El perdón en dos dimensiones
La maestra de escuela dominical había llegado al final de su lección sobre el perdón, y quería asegurarse de que todos la hubieran entendido. Se dirigió a la clase, «¿Me puede decir alguien qué tenemos que hacer antes de poder recibir el perdón por el pecado?» Nadie respondió. Nuevamente hizo la pregunta: «¿Qué tenemos que hacer primero si queremos ser perdonados por el pecado?» Un niño pequeño alzó la mano. «Tenemos que pecar, maestra», respondió.
Creo que no fue la respuesta que la maestra esperaba, aunque desde luego es necesario que pequemos antes de recibir el perdón. Pero ninguno de nosotros tendrá problemas en cumplir con este requisito, pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios (Romanos 3:23).
Ya que todos hemos pecado, entonces, ¿cómo podemos encontrar el perdón? Cualquier persona que tiene más de 1 ó 2 semanas en la iglesia podrá responder que es mediante el arrepentimiento y la fe en Cristo Jesús como Señor y Salvador.
Eso es lo más básico y lo más importante, pero hay varias otras cosas que debemos de entender acerca del perdón. El perdón tiene dos aspectos, y cada aspecto tiene su dinámica. Podemos tomar un ejemplo de la geometría para entender esto. Una raya tiene sólo una dimensión. Tiene longitud, y nada más. Un rectángulo, o cualquier otra figura, en cambio, tiene dos dimensiones. Tiene longitud y tiene anchura.
De igual modo, el perdón tiene dos aspectos; tiene un aspecto vertical y un aspecto horizontal. Para que podamos vivir en la plenitud del gozo de la salvación, tenemos que entender estos dos aspectos y saber cómo se relacionan con nuestras vidas. Vamos a empezar con el aspecto vertical.
Lectura: Colosenses 2:13-14
2:13 Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados,
2:14 anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz,
Estos versículos nos explican cómo es que Dios nos puede perdonar. Éste es el aspecto vertical del perdón – el perdón de Dios. Y la verdad es que
El perdón que anhelamos sólo puede venir de Dios
Esta es una verdad sumamente importante, tanto para nuestro destino eterno como para nuestro bienestar emocional. El conocido psiquiatra Karl Menninger dijo en cierta ocasión que, si tan sólo pudieran convencerse de que sus pecados estaban perdonados, el 75% de los pacientes en los hospitales psiquiátricos podrían salir del hospital.
La verdad es que hacemos muchas cosas, consciente o inconscientemente, para tratar de librar nuestro corazón de sus sentimientos de culpa. El corazón humano es engañoso, y muchas veces tratamos de engañarnos para creer que no hemos pecado señalando los pecados de otros. Para no tener que buscar el perdón por nuestros pecados, nos fijamos en las fallas de algún líder religioso caído, de algún otro hermano, o de las clases criminales de la sociedad. Pero la verdad es que ellos no tienen nada que ver con nuestra culpabilidad. Sintámoslo o no, y la mayoría lo sentimos, somos culpables y nos hace falta el perdón.
Pero, ¿precisamente ante quién somos culpables? Muchas veces tenemos un concepto del pecado que tiene más que ver con las opiniones de las personas que con la verdadera culpabilidad.
Lo que quiero decir es que nos parecen peores los pecados que todos ven, y nos sentimos culpables simplemente porque la gente piensa o pensará mal de nosotros. Lo que nos importa más que nada es la opinión de la gente.
No me refiero a la hipocresía, que trata de ocultar el pecado conscientemente; me refiero más bien a una idea subconsciente. Déjame hacerte esta pregunta: Si pudieras cometer un pecado del cual estarías seguro que nadie se enteraría, ¿lo cometerías? Y habiéndolo cometido, ¿te sentirías culpable?
Si tenemos una conciencia controlada por el Espíritu Santo, la respuesta será que no lo haríamos, y si lo hiciéramos, nos sentiríamos culpables. Pero muchas personas no han permitido que el Espíritu transforme sus mentes, y basan su idea de lo bueno y lo malo simplemente en lo que dice la sociedad.
El resultado es una sensación indefinida de culpa, sin una clara idea de cómo encontrar perdón para esa culpa. La respuesta está en reconocer que, ante todo, nosotros hemos pecado contra Dios.
Es por esto que el rey David, en su clásico salmo penitencial, dice al Señor: Contra ti he pecado, sólo contra ti, y he hecho lo que es malo ante tus ojos; por eso, tu sentencia es justa, y tu juicio, irreprochable. (Salmo 51:4)
¿En qué sentido había David pecado contra Dios, y sólo contra Dios? Si recordamos la ocasión del salmo – el adulterio con Betsabé y subsiguiente homicidio de su esposo Urías – podríamos concluir que David definitivamente había pecado contra Urías también. Pero David reconoció que, ante todo, su pecado era una ofensa contra el Señor. Totalmente aparte de las personas que se verían afectadas por su pecado, él había ofendido al Señor por su desobediencia. Por esta razón, era necesario ante todo conseguir el perdón del Señor.
Todos nosotros estamos en la misma situación. Hemos pecado contra Dios. Si creemos que nuestros pecados no han lastimado a otras personas, esto no importa. Hemos ofendido a Dios con nuestra desobediencia a sus leyes. Cada acto de rebelión crea una deuda que le debemos a Dios. La buena noticia de nuestro pasaje es que esa deuda ha sido saldada. Cristo Jesús pagó esa misma deuda. Fue cancelada por su muerte en la cruz. Al entregar su vida por nosotros, él pagó lo que nosotros debíamos.
Nuestra deuda con Dios, entonces, ya fue pagada. Lo que tenemos que hacer es sencillamente aceptar por fe su perdón. Reconociendo que somos pecadores, creemos que Jesucristo efectivamente canceló nuestra deuda, y le entregamos el control de nuestra vida. Al hacer esto, Dios nos perdona por completo todos los pecados. Si nunca has tomado el paso de aceptar por fe el perdón de Jesucristo por tus pecados, al final de este sermón te invitaré a hacerlo. Pero si ya lo has hecho, tienes que entender el segundo aspecto del perdón:
El perdón que recibimos se tiene que extender a otros
Para enseñarnos esta lección, el Señor Jesús contó una historia. Leámosla en Mateo 18:23 -35:
18:23 Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos.
18:24 Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos.
18:25 A éste, como no pudo pagar, ordenó su señor venderle, y a su mujer e hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda.
18:26 Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba, diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo.
18:27 El señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda.
18:28 Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes.
18:29 Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo.
18:30 Mas él no quiso, sino fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda.
18:31 Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su señor todo lo que había pasado.
18:32 Entonces, llamándole su señor, le dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste.
18:33 ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?
18:34 Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía.
18:35 Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas.
En esta historia, llegamos a conocer a una persona que pretendía conocer el perdón vertical sin expresar el perdón horizontal. De alguna manera, había llegado a deber una suma de dinero que alcanzaba quizás a unos mil millones de dólares – una suma tan astronómica que jamás la alcanzaría a pagar. ¿Como llegó a deber tanto dinero? Quizás lo malversó; Jesús no nos dice. Lo importante es que se trata de una deuda imposible de pagar. El superior, el rey, mostró bondad al siervo cuando éste se lo pide.
Sin embargo, el mismo siervo no supo mostrar compasión a su compañero que le debía una suma comparativamente pequeña. La suma era de algunos cientos de dólares; no tan insignificante, pero totalmente sin sentido frente a la gran suma que se le acababa de perdonar. Al enterarse el rey de lo sucedido, ordenó que el siervo fuera colocado en la cárcel y entregado a los torturadores hasta terminar de pagarlo todo – cosa imposible para él.
Jesús nos dice que Dios nos tratará de igual manera a nosotros, si pensamos recibir su perdón pero no podemos mostrar ese mismo perdón a otros. En otras palabras, el perdón hacia otros no es una opción para el creyente. Dios no nos dice que debemos de perdonar; él nos dice que tenemos que perdonar. Si no perdonamos, nos volvemos incapaces de recibir su perdón.
Pero tú dirás: Yo pensaba que la salvación era simplemente por fe en Jesús. Ahora me estás poniendo más requisitos. ¿Qué sucede? No debemos de pensar que el perdón hacia los demás es un requisito adicional a la fe en Cristo Jesús. Es, más bien, una parte esencial de la fe. Si nosotros decimos que creemos en Jesucristo y hemos recibido su perdón, pero insistimos en guardar rencor y no sabemos perdonar, entonces nuestra fe en Jesús es deficiente, y estamos en peligro de no haber alcanzado en realidad la salvación.
Nuestra habilidad para perdonar a los demás nos sirve como un termómetro para medir el estado verdadero de nuestra fe. Si queremos ver que otros paguen por los daños que ellos nos han hecho – o que creemos que nos han hecho – en vez de estar dispuestos a perdonar, mostramos que no hemos llegado a entender el perdón de Dios.
¿Qué debes de hacer si no puedes perdonar? En primer lugar, medita sobre el perdón que Dios te ha extendido. Tenemos que llegar a ver la profundidad de nuestro pecado para que podamos recibir también la profundidad del perdón de Dios.
En segundo lugar, reconoce que el perdón puede ser un proceso. A veces se parece a una gallina descabezada; aunque muerta, parece tener mucha vida aún. De igual modo, hay ocasiones en que perdonamos a alguien, pero seguimos con sentimientos de ira hacia esa persona. Tenemos que recordar, cuando se presentan esos sentimientos, que ya hemos perdonado, que ya hemos dejado atrás esa ira, y que lo que sentimos son simplemente los movimientos del pollo descabezado. Con el tiempo, la ira se irá.
Cuando moría el patriota español Narváez, el sacerdote le preguntó si había hecho las paces con todos sus enemigos. Sorprendido, Narváez replicó: «Yo no tengo enemigos. A todos los he matado.»
Ésta no es la clase de reconciliación que Dios desea. Más bien, él llama al creyente a vivir de tal modo que no tenga enemigos, porque a todos ha perdonado. ¿Guardas en tu corazón rencor hacia alguien? ¿Sientes aún enojo por algún error pasado? Deja que el perdón de Dios se arraigue en tu corazón y te lleve también a perdonar.
Y si nunca has recibido el perdón de Dios, hoy lo puedes recibir. Debes hacer dos cosas: reconocer que eres pecador y recibir por fe a Cristo como tu Salvador y tu Señor. Puedes decir una oración como ésta: Señor Jesús, reconozco que soy pecador. Te he desobedecido. Creo que tú moriste en la cruz por mí, pagando la deuda de mis pecados. Acepto tu perdón, y te entrego mi vida para que tú seas mi Señor. Gracias por salvarme. Amén.
Si hiciste esa oración de corazón, Jesucristo te ha perdonado. Deja ahora que él te enseñe cómo vivir en ese perdón.