El Evangelio de Lucas: Un relato de misericordia, justicia y salvación universal
El Evangelio según San Lucas es uno de los cuatro evangelios canónicos y ocupa un lugar privilegiado en la narrativa cristiana por su estilo literario refinado, su enfoque en la misericordia y su apertura universal.
Atribuido a Lucas, el médico y compañero de viaje del apóstol Pablo (cf. Colosenses 4:14; 2 Timoteo 4:11), este evangelio forma parte de una obra en dos volúmenes junto con el libro de los Hechos de los Apóstoles. En sus páginas, encontramos una exposición profunda de la vida, enseñanzas, muerte y resurrección de Jesucristo, presentada con una sensibilidad particular hacia los marginados, las mujeres, los pobres y los pecadores.
Desde los primeros versículos, Lucas declara el propósito de su obra: “Puesto que muchos han tratado de poner en orden la historia de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas, tal como nos lo enseñaron los que desde el principio lo vieron con sus ojos y fueron ministros de la palabra, me ha parecido también a mí, después de haber investigado con diligencia todas las cosas desde su origen, escribírtelas por orden, oh excelentísimo Teófilo, para que conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales has sido instruido” (Lucas 1:1–4).
Esta introducción refleja la intención clara de Lucas de proporcionar una narración bien documentada, ordenada y confiable sobre la vida de Jesús, dirigida a un lector griego culto —probablemente un funcionario llamado Teófilo—, pero con una mirada universal.
El Evangelio de Lucas se distingue por sus abundantes detalles históricos. Menciona personajes como Herodes (Lucas 1:5), el emperador Augusto (Lucas 2:1), Cirenio (Lucas 2:2), y Poncio Pilato (Lucas 3:1), situando los eventos de Jesús dentro del contexto de la historia mundial. Lucas no solo ofrece un marco temporal, sino también un propósito teológico: mostrar que la vida de Jesús está conectada con el plan salvífico de Dios, que se despliega desde Israel hacia todas las naciones.
Uno de los aspectos más ricos de Lucas es su relato de la infancia de Jesús. Solo él, junto con Mateo, ofrece una narrativa del nacimiento del Salvador. En Lucas encontramos escenas profundamente humanas y espirituales como el anuncio del ángel Gabriel a María: “Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS.
Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo” (Lucas 1:31–32). El pasaje continúa con la humildad de María, quien responde: “He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra” (Lucas 1:38). Este momento revela el papel activo de María como cooperadora del plan de Dios y marca el comienzo de la encarnación divina en la historia humana.
Lucas también incluye los bellísimos cánticos del Magníficat (Lucas 1:46–55), el Benedictus (Lucas 1:68–79), el Gloria in excelsis Deo (Lucas 2:14) y el Nunc Dimittis (Lucas 2:29–32), que revelan la espiritualidad profunda de Israel y su esperanza mesiánica cumplida en Jesús. En el Magníficat, María proclama: “Engrandece mi alma al Señor… Derribó a los poderosos de sus tronos, y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos” (Lucas 1:46–53). Este himno es una declaración del carácter del Reino de Dios que Jesús encarnará: un Reino de justicia, inversión de estructuras sociales y liberación.
La narración del nacimiento de Jesús está impregnada de sencillez y profundidad: “Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón” (Lucas 2:7). Los primeros testigos de este nacimiento no son reyes ni sacerdotes, sino pastores, hombres humildes del campo.
El ángel les dice: “No temáis, porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor” (Lucas 2:10–11). Aquí, Lucas establece que el evangelio es para todos, comenzando por los más humildes.
A lo largo de su evangelio, Lucas pone especial énfasis en la obra del Espíritu Santo y la oración. Jesús ora en momentos clave: en su bautismo (Lucas 3:21), antes de elegir a los doce apóstoles (Lucas 6:12), en la transfiguración (Lucas 9:28–29), y en Getsemaní (Lucas 22:41–44).
También enseña a sus discípulos a orar, ofreciendo una versión del Padre Nuestro (Lucas 11:2–4) y parábolas sobre la oración perseverante, como la del amigo inoportuno (Lucas 11:5–8) y la viuda persistente (Lucas 18:1–8). Esta dimensión orante revela a un Jesús profundamente conectado con el Padre, y destaca que la oración es esencial en la vida del discípulo.
Lucas nos muestra un Jesús compasivo, que se acerca a los excluidos: mujeres, leprosos, publicanos, pecadores, pobres y samaritanos. Cuando llama a Leví, un recaudador de impuestos, a seguirlo, y éste hace un banquete para Jesús con otros pecadores, los fariseos murmuran. Jesús responde: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento” (Lucas 5:32). También narra la historia de la mujer pecadora que unge los pies de Jesús con perfume y lágrimas (Lucas 7:36–50). Mientras los fariseos la desprecian, Jesús le dice: “Tus pecados te son perdonados… tu fe te ha salvado, ve en paz” (Lucas 7:48,50).
Una de las parábolas más revolucionarias es la del buen samaritano (Lucas 10:25–37), donde un extranjero, considerado enemigo por los judíos, actúa con compasión hacia un hombre herido. Al final, Jesús pregunta: “¿Quién fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?” Y el intérprete de la ley responde: “El que usó de misericordia con él”. Jesús concluye: “Ve, y haz tú lo mismo” (Lucas 10:36–37). Aquí no se trata de saber quién es digno de mi amor, sino de convertirme yo en prójimo del otro.
Otra parábola exclusiva de Lucas es la del hijo pródigo (Lucas 15:11–32), que refleja la profundidad de la misericordia divina. El padre corre al encuentro del hijo arrepentido, lo abraza y celebra su regreso: “Este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado” (Lucas 15:24). Este pasaje ha sido llamado “el evangelio dentro del evangelio” porque sintetiza el mensaje central de Jesús: Dios busca y recibe al pecador con amor y perdón.
Lucas también expone una clara teología de la riqueza. El cántico de María ya lo anunciaba: “a los ricos los echó vacíos”. Jesús cuenta la parábola del rico insensato (Lucas 12:16–21), que acumuló bienes y murió sin disfrutar de ellos, y la del rico y Lázaro (Lucas 16:19–31), donde el rico termina en tormento y el pobre en el seno de Abraham. En ambas, se denuncia la indiferencia ante el sufrimiento ajeno y se subraya que la riqueza no garantiza seguridad eterna.
Cuando Jesús se encuentra con Zaqueo, un jefe de publicanos, el encuentro lo transforma: “He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado” (Lucas 19:8). Jesús le dice: “Hoy ha venido la salvación a esta casa… porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:9–10). Aquí se revela el efecto tangible de la conversión: no solo una actitud interna, sino justicia reparadora y generosidad.
En el relato de la pasión, Lucas presenta a un Jesús sereno y compasivo. Mientras es crucificado, ora: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). Solo en este evangelio encontramos el diálogo con el buen ladrón: “Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino”. Jesús le responde: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:42–43). La cruz no es aquí solo un lugar de sufrimiento, sino de revelación de la gracia divina.
El Evangelio concluye con la resurrección y las apariciones del Resucitado. En el camino a Emaús (Lucas 24:13–35), dos discípulos caminan con Jesús sin reconocerlo. Él les explica las Escrituras y lo reconocen “al partir el pan” (Lucas 24:31). Luego aparece a los discípulos en Jerusalén, los bendice y los envía como testigos: “Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones” (Lucas 24:46–47).
Lucas termina con la ascensión: “Y aconteció que, bendiciéndolos, se separó de ellos, y fue llevado arriba al cielo. Ellos, después de haberle adorado, volvieron a Jerusalén con gran gozo” (Lucas 24:51–52). No hay tristeza en la despedida, sino esperanza: Jesús ha cumplido su misión y ha abierto el camino para que la Iglesia, animada por el Espíritu, continúe la obra.
En resumen, el Evangelio de Lucas es una obra monumental que combina la belleza literaria con la profundidad teológica. Presenta a Jesús como el Salvador universal, movido por la compasión, el amor y la justicia. Su mensaje interpela a todos los creyentes a vivir con misericordia, buscar a los perdidos, orar con constancia, actuar con justicia social y anunciar el Reino de Dios en todo lugar.
Cada pasaje en Lucas es un mosaico que, unido, revela el rostro del Dios que se encarna en medio de los pobres, que cena con pecadores, que abraza a los niños, que levanta a las mujeres, que perdona desde la cruz y que camina con nosotros incluso cuando no lo reconocemos. El Evangelio de Lucas sigue siendo hoy una fuente inagotable de fe, esperanza y transformación.
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