¿Quién es tu Dios?


Quién es tu Dios

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¿Quién es tu Dios?

¿Quién será mi Dios? Es la pregunta más importante de todas, en realidad. De nuestra respuesta a esta pregunta fluyen las decisiones, los conceptos y las emociones que determinarán la dirección de nuestra vida.

El grupo de rock Maná canta: Tú eres mi religión. Para algunos, su enamorada llega a ser su dios; tristemente, algunos han abandonado la fe para ir detrás de algún ser humano. Esa persona, por más que les ame y les haga feliz, no podrá salvarlos.

Para otros, su dios es su propia persona. Todo el universo, a su pensar, gira en torno a sus deseos, sus necesidades, sus pensamientos. Son como el Narciso de la leyenda, que viéndose reflejado en un lago, se enamoró de su propio reflejo.

Sin embargo, en lo más profundo de nuestro ser, sabemos que hay un Dios – y que nosotros no somos El. Los niños preguntan: ¿Quién hizo el mundo? Por intuición, saben que alguien tuvo que haberlo hecho. Cuando estudiamos las culturas primitivas, descubrimos en casi todas una creencia básica en un Dios del cielo, Creador de todo.

Aunque en muchos casos estas culturas han llegado a venerar los espíritus de las piedras, los árboles, etc. – práctica que se llama animismo – perdura la memoria del Dios celestial a quien ya no conocen.

Cuando llegamos a la Biblia, encontramos la revelación de aquel Dios cuya existencia todos intuimos y sólo el necio ignora. Este Dios llama y salva a un pueblo para sí. Este Dios nos llama a conocerle, y hacer que El sea nuestro Dios.

Hoy iniciamos una serie de mensajes sobre los diez mandamientos. En siglos pasados, todos los habríamos memorizado. Hoy en día, desgraciadamente, muchos tienen un conocimiento muy pasajero de lo que dicen estos mandamientos. Sin embargo, vale la pena estudiarlos a la luz de toda la revelación divina. En estos mandamientos, Dios revela su deseo para la vida de su pueblo.

Lectura: Exodo 20:1-3

20:1 Y habló Dios todas estas palabras, diciendo:
20:2 Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre.
20:3 No tendrás dioses ajenos delante de mí.

Dios aquí se dirige a la nación que formaba su pueblo durante los tiempos del pacto antiguo, el pueblo de Israel. Declara que El tiene derechos sobre su vida, y detalla las cosas que espera de su pueblo.

Quizás tú piensas que nadie tiene ningún derecho sobre tu vida. A mí nadie me manda, dices. Vivo mi vida sin afectar a los demás, y pido que me muestren la misma consideración. Yo no le pido nada a Dios, y no quiero que me pida nada tampoco.

Si así piensas, ignoras una realidad muy básica. Dios tiene derechos sobre tu vida. Aunque no seas creyente, Dios tiene derechos sobre tu vida porque te creó; y si has llegado a creer en Cristo para recibir la salvación, Dios tiene un doble derecho sobre tu vida por haberte salvado.

Vamos a resumir esta verdad de la siguiente manera:

Dios merece tu lealtad por quien es y por lo que ha hecho

Hay varias cosas en este pasaje que podrían pasar desapercibidos si no prestamos cierta atención. La primera de ellas es lo siguiente: el verso 1 dice “Dios habló”, pero en el verso 2 este Dios se identifica como Jehová, el Señor.

Cada palabra de la Biblia tiene significado, y los nombres que se usan para Dios no son ninguna excepción. Cuando el Antiguo Testamento usa la palabra “Dios” – en hebreo, el – se refiere a Dios como el Dios de todo, el Dios del universo, Dios en su ser como Creador.

La palabra “Jehová”, en cambio, muchas veces destaca a Dios en su relación con su pueblo. La mayoría de las traducciones modernas siguen en el ejemplo de Jesús y traducen el nombre de Dios, Jehová, con la palabra “SEÑOR” en mayúsculas. Cuando vemos esto, podemos reconocer que se está usando el nombre con el que se identificó Dios a Moisés.

Es muy significativo, entonces, que empieza el pasaje: Dios habló, pero luego se aclara que quien habla es el SEÑOR. En otras palabras, el SEÑOR que da estos mandamientos es el Dios verdadero, el Dios de toda la creación, el Dios del cielo que otras naciones adoran sin conocerlo, pero que ahora se manifiesta a su pueblo Israel.

Por este motivo sencillo todos deben de acatar a las instrucciones que Dios aquí da. De hecho, los códigos morales de las naciones muestran cierto parecido general con el código de leyes que Dios aquí nos da. Esto es lógico, pues Dios se ha revelado en la conciencia que todo ser humano tiene – aunque debido al pecado, esta revelación es imperfecta.

Para el miembro del pueblo de Dios, sin embargo, existe una razón más para obedecer. El verso 2 lo declara: “Yo te saqué de Egipto, del país donde eras esclavo”. Dios es Creador y Rey sobre toda la tierra, pero es dueño y Señor de su pueblo porque El lo rescató.

Su derecho sobre el pueblo de Israel se debía a las proezas que había realizado para sacarlo de Egipto – las diez plagas que mandó sobre los egipcios, la división del Mar Rojo, la provisión milagrosa en el desierto. El pueblo de Israel no existiría si no hubiera sido por la acción del Señor.

Ahora bien, todas esas hazañas señalan hacia algo mucho mayor: la redención que Dios realizó por medio de Jesucristo. De la misma forma en que El compró al pueblo de Israel porque El lo liberó de su cautiverio en Egipto, El también compró su pueblo que es la Iglesia al liberarnos de nuestro cautiverio al pecado.

Cuando Cristo murió en la cruz, compró con su sangre un pueblo para sí. Cada persona que ha llegado a Cristo en fe para recibir la salvación forma parte de ese pueblo. Por este motivo, no sólo por ser Dios sino por habernos dado la libertad y habernos hecho parte de su pueblo, el SEÑOR merece nuestra obediencia.

Con esto vemos con claridad que la base de los mandamientos es el amor de Dios que liberó a Israel, y que nos ha liberado a nosotros. Dios liberó a Israel antes de darle estos mandamientos; los mandamientos no son la condición de la liberación, sino la forma en que el pueblo debía mostrar su gratitud y mantener las bendiciones del pacto.

De igual forma, nunca debemos de pensar que podemos ganar la salvación tratando de guardar los mandamientos de Dios. El nos salva por su gracia, por medio del sacrificio de Cristo y mediante nuestra fe en El; luego, nos llama a la obediencia para expresar nuestra gratitud y como una fuente de bendición.

Surge la pregunta, entonces: ¿qué es lo que espera Dios de nosotros? Si le pertenecemos y El tiene derecho sobre nosotros, ¿qué es lo que El desea? Esto es lo que estaremos considerando en las próximas semanas. Hoy, empezamos con la primera cosa, el primer mandamiento: No tengas otros dioses además de mí.

¿Qué quiere decir esto? Quiere decir simplemente que

Dios te llama a una lealtad única y exclusiva a El

Dios no tolera otros pretendientes al título de “dios” en la vida de su pueblo. Es un Dios, como declara su palabra, celoso. El no se conforma con ser uno entre varios. Insiste en ser el único.

Cuando dice el primer mandamiento: “No tengas otros dioses además de mí”, utiliza un vocablo hebreo que tiene un sentido amplio. En traducciones más antiguas, se rinde “delante de mí”; puede tener este sentido de “en mi presencia”.

El sentido básico es claro; Dios insiste en ser el único Dios para su pueblo. No me eches en cara a tus otros dioses, le dice a su pueblo. Ahora bien, ¿cómo sería posible tener otros dioses sin hacerlo ante la cara de Dios? ¡Si El está en todas partes!

Las naciones que rodeaban a Israel tenían muchos dioses, pero Israel sólo debía tener uno. Hoy en día, las personas adoran a muchos dioses, pero el creyente sólo puede tener uno. ¿Quién es tu dios? Tu dios es lo que te da esperanza para el futuro, a lo que sirves, lo que te llena; es aquél sin el cual no podrías vivir.

El SEÑOR llama a su pueblo a tenerle a El como único Dios. Oímos un eco de esta realidad en las palabras de Jesús. El llamaba a sus seguidores a un compromiso total con El. Cuando alguno ponía peros, Jesús le decía que tenía que escoger entre El y su familia, entre El y sus posesiones, entre El y su vida misma.

Ningún hombre puede servir a dos amos, dijo Jesús. No puedes servir a Dios y al dinero. Para algunos, el dinero es su dios. El dinero les da esperanza. Es al dinero a quien sirven. El dinero les llena de satisfacción, aunque sea sólo por un momento. Sin el dinero, la vida no vale la pena vivir.

Cuando Jesús hace este llamado exclusivo, hace algo que ningún otro rabino de su día hacía. Los maestros religiosos del día de Jesús llamaban a sus seguidores a ser fieles, sí; pero no les hacían esta llamada exclusiva y tajante como lo hacía Jesús. Aquí vemos, entonces, que Jesús se merece la misma lealtad que Dios se merece. Es lógico, pues El es Dios hecho hombre.

Si nosotros, entonces, ponemos a Cristo en el primer lugar en nuestra vida, si le amamos a El más que cualquier otra cosa, si le seguimos ante todo lo demás, estaremos cumpliendo con este primer mandamiento. Cuando llega Cristo al mundo, llega a ser la única forma de acercarnos a Dios.

¿Quién es tu Dios? Considera la pregunta con cuidado. El Dios que te creó, el Dios que dio su Hijo en sacrificio por tus pecados, el Dios que te ama y que tiene tu vida en sus manos, exige ser el único.

Si quieres caminar con El, tienes que darle el lugar único en tu vida. El no acepta competidores. ¿Quién es tu Dios?

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