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Cuando Dios no responde


Cuando Dios no responde

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Cuando Dios no responde

En cierta ocasión, un pintor de casas empezó a trabajar en una casa donde había un perrito negro. El perro tenía la costumbre, cuando quería salir, de acercarse a la puerta de atrás de la casa y ladrar hasta que alguien venía para dejarlo salir.

Un día, resultó que el pintor estaba trabajando afuera de la casa, y oyó al perro empezar a ladrar adentro. No tuvo modo de abrir la puerta para dejarlo salir, y los dueños de la casa habían salido. Tristemente, el perro se quedó todo el día ladrando, sin darse cuenta de que no había nadie que pudiera dejarlo salir.

¿Alguna vez te has sentido como ese perro? Oras y oras pidiéndole algo a Dios, pero no recibes ninguna respuesta. Parece que no hay nadie en casa para mostrarte la salida a tu situación.

Muchas veces no queremos hablar de esas situaciones en las que no oímos la respuesta de Dios, porque pensamos que muestran una falta de fe, o que somos los únicos que tienen tales experiencias. Nos rodean personas que cuentan de sus grandes respuestas a la oración, mientras que nosotros no los vemos. A veces incluso pensamos que la Biblia enseña que todas nuestras oraciones serán contestadas sin excepción, y que si no recibimos la respuesta, es porque nos falta fe.

Es verdad que Dios a veces no responde porque nos falta fe, o porque tenemos pecado inconfeso, o porque pedimos con motivos egoístas; hoy, sin embargo, hablaremos de las ocasiones que Dios no responde a nuestras oraciones por otro motivo.

Primero, es necesario que entendamos que

Dios no siempre responde a las peticiones de sus hijos

Lectura: Marcos 14:32-36

14:32 Vinieron, pues, a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que yo oro.
14:33 Y tomó consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, y comenzó a entristecerse y a angustiarse.
14:34 Y les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad.
14:35 Yéndose un poco adelante, se postró en tierra, y oró que si fuese posible, pasase de él aquella hora.
14:36 Y decía: Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa; mas no lo que yo quiero, sino lo que tú.

Encontramos a Jesucristo, en la víspera de su muerte, contemplando el sufrimiento que le espera. A distinción de muchos mártires, Jesús no se encontraba sereno y confiado. Se hallaba angustiado y afligido, sin paz en su corazón.

¿Por qué se habrá sentido Jesús así? Él no temía la muerte; sabía muy bien que su Padre podría levantarlo de la muerte. Es más, él mismo había levantado muertos. La muerte no era su temor.

Más bien, lo que se sentía tentado a soslayar era la temible ira de Dios contra el pecado. Cuando él dice: No me hagas beber este trago amargo, o mejor – como dice la nota al pie de la página: Quita de mí esta copa, Jesús se refiere a la copa de la ira del Señor.

Éste es un concepto del Antiguo Testamento que encontramos en pasajes como Jeremías 25:15-16, Lamentaciones 4:21 y numerosos otros pasajes. Jesús sabía que, en la hora de su muerte, sobre él caería toda la culpa de los pecados de todos nosotros – y sabía también que sería una experiencia inexpresablemente terrible.

Vemos, entonces, que Jesús ora – declarando la omnipotencia de Dios – pidiendo que haya otro modo de lograr su misión. Busca la manera de evitar la terrible experiencia de nuestro pecado, con su condena, y la separación de su Padre.

¡Gloria a Jesucristo que estuvo dispuesto a proseguir! A pesar del costo, se sometió a la voluntad del Padre, por amor a él y a nosotros. Pero notamos dos cosas muy interesantes en esta situación: la primera es que hay algunas cosas que Dios no puede hacer, y la segunda es que Jesucristo hizo una oración que no recibió una respuesta afirmativa.

¿Qué significa cuando decimos que hay cosas que Dios no puede hacer? Significa que

Dios no responde a las peticiones que chocan con su voluntad

Los que tuvimos la bendición de crecer en un ambiente cristiano aprendimos a una temprana edad que Dios todo lo puede. Este atributo de Dios se llama su omnipotencia. Sin embargo, quizás luego nos topamos con algún escéptico que nos preguntó algo así: Si Dios todo lo puede, ¿es capaz de hacer una piedra tan grande que no la puede levantar?

Si consideramos esta pregunta por un momento, de cualquier modo que respondemos, nos quedamos con algo que Dios no puede hacer. Si es capaz de hacer la piedra, no la podrá levantar; si Dios sólo puede hacer piedras que él es capaz de levantar, entonces no puede hacer la piedra descrita.

La respuesta a esta pregunta, en realidad, es que Dios es capaz de hacer todo lo que es lógicamente posible y concuerda con su persona. Podemos, entonces, reconocer que Dios tampoco puede pecar. Está en contra de su persona y de su santidad, y no es capaz de hacerlo.

Encontramos en esta petición de Jesús, entonces, algo imposible. En otras palabras, era imposible para Dios responder afirmativamente a la petición de Jesús, librándole del sufrimiento de la cruz, y a la vez expresar su amor por un mundo perdido ofreciéndonos la salvación.

Lo que sufrió Jesús es algo que nosotros jamás tendremos que sufrir como creyentes – la separación de su Padre. Podemos tener la seguridad de que, pase lo que pase, Dios estará con nosotros siempre. Cuando Jesús gritó, en el momento de su muerte: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? expresó su desolación en ese momento. Nosotros jamás tendremos que enfrentar eso, gracias a su sacrificio.

Sin embargo, puede ser que hagamos otras peticiones que Dios no puede contestar. Puede ser que le pidamos cosas que no concuerdan con su perfecta voluntad para nuestras vidas.

Es por esto que Juan escribe: Ésta es la confianza que tenemos al acercarnos a Dios: que si pedimos conforme a su voluntad, él nos oye. (1 Juan 5:14) Puede ser que pidamos algo que, sin saberlo, no concuerda con su perfecta voluntad. En otras palabras, pedimos algo que Dios no puede hacer sin abandonar algún otro propósito mejor que él tiene para nuestras vidas, o para su reino.

Tenemos que aprender, entonces, a decir, como lo hizo Jesús, Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú. Si le pedimos algo a Dios que él no nos da, podemos saber que él lo hace con alguna buena razón.

Siendo aún joven, Joni Eareckson Tada fue herida en un accidente de buceo en 1967 y quedó paralizada. Su familia era cristiana, y muchas personas empezaron a orar por ella. Sin embargo, no hubo ninguna mejora sobrenatural. Tras dos duros años de terapia, ella aprendió a pintar con la boca. Nunca, sin embargo, se vio el milagro. ¿Por qué no respondió Dios a los llamados de su pueblo fiel?

Joni ha sido usada por Dios de una manera que jamás habría sido posible si hubiera sido sanada. Ha escrito numerosos libros, ha tenido influencia sobre las leyes que protegen a las personas discapacitadas, tiene un programa radial que se escucha en más de 850 estaciones de radio, colaboró en la filmación de una película autobiográfica que ha sido vista por miles, y ha compartido con miles y miles de personas.

¿Habrá visto Joni en 1967, cuando quedó inválida, todo lo que Dios haría por medio de su vida? Desde luego que no. Me imagino que pasó momentos de cuestionar su fe, de preguntarse por qué permitiría Dios que esto le sucediera. Sin embargo, como lo hizo Jesucristo en el jardín del Getsemaní, tuvo que llegar a decir: No lo que yo quiero, sino lo que quieres tú.

Quizás tú te encuentras cuestionando la voluntad de Dios para tu vida. Te encuentras en una situación muy dura, y has buscado la salida en oración durante mucho tiempo. Las puertas que tú quieres ver abiertas parecen mantenerse firmemente cerradas, y te preguntas si Dios realmente escucha tu clamor.

Puedes tener la seguridad de que, si Dios no ha obrado de acuerdo con tus deseos y tus peticiones, es porque él tiene un propósito mayor para ti. En otras palabras, él no puede responder afirmativamente a lo que pides, porque quiere lograr algo mejor y más grande.

Varias personas han notado algo muy interesante. Parece ser que Dios muchas veces contesta milagrosamente las oraciones de personas que aún no son creyentes, o que apenas ingresan a la fe. Luego, conforme pasan los años, parece que las respuestas milagrosas se vuelven menos y menos frecuentes.

¿Por qué sucederá esto? Creo que Dios busca primordialmente la madurez y el crecimiento de sus hijos. Él sabe que así seremos más felices y más productivos dentro de su reino. Para que lleguemos a creer en él, muchas veces nos muestra su poder de una manera muy visible.

La clave es que él no quiere que mantengamos esa fe infantil. Él desea que crezcamos hasta llegar a una fe más madura, más fuerte, que puede confiar en medio de las pruebas y simpatizar con las debilidades de los demás.

El apóstol Pablo sufrió de un doloroso aguijón en la carne, una enfermedad física que él describe como “mensajero de Satanás. Nos dice que tres veces rogó al Señor para quitárselo, pero la respuesta fue: Te basta con mi gracia. (2 Corintios 12:7-9)

El poder de Dios se perfecciona, no al librarnos de toda aflicción, sino en medio de la aflicción y la debilidad humana. Quizás te encuentras sufriendo de algún dolor o problema, y le has pedido al Señor múltiples veces que te libre de ese sufrimiento. Has examinado tu corazón y sabes que no alberga pecado oculto.

No te desesperes. Confía en que Dios tiene un propósito mayor que él desea lograr en ti mediante ese sufrimiento. Cuando Dios no responde, es porque tiene algo mejor en mente.

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