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El camino a Dios, Como llegar a Dios


Camino a Dios

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El camino a Dios

Mis amigos mexicanos me dicen que su país cuenta con una nueva y espectacular autopista, que lleva desde la capital a varios lugares del país. La superficie de esta autopista es altamente preferible a las carreteras antiguas, ya que éstas tienen una buena cantidad de baches y otros defectos. La autopista nueva es de alta velocidad, mientras que las carreteras antiguas tienen límites más bajos.

A pesar de todas las ventajas que tiene la nueva autopista, la mayoría de la gente prefiere tomar las rutas más antiguas. ¿Por qué existirá esta situación tan extraña? Simplemente porque la nueva autopista es una carretera de pago. El peaje es algo elevado, así que las personas prefieren gastar más tiempo y menos dinero en las carreteras antiguas.

Tomemos esta comparación para hablar de la forma en que nosotros podemos llegar a Dios. La Biblia nos enseña que hay dos formas de llegar a Dios. Quizás eso les sorprenda, pero es la verdad. Hay dos formas de llegar a Dios. Una de ellas, sin embargo, tiene un peaje imposiblemente alto. Veamos cuáles son estos dos caminos, y cómo podemos escoger el camino correcto.

Lectura: Gálatas 3:10-14

3:10 Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas.
3:11 Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá;
3:12 y la ley no es de fe, sino que dice: El que hiciere estas cosas vivirá por ellas.
3:13 Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero),
3:14 para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu.

En este pasaje podemos ver los dos caminos: la ley y la fe. En términos prácticos, sin embargo, la ley no nos sirve. Es como aquella autopista nueva, sólo que, en lugar de ser caro, el peaje es imposible de pagar.

Hay, sin embargo, muchas personas que se empeñan en seguir este camino. Es el camino de las buenas obras, el camino de la religiosidad, el camino de tratar de ganarse la aprobación de Dios por medio de las buenas cosas que hacemos.

Podemos diagnosticar a la persona que está siguiendo este camino haciéndole una pregunta sencilla: Si murieras esta noche, y estando ante Dios El te preguntara: ¿Por qué debo dejarte entrar a mi cielo? ¿qué le responderías? Piensa en esa pregunta por un momento. ¿Cómo responderías tú?

Si la respuesta es algo así: Le diría que siempre he tratado de ser una buena persona, que he tratado de obedecer los diez mandamientos, que iba a la iglesia todas las veces que podía, que había muchas personas mucho peores que yo – si ésa es parte de tu respuesta, te puedo asegurar que vas a toda velocidad por el camino de la ley.

Acabamos de terminar una serie de mensajes sobre los Diez Mandamientos. Es crucial que cada uno de nosotros conozca estos mandamientos, pues forman el núcleo de la voluntad de Dios para nosotros. Sin embargo, envuelto en estos mandamientos está un peligro. El peligro es pensar que, por medio de ellos, podemos llegar a Dios.

La realidad es que la fe en Cristo es nuestra única opción. Sólo por medio de El podemos llegar a Dios. ¿Por qué? Veamos.

La ley es incapaz de llevarnos a Dios si no la obedecemos perfectamente

Observemos el verso 10: “Maldito sea quien no practique fielmente todo lo que está escrito en el libro de la ley”. La persona que pretende llegar a Dios por medio de sus obras, por medio de la obediencia de la ley, deberá saber que su obediencia tiene que ser perfecta. Si obedecemos toda la ley, y fallamos en sólo un detalle, nos hemos vuelto culpables.

A través de las últimas diez semanas, hemos considerado a fondo lo que Dios nos pide en cada uno de los mandamientos. Hemos visto que, según la interpretación autoritativa de Jesús, la ley tiene un significado muy profundo, una aplicación que llega hasta el corazón.

¿Cuántos de nosotros podemos decir honestamente que hemos guardado al pie de la letra cada una de las justas demandas de la ley? ¿Quién puede decir que nunca ha codiciado, que nunca ha guardado rencor hacia una persona, que nunca ha mentido, que nunca robó? Si alguien lo dice, sólo añade a su culpa, pues se vuelve mentiroso. Todos somos culpables.

En otras palabras, si tú has estado escuchando estos mensajes cada semana, sintiéndote más y más culpable por no estar cumpliendo con lo que te exigen, has sido honesto. Por otra parte, si has pensado: Bueno, quizás he fallado en algo, pero otros son peores pecadores que yo, debes de reconsiderar tu respuesta. Si quieres llegar a Dios por medio de la ley, tu obediencia tiene que ser absolutamente perfecta.

En otras palabras, al llegar a pagar el peaje que la ley te exige, tendrás que dar la perfección; y si no la posees, la multa es altísima. De hecho, la multa es la muerte eterna.

Algún tiempo atrás, un delincuente llegó a robar un banco en la ciudad de Los Ángeles. el hombre amenazó a la cajera con una pistola y le ordenó que le diera todo el dinero que había en el establecimiento. Sin embargo, seguramente pensando en el peligro que existe en las calles de cualquier gran ciudad, el hombre no quiso llevarse tanto dinero.

Una solución muy sencilla se le presentó. Le ordenó a la cajera que, en lugar de darle todo el dinero en efectivo, simplemente lo depositara en su cuenta. Problema resuelto, al parecer.

Desde luego, no fue difícil para la policía identificar al bandido. Simplemente tuvieron que rastrear el depósito que se había hecho a la cuenta del hombre, y con facilidad lo identificaron.

Al igual que ese hombre, todos nuestros errores quedan al descubierto ante Dios. Quizás pensamos que nadie ha visto nuestros errores, o quizás los mantenemos ocultos en nuestro corazón; pero Dios todo lo ve. El sabe cuántas veces hemos fallado, y El demandará justicia por cada falla a su ley perfecta.

Pero si es así, ¿de qué nos sirve la ley? Parecería ser alguna clase de cruel juego que Dios nos diera la ley, sabiendo que somos incapaces de guardarla. Sería como quien, con un palo, cuelga una zanahoria frente a la nariz de su burro, manteniéndola justo fuera de su alcance.

Desde luego, Dios no es así. La ley tiene otra función. La falla no es de la ley, sino de nosotros, si la tratamos de usar como forma de llegar a Dios.

Lectura: Gálatas 3:23-24

3:23 Pero antes que viniese la fe, estábamos confinados bajo la ley, encerrados para aquella fe que iba a ser revelada.
3:24 De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe.

La ley tiene la función de prepararnos para recibir a Cristo. Es como nuestro guía, para llevarnos a Cristo. Es como el tutor, que prepara al niño para ser adulto. Es necesario que el niño aprenda del tutor, pero la meta es que llegue a tomar decisiones independientes e informadas.

Podríamos comparar la ley con una radiografía. Las radiografías son instrumentos muy importantes para los doctores, pero no curan nada. Las radiografías sólo sirven para revelar la naturaleza del problema. Demuestran lo que queda oculto debajo de la piel e invisible al ojo humano.

De la misma forma, la ley sirve para mostrarnos lo lejos que estamos de Dios. Sin la ley, podemos convencernos de que realmente no estamos tan mal. Si nuestra conciencia nos remuerde, la callamos señalando hacia todas las personas que son mucho peores que nosotros – según nuestro propio criterio, por lo menos.

La ley nos demuestra la perfecta voluntad de Dios, y nos permite ver que no la estamos cumpliendo. Ahora bien, nadie va al doctor para que se le tome una radiografía, y luego regresa a casa curado. La radiografía le demuestra al doctor cuál tratamiento o qué cirugía será necesario para curar el problema.

De la misma forma, la ley no nos cura. Solamente nos revela la gravedad del problema para que nosotros podamos tomar el remedio. ¿Cuál es ese remedio? Es Cristo.

Dijimos al principio que había dos caminos a Dios, pero que un camino tiene un peaje demasiado alto. La ley sólo puede condenar a quien no la observa completamente, sin fallas, al pie de la letra. En cambio,

Cristo está dispuesto a rescatar a todo aquel que en El confíe

Leamos nuevamente el verso 13. ¿Recuerdan la maldición anterior? Se pronuncia una maldición sobre cada persona que no observa perfectamente la ley. Todos nosotros caemos bajo esa maldición, pues ninguno de nosotros es capaz de cumplir perfectamente con las normas de la ley.

Cristo, sin embargo, en su gran amor por nosotros, se sometió a la maldición por nosotros. Dentro de la misma ley aparece otra maldición: “Maldito todo el que es colgado de un madero”. Esto aparece en Deuteronomio 21:23. Al permitir que los soldados lo colgaran en el madero de la cruz y morir de esta manera, Jesús se sometió a la maldición que nosotros merecíamos.

Jesús cayó bajo la condenación que nos pertenecía a nosotros. El sufrió los azotes, el desprecio y la angustia que nosotros merecíamos. El voluntariamente se expuso, cual héroe, al peligro, para rescatarnos a nosotros de una muerte segura y cruel. Era la única solución posible, y se logró a gran costo; pero así es el amor de Dios.

El camino que es Cristo no tiene peaje. No hay cobro. Es un camino gratuito. Tenemos que entrar a este camino por medio de la fe. No podemos ofrecerle nada a Dios a cambio de nuestra salvación; sólo podemos venir a El y recibirlo como un regalo. No lo podemos ganar; sólo lo podemos aceptar.

Martín Lutero escribió: “Aunque de pura gracia Dios no nos exige la paga de nuestros pecados, El no quiso disculparnos hasta que hiciera completa y amplia satisfacción de su ley y su justicia. Ya que esto nos era imposible, Dios ordenó para nosotros, en nuestro lugar, a Uno que tomó sobre sí mismo todo el castigo que merecemos. El cumplió la ley en nuestro lugar. El desvió el castigo de Dios y satisfizo la ira de Dios. La gracia, entonces, no nos cuesta nada, pero a Otro le costó mucho conseguirlo para nosotros. La gracia fue comprada con un tesoro infinito e incalculable, el Hijo mismo de Dios”.

Hoy, por fe, tú puedes recibir esa gracia. No puedes llegar a Dios por medio de la ley, pero sí puedes comprender tu necesidad por medio de ella. Si la comprendes, ven a Cristo para recibir su perdón. Deja el camino de tus propios intentos, y lánzate sobre la gracia de Dios.

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