La vida en el Reino


Reino de Dios

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La vida en el Reino

Un día, dos de sus discípulos se acercaron a Jesús, acompañados por su madre. Jesús estaba en el apogeo de su ministerio. Según el pensamiento de ellos, El estaba a punto de establecer su maravilloso reino mesiánico. Ellos, como la gran mayoría de la gente, todavía no habían entendido de qué realmente se trataba su venida y su obra. Creían que El había venido para establecer un reino político y terrenal. Pensaban que sería un gran líder militar. Y había algo muy importante que ellos querían aclarar con El.

Se trataba del pequeño asunto de su posición en el futuro sistema que El encabezaría. Ellos querían estar seguros de que recibirían el honor que merecían.

Por esto, se acercaron con su madre para hacerle una petición. Ahora, es muy posible que la madre de Jacobo y Juan, los dos discípulos mencionados, haya sido tía de Jesús. Así que, ellos estaban pensando como todos piensan en América Latina, ¿verdad? ¡Hay que aprovechar el parentesco! ¡Hay que usar el nepotismo!

Y pensaban que podrían recibir lugares de honor en el futuro reino por esta razón. Eran parientes de Jesús, y eran parte del círculo íntimo suyo. Juntos con Simón Pedro, ellos habían estado con El en ocasiones cuando los otros discípulos fueron excluídos – ocasiones tan importantes como su Transfiguración.

Ellos merecían esa posición. Ellos debían tener ese honor. Pero Jesús les mostró una perspectiva diferente.

Lectura: Mateo 20:20-28

20:20 Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, postrándose ante él y pidiéndole algo.
20:21 El le dijo: ¿Qué quieres? Ella le dijo: Ordena que en tu reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda.
20:22 Entonces Jesús respondiendo, dijo: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber del vaso que yo he de beber, y ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado? Y ellos le dijeron: Podemos.
20:23 El les dijo: A la verdad, de mi vaso beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados; pero el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está preparado por mi Padre.
20:24 Cuando los diez oyeron esto, se enojaron contra los dos hermanos.
20:25 Entonces Jesús, llamándolos, dijo: Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad.
20:26 Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor,
20:27 y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo;
20:28 como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.

Jesús nos da a entender que ellos habían estado viendo el asunto de la misma manera que lo vería cualquier persona del mundo. Cuando El dice que los gentiles oprimen o se señorean de sus súbditos, El está describiendo la manera común de actuar en el mundo.

Pero El nos dice que en su reino, para los que son sus súbditos, las cosas se ven muy diferentes. Y la razón se basa en El mismo. El no vino, como cualquier rey o alto oficial, para que lo sirvan; El vino para servir.

Leamos nuevamente en Mateo 20:28, que será nuestro enfoque en esta mañana: “como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”.

Jesús aquí se describe a sí mismo como el Hijo del Hombre. ¿Qué significa esta frase? Si lo pensamos bien, en cierto sentido Jesús no fue el Hijo de ningún hombre, sólo de una mujer. ¿A qué se refiere esta frase? ¿Por qué se describió Jesús de esta manera?

¡No es una pregunta sin sentido! Su respuesta afecta la manera en que entendemos lo que Jesús estaba diciendo aquí.

Jesús, el Hijo del Hombre

Vale la pena decir que la frase “Hijo del Hombre” significa varias cosas diferentes a través de la Biblia. Por ejemplo, en el Salmo 8, simplemente se refiere al hombre como tal, como ser creado. Y tiene algunos otros sentidos.

Cuando Jesús se aplica este título a sí mismo, sin embargo, hace referencia a la profecía de Daniel, profecía de una figura “como un hijo de hombre” que recibe poder y honra del Anciano de Días.

Este Hijo del Hombre recibe toda autoridad, majestad, y poder, recuerden. El recibe la adoración de todos los pueblos, todas las naciones, todas las lenguas. Este no es un hombre cualquiera. Es una figura muy especial, y en base a lo que aprendemos de otros pasajes, El comparte la esencia del Anciano. Es también Dios.

Cuando Jesús se describe a sí mismo como el Hijo el Hombre, entonces, El nos está diciendo algo muy importante acerca de quién es. Nos está diciendo que es esta figura, que El mismo es este hombre a quien pertenecen toda autoridad, todo poder, toda majestad. El no es un secretario. El no es un ayudante. El no es un gobernador. El es el mero mero.

Volvamos ahora a Mateo 20, y leamos nuevamente el v. 28. ¿No hay algo extraño aquí? Este hombre, que ha recibido poder y autoridad sobre todo, viene… ¿para qué? ¡Viene para servir – para dar su vida en rescate!

Jesús, el rescate

Jesús no había venido, como pensaban los discípulos, para establecer un reino por fuerza de armas y en batalla – por lo menos no en batalla humana. El vino a ganar un batalla cósmica, dando su vida en rescate.

El vino para recibir un pueblo – pero no arrebatándolo de mano de algún rey humano. El vino para arrebatar su pueblo de manos de otro pretendiente al trono, uno que se llama Satanás, quien reina sobre todos los que son parte de este mundo.

Satanás reina en base al pecado, por cual todos somos condenados a la muerte. El es como el líder de la pandilla más poderosa en una cárcel – para el mundo de afuera no significa nada, pero dentro de esa cárcel tiene inmenso poder.

Pero en nuestro caso, esa cárcel envuelve todo el mundo. La Biblia nos dice, en 1 Juan 5:19, que el mundo entero está bajo el control del maligno: “Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno.”.

Pero Cristo vino para liberar a su pueblo de esa esclavitud. Y no lo hizo con armas convencionales. El no lanzó una bomba atómica. El no ganó a fuerza de ametralladoras, de granadas, de proyectiles. El ganó de una manera poco usual: ofreciéndose a sus enemigos para ser matado por ellos.

Y cuando las fuerzas de la maldad, usando sus instrumentos humanos, colgaron a Jesús sobre esa cruz, pensaron que habían ganado la victoria. Ellos creían que su enemigo estaba derrotado. Allí estaba, colgando en esa cruz de sufrimiento, abandonado por sus seguidores, por la multitud, inclusive por su propio Padre.

Pero lo que ellos no sabían era que, en ese momento de aparente derrota, Jesús había ganado la victoria. ¿Por qué? Porque El ofreció su vida voluntariamente en lugar de la nuestra. A pesar de lo que creían esos poderes que crucificaron a Jesús, El no murió como víctima. El sabía muy bien lo que tenía que hacer.

Por esto, El se dejó matar. El podía haber llamado a todos los ejércitos del cielo para bajarle de esa cruz y destruir a sus enemigos. Pero entonces nosotros hubiéramos seguido bajo control de Satanás, sin esperanza y sin liberación en el mundo.

De esta manera, Jesús dio su vida en rescate por muchos. Efectivamente, lo dio por los muchos que, a través de la historia humana, pondrían su fe en El. El dio su vida para que no tuviéramos que seguir viviendo bajo el dominio del pecado, sin esperanza y sin Dios en el mundo. El entregó su vida, muriendo en la cruz, para que nosotros pudiéramos recibir vida.

Es este Jesús que nos invita a recibir su perdón, a ser sus seguidores, a pertenecer a su reino. El quiere ser

Jesús, el Señor

El nos invita a entrar en su reino, donde todo está de cabeza. Es un reino donde el Rey se dio por sus súbditos. Es un reino donde los últimos son primeros, y los primeros son últimos. Es un reino al que pocos sabios, pocos estudiados, pocos poderosos del mundo entran, porque tendrían que hacerse como niños. Éste es el reino del Hijo del Hombre, Jesucristo, el Señor.

Dime: ¿Quieres ser parte de este reino? ¿Quieres vivir como ciudadano de este reino? Es muy sencillo. Tienes que reconocer que eres pecador, en primer lugar. Jesús no acepta a ninguno que no reconozca su necesidad de perdón.

Fíjense en esto: si no nos damos cuenta de nuestro pecado, si no vemos la necesidad de arrepentirnos porque pensamos que somos buenas personas, entonces estamos diciendo que Jesús murió en vano. Si no somos pecadores, si no necesitamos la salvación, ¿por qué murió Jesús?

Pero al reconocer nuestro pecado, al ver que necesitamos su perdón, todo lo que Jesús nos exige es que vengamos a El, con un corazón arrepentido, y pongamos nuestra confianza en El. Tenemos que depender de lo que El hizo en la cruz por nosotros, creyendo que esto es lo que ganó nuestro perdón, y dejando de confiar en cualquier esfuerzo nuestro.

Por esto la Biblia dice: “Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte.” (Efesios 2:8-9)

Es una cosa que Dios ha hecho, una cosa que sólo podemos aceptar por fe. El perdón no es algo que podamos ganar; es algo que tenemos que recibir en humildad. Por eso, las cosas son muy diferentes en el reino de los cielos. En el reino de Jesús, somos llamados a seguir su ejemplo de sacrificio y de humildad.

¿Cómo se habrán sentido Jacobo y Juan al final de su entrevista con Jesús? Realmente no sabemos. Probablemente no lo entendieron todo.

Pero con la ventaja de los años que han pasado, y la Palabra que ha sido escrita, nosotros podemos entender lo que Jesús quería decirles. El verdaderamente vino a servir, y a darse en rescate por muchos.

Nos confronta ahora la decisión: ¿A cuál imperio perteneceremos? ¿Viviremos en el reino de Dios, bajo el mando de Jesús? El vino para que lo pudiéramos hacer.

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