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En qué consiste la salvación


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En qué consiste la salvación

En cierta ocasión, un negociante famoso por ser despiadado en su trato con los demás compartió con un conocido su deseo de hacer peregrinaje a la Tierra Santa, trepar el Monte Sinaí y leer los Diez Mandamientos en voz alta desde la cumbre de aquel monte.

Su conocido no se mostró muy impresionado por tal evidencia de devoción. “Tengo una idea mejor”, le respondió. “Quédese aquí en casa y obedézcalos.”

En este breve intercambio se presentan varias realidades de la naturaleza humana. Una de ellas es nuestra ceguera a nuestros propios pecados. Fácilmente vemos los errores de otros, pero nuestros propios errores nos parecen insignificantes.

Otra realidad que notamos es la forma en que pretendemos justificarnos ante Dios con acciones religiosas. Hay ciertos errores que se presentan fuera de la iglesia, y otras que son más comunes dentro de ella; y la religiosidad es uno de los errores más difundidos en la iglesia.

Muchas veces creemos que estamos bien con Dios, cuando estamos muy equivocados. Como dice la Biblia, Nada hay tan engañoso como el corazón. No tiene remedio. ¿Quién puede comprenderlo? (Jeremías 17:9) El verso siguiente da la respuesta: Yo, el Señor, sondeo el corazón y examino sus pensamientos, para darle a cada uno según sus acciones y según el fruto de sus obras. (Jeremías 17:10)

Estas palabras inspiran temor en el corazón de cualquier persona honesta, pues podemos ocultar nuestro verdadero estado de los demás y hasta de nosotros mismos, pero no podemos engañar a Dios. El conoce nuestros pensamientos y nuestras motivaciones.

Si esto es así, ¿cómo podemos ser salvos? ¿En qué consiste la salvación? Es un asunto que debe interesarnos a todos, pues aun los que hemos sido creyentes por años podemos extraviarnos de la verdad.

Lectura: Tito 3:3-7

3:3 Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros.
3:4 Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres,
3:5 nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo,
3:6 el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador,
3:7 para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna.

En este maravilloso resumen de la acción salvadora de Dios y su resultado en nosotros, podemos discernir tres realidades que corresponden a nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro. Hoy vamos a considerar el pasado y el presente. La próxima semana, estudiaremos el futuro. Para empezar, vemos que

Somos salvos de un pasado ruinoso

Pablo no excluye a nadie, ni siquiera a él mismo, de su declaración. En otro tiempo, dice él, también nosotros éramos necios y desobedientes. Si recordamos que Pablo había sido una persona muy religiosa, podemos reconocer que él no se refiere sólo a los parranderos, a los criminales o a los ateos.

No importa cómo haya sido nuestra niñez, todos éramos – o quizás somos, si no conocemos a Cristo – necios y desobedientes. Ser necio significa no tener entendimiento acerca de las cosas realmente importantes. La desobediencia describe nuestra actitud hacia Dios y sus leyes.

Esa necedad y esa desobediencia se mostraban en nuestro estilo de vida. Íbamos por sendas que no nos llevaban al bien. En lugar de caminar en la luz del Señor, andábamos en la oscuridad de nuestros propios deseos.

Éramos, efectivamente, esclavos de toda clase de pasiones. ¿A qué clase de pasiones se refiere Pablo? Cuando leemos acerca de pasiones y placeres, lo primero en venir a la mente suele ser lo sexual. Seguramente ninguno de nosotros puede decir que, en su pasado, no existe ningún problema sexual – sea el adulterio y la fornicación o la lujuria.

Pero no debemos de limitarlo a estas cosas. Cualquier cosa que nos apasiona y usurpa el lugar de Dios en nuestras vidas – sea la comida, las posesiones o las compras – se convierte en una pasión que nos esclaviza.

Además de esto, vivíamos en la malicia y la envidia. No podíamos ver que otra persona recibiera alguna bendición sin inmediatamente sentir la necesidad de igualar o superarla. Nos gozábamos al ver las caídas de otros.

A fin de cuentas, a pesar de la fachada de cortesía que ostentábamos, debajo había odio y rencor hacia otros. Nuestra vida era una constante lucha por superar a otros, sin importar a quién pisoteábamos en nuestro asenso a la cumbre.

Quizás en este recuento reconocemos algunas actitudes que aún arrastramos. De ser así, reconozcámoslas ante Dios para pedir su ayuda para dejarlas. Más importante aún es reconocer a dónde nos llevaba esta forma de vida que todos hemos compartido.

Cierto día, un hombre observaba a los pájaros que se acercaban a las orilla de las caídas del Niágara para beber. Era un día frío de marzo, y el hombre empezó a notar algo extraño. Al dar varias pasadas por la llovizna que subía de las caídas, las aves de repente se desplomaban por las cataratas.

El hombre se dio cuenta de que las gotas de agua que salpicaban sobre las alas de las desdichadas aves se acumulaban y se congelaban, hasta que el peso del hielo no permitía que las aves siguieran volando y se caían a morir.

De igual forma, el peso de nuestro pecado iba acumulando sobre nosotros, aunque en el momento no nos diéramos cuenta, llevándonos a una muerte segura – a menos que alguien interviniera. La Biblia dice que todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios. (Romanos 3:23)

Sin embargo, aquí no se acaba la historia. Dios tuvo a bien intervenir. Si conocemos a Cristo,

Somos salvos por la acción amorosa de Dios

La salvación es una iniciativa de Dios. Es por esto que dice, cuando se manifestaron la bondad y el amor de Dios nuestro Salvador. Si Dios no fuera amoroso, no tendríamos ninguna esperanza. Su perfecta justicia nos condenaría a todos.

Dios demostró su amor al ofrecernos la salvación. Esta salvación no se basa en lo que nosotros podemos hacer. Nadie puede salvarse por ser una buena persona. No somos salvos por venir a la iglesia, por poner dinero en la ofrenda o por haber sido bautizados.

Oí una vez una supuesta conversación entre varias personas comparando las buenas acciones que habían hecho para llegar al cielo. La primera dice: Yo llegué al cielo dando una fuerte suma de dinero a la iglesia.

La segunda persona le responde: ¿Es eso todo? Yo me sacrifiqué vendiendo frijoles en el mercado por doce años para que mi hijo pudiera estudiar. La tercera persona declara: ¡Eso no es nada! Yo defendí a una pobre anciana de un grupo de bandidos que la querían asaltar. Todos responden: ¡Increíble! ¿Cuándo sucedió esto? El tercero responde: Hace como un minuto. Lo que más me gusta es la forma en que termina esta conversación. Una de las personas comenta: ¡Nunca pensé que en cielo haría tanto calor!

Si pensamos que vamos a llegar al cielo en base a nuestras buenas acciones, nos sorprenderá a dónde llegaremos. Dios no salva a nadie por las obras de justicia que podemos hacer. Lo hace únicamente en base a su misericordia.

¿Cómo, entonces, podemos experimentar esa misericordia divina? La experiencia que nos hace falta es lo que aquí se denomina “regeneración”. La regeneración es la acción de dar nueva vida.

Quizás hemos visto algún árbol que ha sido cortado del tronco y parece estar muerto, pero que luego brota nuevas ramas y empieza a crecer de nuevo. En estos casos, decimos que la planta se regeneró.

La regeneración que Dios hace es distinta en que no nace de nosotros. No es simplemente una decisión que tomamos de tratar de ser mejores personas. Es, más bien, algo que sucede cuando reconocemos que somos incapaces de perfeccionarnos para ser agradables a Dios, y nos entregamos a su obrar.

La regeneración es una obra del Espíritu Santo, y sucede cuando nos arrepentimos de nuestro pecado y confiamos en Cristo por fe. Por esto dice que el Espíritu Santo fue derramado sobre nosotros por medio de Jesucristo nuestro Salvador. Cuando confiamos en Cristo como Salvador, el Espíritu Santo obra en nosotros una renovación total.

Para algunas personas, es un evento muy emocional, algo inconfundible; para otros, es algo tranquilo y racional. Dios obra en cada uno según su personalidad y sus necesidades. Lo que podemos decir con seguridad, sin embargo, es que si no hemos experimentado la regeneración, si no hemos sido transformados por la obra del Espíritu Santo, no hemos sido salvos.

¿Qué conclusiones podemos sacar de esto? Si has sido regenerado, debes reconocer que Dios te ha salvado para vivir en santidad. La regeneración no es solamente el perdón, sino es un cambio interno que te da los recursos para vivir en obediencia a Dios. El creyente verdadero tiene la capacidad para obedecer a Dios.

No te valgas de tu salvación, entonces, como pretexto para vivir como te dé la gana. Dios no te ha salvado para eso. Más bien, El te liberó para que vivas sin la obligación de pecar y con la oportunidad de hacer que tu vida tenga significado eterno.

Además de esto, significa que ninguno de nosotros puede enorgullecerse de su salvación. Más bien, Dios a todos nos humilla. La humildad es la única forma de estar bien con Dios. El que cree ser alguien, el que se cree mejor, es el que no ha entendido su propia necesidad, ni ha entendido lo que significa la salvación.

Si nunca has aceptado la oferta divina de salvación, no esperes más. Reconoce tu pecado, confiésaselo a Cristo, y confía en su muerte en la cruz para recibir la salvación. Cuando haces esto, el Espíritu Santo obrará en ti la regeneración, la renovación del espíritu.

En 1981, la policía en California buscaba al ladrón de un Volkswagen. Esto no tendría nada de extraño, pues cada día se roban muchos carros en California; pero el caso era algo anormal. Resulta que el dueño del auto había dejado una caja de galletas saladas en el asiento del pasajero que habían sido envenenadas.

El dueño había pensado usarlas para matar ratas; ahora, podrían bien matar al criminal, y la policía quería encontrarlo – no tanto para recuperar el carro, sino para evitar que muriera.

Lo mismo sucede muchas veces con Dios. El nos persigue para darnos la salvación, pero nosotros muchas veces huimos de El, pensando que sólo nos quiere castigar. Si Dios está tocando a la puerta de tu corazón, no huyas. Ábrele hoy tu vida.

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