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Una salvación completa


Una salvación completa

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Una salvación completa

Se cuenta la historia de un niño que se quedó con la mano atrapada en un florero. Sus padres, desesperados, intentaron de muchas formas sacar la mano: echaron aceite al florero para que se deslizara, jalaron, empujaron, pero nada servía para sacar la mano.

Finalmente, decidieron que iba a ser necesario romper el florero. A pesar de que era una antigüedad muy costosa, les parecía imposible que su hijo pasara la vida con un florero en el brazo. En eso, el niñito les hizo una pregunta: ¿Creen ustedes que podría sacar la mano si soltara la moneda que estoy agarrando? Felizmente, no se tuvo que romper el florero, ni el niño pasó toda su vida con el brazo atrapado.

Sin embargo, me temo que hay muchos creyentes que están viviendo precisamente como ese niño. Dios quiere darles libertad, pero se encuentran atrapados porque no quieren soltar algo que, después de todo, no tiene mucho valor. Esta es la clase de persona que viene a la iglesia, pero sólo cuando no se está pasando un buen partido. Da su diezmo cuando le sobra. Pasa tiempo en oración y lectura bíblica muy esporádicamente. Quizás tiene una fe salvadora en Jesucristo, pero esa salvación no se ha completado. Lo triste del caso es que no está viviendo la plenitud del gozo de la vida cristiana.

¿Será posible ser librados de esta prisión y vivir ahora con sentido y gozo? La Biblia nos indica que sí lo es, pero – como el niño en la historieta – tendremos que soltar algo si lo queremos hacer.

Veamos un ejemplo que nos ayudará a entender estas cosas.

Lectura: Filipenses 1:18-26

1:18 ¿Qué, pues? Que no obstante, de todas maneras, o por pretexto o por verdad, Cristo es anunciado; y en esto me gozo, y me gozaré aún.
1:19 Porque sé que por vuestra oración y la suministración del Espíritu de Jesucristo, esto resultará en mi liberación,
1:20 conforme a mi anhelo y esperanza de que en nada seré avergonzado; antes bien con toda confianza, como siempre, ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte.
1:21 Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia.
1:22 Mas si el vivir en la carne resulta para mí en beneficio de la obra, no sé entonces qué escoger.
1:23 Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor;
1:24 pero quedar en la carne es más necesario por causa de vosotros.
1:25 Y confiado en esto, sé que quedaré, que aún permaneceré con todos vosotros, para vuestro provecho y gozo de la fe,
1:26 para que abunde vuestra gloria de mí en Cristo Jesús por mi presencia otra vez entre vosotros.

La frase clave que encontramos en este pasaje se encuentra en el verso 19: todo esto resultará para mi liberación. Al leer el pasaje, nos quedamos con una duda. ¿Nos quiere decir Pablo que él esperaba ser librado de su encarcelamiento, en base a lo que le está sucediendo?

La tradición nos indica que él sí fue librado del encarcelamiento, pero no creo que se haya estado refiriendo a esto en el verso. Es difícil entender en qué sentido podría él decir que todo lo que ha estado mencionando – que es la predicación del evangelio por sus rivales – podría resultar en su liberación de la cárcel.

Más bien, Pablo se refiere a otra cosa. Podemos entender a qué se refiere cuando reconocemos que la palabra traducida liberación también puede traducirse salvación. La semana pasada, mencionamos que la salvación tiene tres aspectos en la Biblia. Tiene un aspecto pasado, un aspecto presente y un aspecto futuro.

En ningún sentido podemos pensar que Pablo dudaba de su salvación pasada; por ejemplo, él dijo: Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí. (Gálatas 2:20)

Sin embargo, Pablo bien sabía que su salvación presente – es decir, el proceso de madurez y de servicio al Señor – seguía en pie. Pablo sabía que el proceso de su liberación del pecado y su servicio al Señor continuaban, y que lo que le sucedía contribuía a esto.

Nos damos cuenta, entonces, de que el resto del pasaje se refiere a la vida del cristiano, la persona que, habiendo sido salvada de la pena del pecado, ahora está en el proceso de ser salvada de la presencia del pecado en su vida, y será salvada cuando Jesucristo regrese.

Esa salvación viene sólo por medio de Cristo. Y así como Cristo es quien nos ha salvado del pecado, también es por Cristo que podemos seguir siendo salvados en nuestra vida presente. Si tenemos a Cristo en nuestra vida, podemos vivir en libertad. Tenemos dos fuertes razones para vivir en libertad:

Tenemos una tarea primordial estando en esta tierra

Quizás tú dirás: Eso no me suena a liberación; eso parece más bien ser una nueva clase de esclavitud. Pero piénsalo un momento: ¿Cuántas personas viven sin saber cuál es su propósito en la vida, frenéticamente corriendo del placer al trabajo al hogar, buscando en algún lugar encontrar su razón de vivir?

Pablo nos da otra perspectiva en el verso 20. Dice: Mi ardiente anhelo y esperanza es que en nada seré avergonzado, sino que con toda libertad, ya sea que yo viva o muera, ahora como siempre, Cristo será exaltado en mi cuerpo.

Tras las rejas de la cárcel, Pablo tenía libertad – porque sabía que con Cristo como su Señor, todo tenía razón y él tenía un propósito que nadie podría quitarle – el propósito de exaltar a Cristo. Pero para eso, él mismo tuvo que soltar muchas otras cosas. Pablo tenía grandes razones para sentirse orgulloso. El había estudiado con los mejores maestros religiosos del judaísmo. Tenía buenas conexiones, se había esmerado en observar su religión, y tenía una educación que abarcaba la mejor literatura de su día.

Sin embargo, él mismo nos dice que, para él, todas estas cosas son como deshechos a comparación con la grandeza de conocer a Cristo. Pablo podría haberse establecido en alguna posición elevada en el judaísmo, pero para eso tendría que negar a Cristo. Prefirió sacrificar todos sus logros y toda su preparación para servir al Señor.

Si queremos conocer verdadera libertad en nuestras vidas, tenemos que dejar atrás las cosas que nos estorban. Tenemos que sacrificar aquellas cosas que nos impiden el exaltar a Cristo completamente en nuestras vidas.

Un hombre cuenta de su viaje al país de China. Al llegar a Hong Kong, que para aquellos años aún era posesión británica, un amigo lo llevó a un departamento en uno de los callejones de aquella ciudad para presentarle a un hombre chino que hacía poco salía de la cárcel. Al llegar al departamento, el turista conoció a un hombre en sus años sesenta, y empezaron a conversar. Después de algunos minutos, la esposa del hombre – también de edad avanzada – entró al cuarto con una merienda. El visitante se sorprendió al ver que el anciano y su esposa se tocaban y se reían como si fueran apenas novios.

Al observar su reacción, su amigo le explicó: Ellos son recién casados. Por eso les ves tantas expresiones de amor. Después de darle esta explicación, el amigo empezó a contarle la historia. El hombre había sido estudiante del seminario cuando los comunistas tomaron el control del país en 1949. El día del ensayo para su boda, las tropas tomaron los edificios del seminario y encarcelaron a los estudiantes. Por treinta años, la novia visitaba una vez al año. Era lo único que se le permitía. Cada año, después de su breve visita, el director de la cárcel llamaba al estudiante a su oficina y le decía: Puedes irte a la casa con tu novia, si tan simplemente repudias el cristianismo. Cada año, el prisionero respondía con una palabra: No. Finalmente, hacía poco, había sido librado – después de treinta años de castigo.

Cuando la historia terminó, el visitante se quedó atónito. ¿Cómo fue posible que el hombre sacrificara por tantos años a su familia, su matrimonio, y aun su salud? Al hacerle esta pregunta al chino, éste pareció sorprenderse. Con todo lo que Cristo ha hecho por mí, ¿cómo podría yo negarle a él? -respondió.

Este hombre sabía cuál era su tarea – exaltar a Cristo. Él estaba dispuesto a hacer cualquier sacrificio por hacerlo. No sé cuál sacrificio tengas que hacer tú. Quizás no te encuentres encarcelado por los comunistas, pero habrá otras cosas que tendrás que sacrificar por Cristo.

Quizás tendrás que sacrificar a tu familia. Puede ser que ellos te exijan que rechaces esa nueva religión, y perderás su amor. Quizás tendrás que sacrificar alguna distracción o pasatiempo que te estorba en seguir a Cristo. Quizás tendrás que sacrificar alguna ambición que choca con el plan de Dios para ti.

En cualquier caso, si quieres vivir con esa gloriosa libertad que menciona Pablo, tendrás que sacrificar algo. Tendrás que quitar, como lo hace un cirujano, cualquier tumor en tu corazón que desplaza a Cristo.

Pero eso no es lo único; hay algo que da sentido a este inmenso sacrificio. Es que

Tenemos una promesa sin igual cuando lleguemos al cielo

Pablo podía decir que, para él, morir era ganancia. Incluso se le hace imposible decidir cuál es mejor: seguir viviendo en el mundo, donde puede serle útil al Señor, o ir para estar con el Señor a quien tanto ama y sirve.

Obviamente, Pablo no estaba contemplando el suicidio. Si amamos a Dios tanto que queremos apurarnos para llegar al cielo, también lo amaremos tanto que estaremos dispuestos a esperar hasta que él nos llame.

Pero para muchos de nosotros, el peligro está en la otra dirección. Lejos de estar deseosos de ir al cielo, nos parece más castigo que premio. ¿Qué es lo que llamaba a Pablo al cielo? Era la presencia de Cristo. Nos dice el 23: Deseo partir y estar con Cristo, que es muchísimo mejor.

Si tenemos algún concepto del cielo, quizás nos imaginamos calles de oro y ángeles con arpas cantando. Estas imágenes sirven para ilustrar la grandeza y la belleza del cielo, pero la verdadera atracción en el cielo será la presencia de Cristo Jesús allí.

Si no hemos aprendido a amar al Señor estando aquí en la tierra, entonces, ¿qué razón tendremos para querer ir al cielo? Alguien ha dicho que Dios nos da lo que nosotros queremos. Si lo que queremos es estar con él más que nada, entonces tendremos ese deseo al morir. Si lo que deseamos es pecar, entonces también él nos da ese deseo; pero no debemos de pensar que podremos entrar al cielo de ese modo.

Un doctor cristiano cuidaba a su paciente, que le pedía detalles del cielo. En eso, se oyó un sonido a la puerta. El doctor le dijo a su paciente: ¿Oye usted ese sonido? Es mi perro. Lo dejé afuera, pero me ha seguido aquí al consultorio. Aunque nunca ha entrado aquí, él sabe que estoy acá, y quiere estar conmigo.

Así es con el cielo. Dios no nos ha descrito con lujo de detalles cómo será la vida en el cielo. Más bien, nos dice que él estará allí – y si le amamos, eso nos basta. Eso nos da razón para seguir luchando, para seguir viviendo para él en este mundo, porque sabemos lo que tenemos al final del camino.

¿Vives atrapado por la duda, la inseguridad, la preocupación? Puedes tener libertad – pero sólo si estás dispuesto a soltar las cosas que te tienen atrapado. Disponte desde hoy a exaltar a Cristo con tu vida.

Tendrás que sacrificar algunas cosas – quizás amistades, placeres, el lujo de vivir como quieras. Pero te ganarás mucho más. Tendrás el incomparable gozo de conocer la presencia de Cristo en tu vida, y sabrás con seguridad qué es lo que te espera. No hay mejor vida que esa.

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