólo cambiar de iglesia por razones muy buenas. Si tenemos problemas con alguna persona, debemos de buscar una resolución en vez de simplemente alejarnos. De esta manera contribuimos a nuestro propio crecimiento. Muchas veces parecemos niños de escuela que, en vez de solucionar los problemas de matemática, buscan la respuesta en las últimas páginas del libro. Claro que es más fácil; pero así, nada se aprende.

De igual modo, la madurez se desarrolla y se vive en la tarea de llevarnos con nuestros hermanos, en amor. De hecho,

La madurez es fruto del amor y del buen juicio

Notemos lo que Pablo dice en los versos 9 y 10. Estos versos nos dan una profunda fórmula para crecer hacia la madurez. Si olvidan todas las otras cosas que he dicho en esta mañana, recuerden esto: la madurez es la combinación del amor y el entendimiento. Así como el agua resulta cuando se combinan dos átomos de hidrógeno con uno de oxígeno, y una explosión resulta cuando se combina la gasolina con una chispa, también la madurez es el resultado cuando combinamos el amor y el entendimiento.

Noten lo que vemos en estos versos: Pablo ya confía en que sus lectores están llenos de amor, porque él mismo los conoce. De hecho, si seguimos leyendo el libro, nos damos cuenta de que ellos le habían mostrado a Pablo su amor enviándole una ofrenda. Pablo, entonces, sabe que ellos tiene amor; ahora él le pide a Dios que agregue a su amor conocimiento y buen juicio. El resultado de esta combinación, dice Pablo, es que no tendrán de qué avergonzarse en el día en que Jesucristo regrese – serán irreprochables – y llevarán fruto, para la gloria de Dios.

La verdad es que, como creyentes, solemos abundar en uno de estos dos elementos y carecer del otro. Algunas personas, por ejemplo, tienen mucho amor; son muy serviciales, constantemente buscan ayudar a otros, y son muy cariñosos. A estas mismas personas, muchas veces, les falta entendimiento y discernimiento. Aceptan cualquier enseñanza, sin examinarla a la luz de la Biblia. Otras personas tienen una gran cabeza para debatir puntos doctrinales, pero les falta amor. Saben mucha doctrina, pero no se demuestra en su vida.

Generalmente nos inclinamos hacia uno de estos dos extremos. El camino a la madurez envuelve combinar estos dos elementos en un balance perfecto. ¿Cómo hacerlo? Identificando lo que nos hace falta, y enfocándonos en buscarlo.

Si te das cuenta de que te falta amor, arrepiéntete de esa falta y pídele a Dios que te dé más amor. Medita sobre el gran amor de Cristo, e imítalo en tu propia vida. Por el otro lado, si te falta entendimiento, pídesela a Dios. Nos dice Santiago: “Si a alguno de ustedes la falta sabiduría, pídasela a Dios” (Santiago 1:5). Muchas veces Dios nos da esa sabiduría mediante su Palabra y mediante los consejos de otros creyentes.

En mi niñez había un grupo musical popular que se llamaba Los Enanitos Verdes. Me pregunto cuántos de nosotros somos, efectivamente, enanitos verdes – cristianos que no han crecido, y siguen verdes porque no han madurado.

Si te ves en esa descripción, comprométete con el Señor en empezar desde hoy a permitir que él haga su obra en ti. Busca esa perfecta combinación de amor y entendimiento que viene en comunión con Dios y los demás, y serás – como los filipenses – motivo de gratitud a Dios.

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